Variableimaginaria
El sueño de la ilusión produce monstruos
Qué vaporosa la naturaleza de las certezas, ¿no crees? Qué fácil llegar a un punto donde la evidencia no es en realidad tan evidente y comienza a ser necesaria la elucubración; las profecías y las labores (clari)videntes. Como si las sólidas aseveraciones de hace unas horas, las que hizo la que era yo hace un ratito, pudieran verse afectadas por la forma en que me sentó el aire o la digestión de los gradientes de la tarde. Qué le pasó al cielo esta tarde, por cierto -me circunscribo al momento y al contexto- , parece que le cayó una pintura encima que me ha dejado las manos llorosas y la carne viva. Este fuerte olor a esmalte me evidencia lo que quizá siempre ocurre y yo no veo; intuyo la intensidad con que el instante me sostiene y su insistencia en forma de lanza; mi cuerpo esclavo intuye y llora. Pero advierto que no lloro de dolor sino de intensidad, de esta magnitud con que la realidad se introduce en estos torpes receptores y los viola, los supera -me supera-; lloro del llanto que mi cuerpo (esclavo) intuye y llora. Y a pesar de todo, aunque me declare presa de la sensación y botín del abusador instante, ¿puedo tener seguridad de esta certeza? Cómo distinguir si el abuso lo comete el momento y sus celos de lo pretérito y lo pendiente, o si es culpa de esta vulnerable piel que camina vuelta y a tiras. De esta sensibilidad. Presiento que ni el hecho de asegurar si esto es un callejón sin salida pertenece a mis jurisdicciones; diría que "casi sé" que siquiera las palabras me darán el crédito para ser(me) creída. Y no es cuestión de dónde pisar; sólo de saber si en esta habitación a oscuras hay un suelo que quizá no existe. No es la veleta -hoy no-, no es el rumbo o la trayectoria; la duda está en afirmar el artefacto, la referencia; creer la etérea veleta que no es veleta sino aire.
El sueño de la ilusión produce monstruos
Qué vaporosa la naturaleza de las certezas, ¿no crees? Qué fácil llegar a un punto donde la evidencia no es en realidad tan evidente y comienza a ser necesaria la elucubración; las profecías y las labores (clari)videntes. Como si las sólidas aseveraciones de hace unas horas, las que hizo la que era yo hace un ratito, pudieran verse afectadas por la forma en que me sentó el aire o la digestión de los gradientes de la tarde. Qué le pasó al cielo esta tarde, por cierto -me circunscribo al momento y al contexto- , parece que le cayó una pintura encima que me ha dejado las manos llorosas y la carne viva. Este fuerte olor a esmalte me evidencia lo que quizá siempre ocurre y yo no veo; intuyo la intensidad con que el instante me sostiene y su insistencia en forma de lanza; mi cuerpo esclavo intuye y llora. Pero advierto que no lloro de dolor sino de intensidad, de esta magnitud con que la realidad se introduce en estos torpes receptores y los viola, los supera -me supera-; lloro del llanto que mi cuerpo (esclavo) intuye y llora. Y a pesar de todo, aunque me declare presa de la sensación y botín del abusador instante, ¿puedo tener seguridad de esta certeza? Cómo distinguir si el abuso lo comete el momento y sus celos de lo pretérito y lo pendiente, o si es culpa de esta vulnerable piel que camina vuelta y a tiras. De esta sensibilidad. Presiento que ni el hecho de asegurar si esto es un callejón sin salida pertenece a mis jurisdicciones; diría que "casi sé" que siquiera las palabras me darán el crédito para ser(me) creída. Y no es cuestión de dónde pisar; sólo de saber si en esta habitación a oscuras hay un suelo que quizá no existe. No es la veleta -hoy no-, no es el rumbo o la trayectoria; la duda está en afirmar el artefacto, la referencia; creer la etérea veleta que no es veleta sino aire.