Silvia Mottes/Silvia Estela Mottes
Tormenta
Pagar karma
Tenemos la pretensión de saber exactamente lo que hacemos. El porque y el porque no de cada cosa. Cada meta que nos proponemos, en caso de no cumplirla, tiene una sola explicación: el otro no me lo permite: el otro, los otros, las circunstancias ajenas a mi.
Soy una persona bastante cerebral. Me guío por mi pensamiento más que por mis sentimientos.
Me encontraba en un dilema, más allá de mi entendimiento: el porque estaba casada con un hombre y amaba a otro.
No hallaba una explicación y tenía que hacer algo al respecto y, para ello, primero debía saber de que se trataba. Busque soluciones en distintos lugares y con distintas técnicas: terapia froidiana con un psicólogo, carta natal con una astróloga (con revolución solar incluida), videntes de varias clases: tarot, runas, borra de café.
La famosa teoría de la prueba y el error no me había dado muy buen resultado: había hecho todas las pruebas y todo me conducía a un error.
Me habían recomendado una modalidad nueva: terapia de vidas anteriores.
El razonamiento para aplicarla se sustentaba en este pensamiento: si no sabes porque te casaste con una persona de la cual ni siquiera estabas enamorada, estas unida por un lazo de una vida anterior (cuestiones karmicas que le dicen). Si te enamoraste perdidamente de una persona que apenas conoces, y te aferras a ella como si fuese la única en el mundo, estas unida por un lazo de una vida anterior (adivinaste, otra cuestión karmica)
Simple, lógico, bastante bizarro.
A falta de algo mas ortodoxo para probar y, presa de la desesperación, decidí hacerla.
- Ahora, voy a pedir permiso para abrir el libro de la… (no recuerdo si dijo vida y alguna otra palabra)…de los archivos akasicos- dijo la terapeuta con vos profunda y casi en un susurro. Y mientras ella hablaba yo me imaginaba un libro viejo, con signos, señales y, porque no, imágenes.
Me sentía confortable. Me había hecho recostar en una otomana. Puesto una almohada bajo mi cabeza y, con una frazada suave y liviana, me arropo.
- Es importante que no sientas frío, y que estés cómoda, para que no te distraigas con alguna sensación de molestia- me explico mientras me cubría con la manta.
Me hizo relajar, practica que yo tenía incorporada por algunos años de yoga. Después me señalo que era posible que visualizara mi “yo superior”. – Vas a sentir como una presencia cerca de ti, no te asustes, porque, seguramente, te va a ayudar en el proceso - y, haciendo una cuenta regresiva, me introdujo a la visión de una vida anterior.
La consigna, de la que habíamos hablado previamente, era hacerme a mi misma la pregunta del porque estaba junto a Dardo, mi marido. Porque, habiendo tantas diferencias (el carácter, los gustos, en realidad todo), me había obligado a unirme en matrimonio con una persona tan distinta y, por la cual, solo sentía un afecto casi amistoso.
En ese momento pensaba que no estaba muy segura de lo que estaba haciendo. Fue solo un reflejo de mi impotencia la que me llevo a este lugar. Y, la pregunta del millón era: que le contestaría cuando no pudiera ver. Como le respondería a sus preguntas, a sus requerimientos.
Yo había reparado que estaba anotando todo lo que sucedía y, seguramente, me iba a preguntar lo que estaba viendo para dejarlo asentado.
-Para que preocuparse- , me dije, -veamos que pasa-.
Al llegar al número uno de la cuenta regresiva, me encontré en un lugar extraño que nunca había visto, en medio de una tormenta de arena, huyendo de alguien que me perseguía. Lo empecé a relatar con vos entrecortada y como si tuviera la boca pastosa. Tenía dificultades para hablar. Luego sentí que me tomaban por la espalda rudamente y me hundían un puñal en el pecho. No se si realmente sentí el dolor, lo que si se es que me habían matado.
Claro que había sido fuerte la visión. Si era el producto de mi imaginación no puedo asegurarlo.
Sin sacarme de ese estado me pregunto quien era la persona que me perseguía. Yo, sin dudarlo, conteste que mi marido, cuando inquirió el porque, respondí, sin pensarlo, porque quería hacerme suya, y para eso, me había raptado. Como yo no quería ser su esposa me escape de su casa, donde me tenía encerrada, y el me busco por el desierto hasta que, al encontrarme, me apuñalo por venganza de mi rechazo y de mi huida. Cuando inquirió sobre la época y el lugar, dije rápidamente, alrededor del 1700 en Turquía.
Después de estas respuestas, la terapeuta expreso unas palabras de agradecimiento por permitir las visiones que había tenido, y, lentamente, me fue sacando del estado de relajación, haciendo una cuenta progresiva.
Cuando abrí los ojos, me hizo sentar y, nos pusimos a conversar del tema.
Le confesé que, ciertamente, la persona que había visto durante la sesión era, hasta físicamente, parecida a mi marido actual. Sentí la sensación de miedo al verme correr por el desierto y pánico al sentirme atacada. Cuando me apuñalo recordé que la terapeuta trato de tranquilizarme.
No se si durante esta conversación o en momentos posteriores estuve pensando sobre los sentimientos y las vivencias que había tenido: podría decirse que era razonable, después de lo visto, porque yo, a Dardo, le tenía miedo, o cierta aprensión cuando me miraba de reojo, por alguna cosa que suponía había hecho mal.
El nunca me insulto, ni me levanto la mano, ni discutía conmigo. La forma de imponerse era por cansancio. Insistía hasta la exasperación y terminaba venciendo mi no, por un si, solo porque yo quería que dejara de pedir. Aun así yo sentía ese ligero temor de su persona. En parte eso era lo que me había impedido, hasta ese momento, pedirle la separación. Yo sentía como una obligación hacia el bastante inexplicable lo que me ataba a su presencia.
De todas maneras esa sesión bien puedo ser producto de la imaginación que, a no dudarlo, tengo en demasía. ¿Quién lo puede saber? Yo en ese momento no.
Quedamos para una próxima entrevista con el fin de continuar la experiencia.
No se si estaba mas confundida, lo que si sentí fue una profunda curiosidad por lo que había vivenciado. Quería volver para tratar de ir al mismo lugar y, de ser posible, ver que encontraba.
Tres días más tarde me encontré nuevamente en el consultorio escuchando la cuenta regresiva de la terapeuta.
La consigna era, en esta oportunidad, igual que la anterior pero, después de preguntar nuevamente porque sentía que estaba con mi marido, debía preguntarme, porque sentía tanto amor, mezclado con miedo a perderlo, hacia Carlos, mi amante.
Al llegar al número uno me encontré nuevamente en el desierto, corriendo en medio de una tormenta de arena. Era creer o creer, igual visión, iguales circunstancias, igual final, solo que la terapeuta me llevo a lo siguiente antes que me apuñalaran salteando ese momento en mi recuerdo, para que no reviva, inútilmente, ese acontecimiento tan dramático y doloroso.
Ante la pregunta de porque estaba tan aferrada a mi amante pude ver un picaporte dorado y mi mano tratando de abrirlo nerviosamente. Vi una cómoda con un gran cristal biselado. Entre los cepillos para el pelo, el peine y los perfumes una carta estaba apoyada contra el marco del espejo.
Vi unas manos abriéndola con apuro y, luego de leerla, una congoja se apodero de mí. Vi como bajaba las escaleras corriendo y salía por la puerta principal hacia el jardín.
Luego, bajo la lluvia, vi un torrente de agua que discurría sobre el cause de un río, y seguía sintiendo una gran angustia.
Me llego la vos de la terapeuta, diciéndome que, si había una situación muy traumática, la pasara por alto y siguiera avanzando con la visión. Vi desde arriba a una joven tendida en el pasto, completamente quieta y mojada, con gente alrededor que le hablaba para hacerla reaccionar, yo la veía cada vez desde más arriba, sabiendo que la muchacha estaba muerta.
Sentí mucha pena y, a la pregunta de la terapeuta de porque se había suicidado, le conteste porque en la carta la abandonaba su novio, un caballero que había partido hacia la guerra y se había enamorado en el frente de otra mujer. A la pregunta de quien era el soldado, respondí que Carlos. Descartado estaba que la muchacha era yo, y que por el abandono me había suicidado.
Cuando, después de la cuenta progresiva de la terapeuta, volví a estar sentada frente a ella, no podía dudar mas, había visto la misma escena de la primera sesión, con los mismos detalles, sintiendo las mismas cosas. Era, si no contundente, algo para tomar en cuenta, la similitud de las imágenes me producía cierta reserva sobre un posible engaño. Era yo con lo que había visto, provocado por el mismo método.
El experimento se había reproducido cabalmente y había dado el mismo resultado: igual prueba, igual resultado. No había error.
Después de una ligera interpretación de la terapeuta, salí del consultorio con más dudas que respuestas. Entendía que la Licenciada, de eso se había recibido, tenía una gran habilidad para lograr que las personas revivieran escenas de, podríamos decir, archivos olvidados de su conciencia. Si uno creía o no en vidas anteriores, no tenía nada que ver con el hecho que lo que se descubría era el motivo de sentimientos y sensaciones con personas con las que, en esta vida, no había una historia previa que las justifique.
Lo que no podía llevar adelante esta licenciada era el tema de la interpretación. Según ella yo debía continuar con mi marido, por que estaba unida por una cuestión karmica, y olvidarme de Carlos, porque…, ella era acolita de los seguidores de Allan Kardec y, además, católica apostólica romana. Creo que más que por cuestiones terapéuticas, era por cuestiones de su religión.
Como era mi costumbre, tome lo que me servia y el resto lo deje sin un mayor cuestionamiento. Para que perder el tiempo del porque de su interpretación, bastante caprichosa a mi entender.
No estaba muy segura de compartir esta experiencia con mi amante. Lo que si sabía era que, de ninguna manera, lo iba a conversar con mi marido. Era negador de todo tipo de terapia y ni siquiera sabía que había ido a una sesión.
Recuerdo mi apuro por solucionar el tema, y recuerdo mi gran aflicción por las decisiones que debía tomar.
Sabía que no quería seguir estando a lado de un hombre que no amaba. Iba contra toda la lógica de mi vida. Vivir bien con quien uno ama, no por dinero, no por estatus, solo por amor.
Sabia que de ninguna manera iba a obligar a nada a Carlos, que, por otra parte, estaba casado y no tenía ninguna intención de separarse. Solo estaba consiente que lo adoraba y que, cada noche, me juraba a mi misma que, si tenía la oportunidad de vivir con el, lo seguiría hasta el fin del mundo, pase lo que pase.
En fin, era una decisión difícil de tomar o no. Era más difícil vivir en la mentira, me decía a mi misma.
Al llegar a casa y ver la luz prendida supe que Dardo ya había llegado del trabajo. Tenía que tomar una resolución y cuanto antes lo hiciera, antes me sentiría en paz.
Al abrir la puerta, su cuerpo se interpuso ante la cocina, y, casi sorprendido, se acerco para besarme. - hola, te estaba esperando, creí que ya estabas en casa- me dijo, buscando mi boca. Yo, casi con descuido, corrí mi cara, poniéndole la mejilla para que me besara. - No te acordás que te avise que me veía con Gladis- mentí, sabiendo que mi amiga siempre me cubría, y, además, sabiendo que el no le iba a preguntar.
– Preparo la comida- dije rapidamente. Trataba de apurar el tiempo de la conversación y, a la vez, huir de su presencia para no tener que enfrentarlo.
- Dale, mientras me ducho. ¿Qué calor hizo hoy? – lo de siempre. Su tema favorito, el tiempo y otras intrascendencias.
Bueno, ahora, a pensar, que mientras se ducha, se viste y come, no va ha tener nada que cuestionar y tengo mi mente libre.
Claro, se lo tengo que decir. Pero lo antes posible. Yo se que el ni se lo espera. Pero eso a mi no me importa, solo debo hacerlo.
Durante la cena, en algún momento vi que se quedo mirándome fijo. - ¿A vos te pasa algo?- me dijo. Esto no estaba en el libreto, el nunca se daba cuenta o inquiría sobre mis estados de animo. Mientras no le reclamara o no le pidiera algo que el no quería hacer, estaba todo bien. Trate de sacarlo de tema haciéndome la distraída – ¿No se a que te referís? – dije y, seguidamente, seguí comiendo para tener la boca ocupada y no hablar.
Dardo pestañeo, apretó los labios, en una actitud de duda y, mirándome de reojo, volvió a preguntar -¿Qué te pasa?- casi en forma desafiante.
En nuestros cuatro años de matrimonio nunca habíamos discutido. Era una convivencia casi amistosa, en donde dejábamos y tomábamos libertad de ambas partes, sin darnos mayores explicaciones.
- Mira, no se que te pasa a vos, que estas tan preguntón, pero a mi no me pasa nada – mentí, tratando de minimizar su pregunta.
- Bueno- dijo mansamente – pero no me engañas, a vos te pasa algo- siguió el argumento desafiante de antes – ya vamos a ver de que se trata- y después de decir esto, se concentro en la televisión sin dirigirme mas la palabra.
Solo, de vez en cuando, me miraba de reojo, sin mover la cara, como dando a entender que sabía que le estaba mintiendo.
Me hacía sentir bastante incomoda, pero, supuestamente, ya sabía porque era. El, finalmente, era un tipo de cuidado.
No iba a ser tan fácil decirle que quería separarme. No iba a querer y, además, me iba a pedir explicaciones y yo, sabia perfectamente, no debía decirle nada que había otro hombre. Suponía el resultado de esta cuestión
Tenia que apurar los tiempos. Yo no iba a resistir mucho su presión. Me sentía acobardada, pero, al mismo tiempo, decidida a finiquitar la cuestión.
Cuando termino el partido, estaba contento porque había ganado su equipo. Le pedí que habláramos y me dijo- ahora soy yo el que no quiero, mañana puede ser, déjame disfrutar este buen momento, porque, por tu cara, no es nada bueno lo que te pasa y no quiero que me arruines el día- y sin saludarme se fue a dormir.
No estaba segura de estar enojada, sabía que no podía obligarlo a que me escuchara. Lo importante, para mi, era tener yo la resolución de hablar. Que iba a decir él era una incógnita, pero bastante predecible.
En la mañana estaba peor que cuando me había acostado. Durante la noche me sentí torturada por las decisiones que debía tomar y el resultado impredecible de estas.
Recordé la protagonista de la película “Durmiendo con el Enemigo”.
Me levante y, después de hacer el desayuno, llame a Dardo.
Cuando se sentó en la mesa, lo mas suavemente posible, le pregunte - ¿ahora si podemos hablar?-
- Bueno, puede ser. ¿Qué te pasa?- me pregunto medio en serio, medio en broma.
Siempre había tenido chispa para los chistes. Siempre había sido el centro de atención en las reuniones.
- Quiero que nos separemos. No quiero vivir mas con vos- le dije, sabiendo que, para mi, era la mejor manera de encarar el tema.
Se rió y, queriendo convencerme me dijo – Buenos, no es para tanto. Ayer estabas enojada, ¿verdad?- ante mi negativa siguió diciendo- no mientas, te sentías mal y yo no quería que me pasaras la factura de tu malestar, por eso te conteste así. No quería pelear- la verdad es que nunca peleamos porque yo, en los años de matrimonio, nunca me opuse a lo que el quería.
- No hay nada que discutir- le dije lo mas serenamente que pude – no quiero vivir mas con vos. Quiero el divorcio. No lo pensé anoche, ya lo vengo pensando hace un tiempo- trate de ser firme en mi determinación.
Su cara se fue transformando, al comprender que no estaba jugando, que era en serio. De incredulidad paso a miedo y siguió con un gesto desencajado de terror. Mientras me negaba mi propuesta – No, no es cierto, no me estas pidiendo esto…- hasta que, finalmente, totalmente colérico, empezó a gritarme. En su discurso enfatizaba en todo lo que había aguantado, soportado, tenido paciencia. En todas las cosas que había hecho en consideración a mi.
Se había puesto de pie y caminaba a grandes zancadas de un lado a otro de la cocina, elevando la vos y agitando los brazos dándole énfasis a sus palabras.
Cuando termino se quedo de pie frente a mi, esperando.
Nuevamente le dije – me quiero separar-
El, agobiado se sentó, apoyo los codos en las rodillas y puso su cara entre las manos y empezó a llorar. – si yo no te obligue, vos estas conmigo porque querès, yo te gane, yo te seduje, tenes que estar conmigo- yo lo escuchaba, pero era como si hablara para si mismo o para otro.
De pronto sentí que el también sabía la historia de la otra vida. Lentamente se puso de pie y, su cara, una mascara de pavor y odio, me recordó a la del turco que había visto en la regresión.
En ese instante supe que me iba a atacar y me acerque a la mesa donde estaban los cuchillos. Dándole la espalda tome el mas grande y, al darme vuelta, lo escondí atrás mío. Sentía mucho miedo. No se de donde saque fuerzas y le dije, con un hilo de vos – no te acerques por favor-
Como un animal acorralado se hecho encima mío. Yo sabía cual era mi fin, lo había revivido dos veces y, con toda la fuerza, apuntando el cuchillo a su estomago, lo espere, tratando que se le clavara la hoja. Sentí su grito y todo se puso negro. Me desmaye.
Cuando reaccione, estaba acostado sobre las baldosas de la cocina. Al mover las manos las sentí pegajosas. Tenía un gran peso sobre mi cuerpo, era Dardo y no respiraba. Y, al contrario de lo que hubiera imaginado, me sentí tranquila, en paz.
Me levante, fui al baño a lavarme la sangre que había en mis manos y llame a la policía.
- De acuerdo a como me relataste que fueron los hechos fue en defensa propia. Aunque no haya testigos, es posible que te den dos años en suspenso. No vas a ir ni un día a la cárcel- me aseguro mi abogado.
Yo estaba resignada. No atemorizada. Me sentía vacía. Ayer segura y con dos hombres: uno que me quería, otro a quien querer. Hoy había matado a un inocente por temores internos, de otro tiempo.
Yo sabía que él no me había atacado. No tuvo oportunidad. Yo, primero, lo mate, y, después, ¿le pediría explicación sobre que iba a hacer?
- Esta bien, gracias- dije con desencanto.
Me aislé, al punto de no ver a nadie ni contestar llamados.
Cuanto tiempo podría mantener la mentira de defensa propia. Había matado y, ahora, ¿como seguía el karma?
Cuando tenía que salir a comprar comida, elegía la noche y caminaba hasta otro barrio para no encontrarme con gente conocida. No quería ver ni que me vieran.
A la semana, una noche al salir encontré a Carlos esperándome. Me abrazo fuerte y trato de consolarme-yo se que lo hiciste por mi, por lo nuestro ¿es cierto? ¿El se entero? ¿Te ataco?- me bombardeo a preguntas y yo no quería mentir, pero tampoco podía explicar que mi miedo, que era de otra época, fue mortal para Dardo.
Le suplique – por favor, ahora no, espera que te llame. No puedo hablar con nadie. Después te explico- en realidad no podía explicar nada, la situación era inexplicable.
- Sobreseída del cargo. Queda en libertad- me dijo la jueza. El abogado había hecho bien su trabajo. Y yo también.
Una pregunta: me había cargado el karma por la muerte o me había desembarazado de él. Quien lo sabía. Yo, ni ahí, que iba a volver a la terapeuta, ya lo sabría si leía el diario. Pero yo no contestaba el teléfono, así que, si me llamo, ni enterada estaba.
Carlos empezó a perseguirme, con el mismo tesón que lo había hecho Dardo.
Yo lo amaba pero, había un muerto por él, que quería decir, que significaba a esta altura, mi juramente, “si estoy con él lo seguiré a donde quiera” no lo se, no quiero ni pensarlo.
Me sentía un envase sin contenido y, para colmo, descartable.
- No te quiero ver mas, ya lo que fue no es posible- le dije a Carlos después de tres meses de persecución por su parte. Creí así, de algún modo, expiar mi culpa. No sabía que podía ser de aquí en más mi vida. De lo que estaba segura es que no podía estar al lado de un hombre que había provocado en mí el titulo de asesina. Me absolvieron, pero yo no sentía así. Me sentía culpable.
Vendí el departamento y me mude. Solo el portero del edificio tenía mi dirección a donde me enviaba la correspondencia mensualmente.
Sentía que aislarme y no tener contacto con ninguna persona de mi vida anterior podía permitirme alguna posibilidad de calmar mi culpa.
Al llegar las cartas, las personales las apartaba sin leerlas. El resto, cuentas y facturas las pagaba y archivaba. Un día reconocí en una carta la letra de Carlos y, por curiosidad la abrí y me puse a leerla. Al terminar su lectura, tenía la cara cubierta de lágrimas. La congoja del pecho no me dejaba respirar y la sensación de muerte por mano propia era una cosa cierta.
Sin proponérmelo lo había logrado, el karma fue pagado. Carlos se había suicidado.
Silvia Mottes
Tormenta
Pagar karma
Tenemos la pretensión de saber exactamente lo que hacemos. El porque y el porque no de cada cosa. Cada meta que nos proponemos, en caso de no cumplirla, tiene una sola explicación: el otro no me lo permite: el otro, los otros, las circunstancias ajenas a mi.
Soy una persona bastante cerebral. Me guío por mi pensamiento más que por mis sentimientos.
Me encontraba en un dilema, más allá de mi entendimiento: el porque estaba casada con un hombre y amaba a otro.
No hallaba una explicación y tenía que hacer algo al respecto y, para ello, primero debía saber de que se trataba. Busque soluciones en distintos lugares y con distintas técnicas: terapia froidiana con un psicólogo, carta natal con una astróloga (con revolución solar incluida), videntes de varias clases: tarot, runas, borra de café.
La famosa teoría de la prueba y el error no me había dado muy buen resultado: había hecho todas las pruebas y todo me conducía a un error.
Me habían recomendado una modalidad nueva: terapia de vidas anteriores.
El razonamiento para aplicarla se sustentaba en este pensamiento: si no sabes porque te casaste con una persona de la cual ni siquiera estabas enamorada, estas unida por un lazo de una vida anterior (cuestiones karmicas que le dicen). Si te enamoraste perdidamente de una persona que apenas conoces, y te aferras a ella como si fuese la única en el mundo, estas unida por un lazo de una vida anterior (adivinaste, otra cuestión karmica)
Simple, lógico, bastante bizarro.
A falta de algo mas ortodoxo para probar y, presa de la desesperación, decidí hacerla.
- Ahora, voy a pedir permiso para abrir el libro de la… (no recuerdo si dijo vida y alguna otra palabra)…de los archivos akasicos- dijo la terapeuta con vos profunda y casi en un susurro. Y mientras ella hablaba yo me imaginaba un libro viejo, con signos, señales y, porque no, imágenes.
Me sentía confortable. Me había hecho recostar en una otomana. Puesto una almohada bajo mi cabeza y, con una frazada suave y liviana, me arropo.
- Es importante que no sientas frío, y que estés cómoda, para que no te distraigas con alguna sensación de molestia- me explico mientras me cubría con la manta.
Me hizo relajar, practica que yo tenía incorporada por algunos años de yoga. Después me señalo que era posible que visualizara mi “yo superior”. – Vas a sentir como una presencia cerca de ti, no te asustes, porque, seguramente, te va a ayudar en el proceso - y, haciendo una cuenta regresiva, me introdujo a la visión de una vida anterior.
La consigna, de la que habíamos hablado previamente, era hacerme a mi misma la pregunta del porque estaba junto a Dardo, mi marido. Porque, habiendo tantas diferencias (el carácter, los gustos, en realidad todo), me había obligado a unirme en matrimonio con una persona tan distinta y, por la cual, solo sentía un afecto casi amistoso.
En ese momento pensaba que no estaba muy segura de lo que estaba haciendo. Fue solo un reflejo de mi impotencia la que me llevo a este lugar. Y, la pregunta del millón era: que le contestaría cuando no pudiera ver. Como le respondería a sus preguntas, a sus requerimientos.
Yo había reparado que estaba anotando todo lo que sucedía y, seguramente, me iba a preguntar lo que estaba viendo para dejarlo asentado.
-Para que preocuparse- , me dije, -veamos que pasa-.
Al llegar al número uno de la cuenta regresiva, me encontré en un lugar extraño que nunca había visto, en medio de una tormenta de arena, huyendo de alguien que me perseguía. Lo empecé a relatar con vos entrecortada y como si tuviera la boca pastosa. Tenía dificultades para hablar. Luego sentí que me tomaban por la espalda rudamente y me hundían un puñal en el pecho. No se si realmente sentí el dolor, lo que si se es que me habían matado.
Claro que había sido fuerte la visión. Si era el producto de mi imaginación no puedo asegurarlo.
Sin sacarme de ese estado me pregunto quien era la persona que me perseguía. Yo, sin dudarlo, conteste que mi marido, cuando inquirió el porque, respondí, sin pensarlo, porque quería hacerme suya, y para eso, me había raptado. Como yo no quería ser su esposa me escape de su casa, donde me tenía encerrada, y el me busco por el desierto hasta que, al encontrarme, me apuñalo por venganza de mi rechazo y de mi huida. Cuando inquirió sobre la época y el lugar, dije rápidamente, alrededor del 1700 en Turquía.
Después de estas respuestas, la terapeuta expreso unas palabras de agradecimiento por permitir las visiones que había tenido, y, lentamente, me fue sacando del estado de relajación, haciendo una cuenta progresiva.
Cuando abrí los ojos, me hizo sentar y, nos pusimos a conversar del tema.
Le confesé que, ciertamente, la persona que había visto durante la sesión era, hasta físicamente, parecida a mi marido actual. Sentí la sensación de miedo al verme correr por el desierto y pánico al sentirme atacada. Cuando me apuñalo recordé que la terapeuta trato de tranquilizarme.
No se si durante esta conversación o en momentos posteriores estuve pensando sobre los sentimientos y las vivencias que había tenido: podría decirse que era razonable, después de lo visto, porque yo, a Dardo, le tenía miedo, o cierta aprensión cuando me miraba de reojo, por alguna cosa que suponía había hecho mal.
El nunca me insulto, ni me levanto la mano, ni discutía conmigo. La forma de imponerse era por cansancio. Insistía hasta la exasperación y terminaba venciendo mi no, por un si, solo porque yo quería que dejara de pedir. Aun así yo sentía ese ligero temor de su persona. En parte eso era lo que me había impedido, hasta ese momento, pedirle la separación. Yo sentía como una obligación hacia el bastante inexplicable lo que me ataba a su presencia.
De todas maneras esa sesión bien puedo ser producto de la imaginación que, a no dudarlo, tengo en demasía. ¿Quién lo puede saber? Yo en ese momento no.
Quedamos para una próxima entrevista con el fin de continuar la experiencia.
No se si estaba mas confundida, lo que si sentí fue una profunda curiosidad por lo que había vivenciado. Quería volver para tratar de ir al mismo lugar y, de ser posible, ver que encontraba.
Tres días más tarde me encontré nuevamente en el consultorio escuchando la cuenta regresiva de la terapeuta.
La consigna era, en esta oportunidad, igual que la anterior pero, después de preguntar nuevamente porque sentía que estaba con mi marido, debía preguntarme, porque sentía tanto amor, mezclado con miedo a perderlo, hacia Carlos, mi amante.
Al llegar al número uno me encontré nuevamente en el desierto, corriendo en medio de una tormenta de arena. Era creer o creer, igual visión, iguales circunstancias, igual final, solo que la terapeuta me llevo a lo siguiente antes que me apuñalaran salteando ese momento en mi recuerdo, para que no reviva, inútilmente, ese acontecimiento tan dramático y doloroso.
Ante la pregunta de porque estaba tan aferrada a mi amante pude ver un picaporte dorado y mi mano tratando de abrirlo nerviosamente. Vi una cómoda con un gran cristal biselado. Entre los cepillos para el pelo, el peine y los perfumes una carta estaba apoyada contra el marco del espejo.
Vi unas manos abriéndola con apuro y, luego de leerla, una congoja se apodero de mí. Vi como bajaba las escaleras corriendo y salía por la puerta principal hacia el jardín.
Luego, bajo la lluvia, vi un torrente de agua que discurría sobre el cause de un río, y seguía sintiendo una gran angustia.
Me llego la vos de la terapeuta, diciéndome que, si había una situación muy traumática, la pasara por alto y siguiera avanzando con la visión. Vi desde arriba a una joven tendida en el pasto, completamente quieta y mojada, con gente alrededor que le hablaba para hacerla reaccionar, yo la veía cada vez desde más arriba, sabiendo que la muchacha estaba muerta.
Sentí mucha pena y, a la pregunta de la terapeuta de porque se había suicidado, le conteste porque en la carta la abandonaba su novio, un caballero que había partido hacia la guerra y se había enamorado en el frente de otra mujer. A la pregunta de quien era el soldado, respondí que Carlos. Descartado estaba que la muchacha era yo, y que por el abandono me había suicidado.
Cuando, después de la cuenta progresiva de la terapeuta, volví a estar sentada frente a ella, no podía dudar mas, había visto la misma escena de la primera sesión, con los mismos detalles, sintiendo las mismas cosas. Era, si no contundente, algo para tomar en cuenta, la similitud de las imágenes me producía cierta reserva sobre un posible engaño. Era yo con lo que había visto, provocado por el mismo método.
El experimento se había reproducido cabalmente y había dado el mismo resultado: igual prueba, igual resultado. No había error.
Después de una ligera interpretación de la terapeuta, salí del consultorio con más dudas que respuestas. Entendía que la Licenciada, de eso se había recibido, tenía una gran habilidad para lograr que las personas revivieran escenas de, podríamos decir, archivos olvidados de su conciencia. Si uno creía o no en vidas anteriores, no tenía nada que ver con el hecho que lo que se descubría era el motivo de sentimientos y sensaciones con personas con las que, en esta vida, no había una historia previa que las justifique.
Lo que no podía llevar adelante esta licenciada era el tema de la interpretación. Según ella yo debía continuar con mi marido, por que estaba unida por una cuestión karmica, y olvidarme de Carlos, porque…, ella era acolita de los seguidores de Allan Kardec y, además, católica apostólica romana. Creo que más que por cuestiones terapéuticas, era por cuestiones de su religión.
Como era mi costumbre, tome lo que me servia y el resto lo deje sin un mayor cuestionamiento. Para que perder el tiempo del porque de su interpretación, bastante caprichosa a mi entender.
No estaba muy segura de compartir esta experiencia con mi amante. Lo que si sabía era que, de ninguna manera, lo iba a conversar con mi marido. Era negador de todo tipo de terapia y ni siquiera sabía que había ido a una sesión.
Recuerdo mi apuro por solucionar el tema, y recuerdo mi gran aflicción por las decisiones que debía tomar.
Sabía que no quería seguir estando a lado de un hombre que no amaba. Iba contra toda la lógica de mi vida. Vivir bien con quien uno ama, no por dinero, no por estatus, solo por amor.
Sabia que de ninguna manera iba a obligar a nada a Carlos, que, por otra parte, estaba casado y no tenía ninguna intención de separarse. Solo estaba consiente que lo adoraba y que, cada noche, me juraba a mi misma que, si tenía la oportunidad de vivir con el, lo seguiría hasta el fin del mundo, pase lo que pase.
En fin, era una decisión difícil de tomar o no. Era más difícil vivir en la mentira, me decía a mi misma.
Al llegar a casa y ver la luz prendida supe que Dardo ya había llegado del trabajo. Tenía que tomar una resolución y cuanto antes lo hiciera, antes me sentiría en paz.
Al abrir la puerta, su cuerpo se interpuso ante la cocina, y, casi sorprendido, se acerco para besarme. - hola, te estaba esperando, creí que ya estabas en casa- me dijo, buscando mi boca. Yo, casi con descuido, corrí mi cara, poniéndole la mejilla para que me besara. - No te acordás que te avise que me veía con Gladis- mentí, sabiendo que mi amiga siempre me cubría, y, además, sabiendo que el no le iba a preguntar.
– Preparo la comida- dije rapidamente. Trataba de apurar el tiempo de la conversación y, a la vez, huir de su presencia para no tener que enfrentarlo.
- Dale, mientras me ducho. ¿Qué calor hizo hoy? – lo de siempre. Su tema favorito, el tiempo y otras intrascendencias.
Bueno, ahora, a pensar, que mientras se ducha, se viste y come, no va ha tener nada que cuestionar y tengo mi mente libre.
Claro, se lo tengo que decir. Pero lo antes posible. Yo se que el ni se lo espera. Pero eso a mi no me importa, solo debo hacerlo.
Durante la cena, en algún momento vi que se quedo mirándome fijo. - ¿A vos te pasa algo?- me dijo. Esto no estaba en el libreto, el nunca se daba cuenta o inquiría sobre mis estados de animo. Mientras no le reclamara o no le pidiera algo que el no quería hacer, estaba todo bien. Trate de sacarlo de tema haciéndome la distraída – ¿No se a que te referís? – dije y, seguidamente, seguí comiendo para tener la boca ocupada y no hablar.
Dardo pestañeo, apretó los labios, en una actitud de duda y, mirándome de reojo, volvió a preguntar -¿Qué te pasa?- casi en forma desafiante.
En nuestros cuatro años de matrimonio nunca habíamos discutido. Era una convivencia casi amistosa, en donde dejábamos y tomábamos libertad de ambas partes, sin darnos mayores explicaciones.
- Mira, no se que te pasa a vos, que estas tan preguntón, pero a mi no me pasa nada – mentí, tratando de minimizar su pregunta.
- Bueno- dijo mansamente – pero no me engañas, a vos te pasa algo- siguió el argumento desafiante de antes – ya vamos a ver de que se trata- y después de decir esto, se concentro en la televisión sin dirigirme mas la palabra.
Solo, de vez en cuando, me miraba de reojo, sin mover la cara, como dando a entender que sabía que le estaba mintiendo.
Me hacía sentir bastante incomoda, pero, supuestamente, ya sabía porque era. El, finalmente, era un tipo de cuidado.
No iba a ser tan fácil decirle que quería separarme. No iba a querer y, además, me iba a pedir explicaciones y yo, sabia perfectamente, no debía decirle nada que había otro hombre. Suponía el resultado de esta cuestión
Tenia que apurar los tiempos. Yo no iba a resistir mucho su presión. Me sentía acobardada, pero, al mismo tiempo, decidida a finiquitar la cuestión.
Cuando termino el partido, estaba contento porque había ganado su equipo. Le pedí que habláramos y me dijo- ahora soy yo el que no quiero, mañana puede ser, déjame disfrutar este buen momento, porque, por tu cara, no es nada bueno lo que te pasa y no quiero que me arruines el día- y sin saludarme se fue a dormir.
No estaba segura de estar enojada, sabía que no podía obligarlo a que me escuchara. Lo importante, para mi, era tener yo la resolución de hablar. Que iba a decir él era una incógnita, pero bastante predecible.
En la mañana estaba peor que cuando me había acostado. Durante la noche me sentí torturada por las decisiones que debía tomar y el resultado impredecible de estas.
Recordé la protagonista de la película “Durmiendo con el Enemigo”.
Me levante y, después de hacer el desayuno, llame a Dardo.
Cuando se sentó en la mesa, lo mas suavemente posible, le pregunte - ¿ahora si podemos hablar?-
- Bueno, puede ser. ¿Qué te pasa?- me pregunto medio en serio, medio en broma.
Siempre había tenido chispa para los chistes. Siempre había sido el centro de atención en las reuniones.
- Quiero que nos separemos. No quiero vivir mas con vos- le dije, sabiendo que, para mi, era la mejor manera de encarar el tema.
Se rió y, queriendo convencerme me dijo – Buenos, no es para tanto. Ayer estabas enojada, ¿verdad?- ante mi negativa siguió diciendo- no mientas, te sentías mal y yo no quería que me pasaras la factura de tu malestar, por eso te conteste así. No quería pelear- la verdad es que nunca peleamos porque yo, en los años de matrimonio, nunca me opuse a lo que el quería.
- No hay nada que discutir- le dije lo mas serenamente que pude – no quiero vivir mas con vos. Quiero el divorcio. No lo pensé anoche, ya lo vengo pensando hace un tiempo- trate de ser firme en mi determinación.
Su cara se fue transformando, al comprender que no estaba jugando, que era en serio. De incredulidad paso a miedo y siguió con un gesto desencajado de terror. Mientras me negaba mi propuesta – No, no es cierto, no me estas pidiendo esto…- hasta que, finalmente, totalmente colérico, empezó a gritarme. En su discurso enfatizaba en todo lo que había aguantado, soportado, tenido paciencia. En todas las cosas que había hecho en consideración a mi.
Se había puesto de pie y caminaba a grandes zancadas de un lado a otro de la cocina, elevando la vos y agitando los brazos dándole énfasis a sus palabras.
Cuando termino se quedo de pie frente a mi, esperando.
Nuevamente le dije – me quiero separar-
El, agobiado se sentó, apoyo los codos en las rodillas y puso su cara entre las manos y empezó a llorar. – si yo no te obligue, vos estas conmigo porque querès, yo te gane, yo te seduje, tenes que estar conmigo- yo lo escuchaba, pero era como si hablara para si mismo o para otro.
De pronto sentí que el también sabía la historia de la otra vida. Lentamente se puso de pie y, su cara, una mascara de pavor y odio, me recordó a la del turco que había visto en la regresión.
En ese instante supe que me iba a atacar y me acerque a la mesa donde estaban los cuchillos. Dándole la espalda tome el mas grande y, al darme vuelta, lo escondí atrás mío. Sentía mucho miedo. No se de donde saque fuerzas y le dije, con un hilo de vos – no te acerques por favor-
Como un animal acorralado se hecho encima mío. Yo sabía cual era mi fin, lo había revivido dos veces y, con toda la fuerza, apuntando el cuchillo a su estomago, lo espere, tratando que se le clavara la hoja. Sentí su grito y todo se puso negro. Me desmaye.
Cuando reaccione, estaba acostado sobre las baldosas de la cocina. Al mover las manos las sentí pegajosas. Tenía un gran peso sobre mi cuerpo, era Dardo y no respiraba. Y, al contrario de lo que hubiera imaginado, me sentí tranquila, en paz.
Me levante, fui al baño a lavarme la sangre que había en mis manos y llame a la policía.
- De acuerdo a como me relataste que fueron los hechos fue en defensa propia. Aunque no haya testigos, es posible que te den dos años en suspenso. No vas a ir ni un día a la cárcel- me aseguro mi abogado.
Yo estaba resignada. No atemorizada. Me sentía vacía. Ayer segura y con dos hombres: uno que me quería, otro a quien querer. Hoy había matado a un inocente por temores internos, de otro tiempo.
Yo sabía que él no me había atacado. No tuvo oportunidad. Yo, primero, lo mate, y, después, ¿le pediría explicación sobre que iba a hacer?
- Esta bien, gracias- dije con desencanto.
Me aislé, al punto de no ver a nadie ni contestar llamados.
Cuanto tiempo podría mantener la mentira de defensa propia. Había matado y, ahora, ¿como seguía el karma?
Cuando tenía que salir a comprar comida, elegía la noche y caminaba hasta otro barrio para no encontrarme con gente conocida. No quería ver ni que me vieran.
A la semana, una noche al salir encontré a Carlos esperándome. Me abrazo fuerte y trato de consolarme-yo se que lo hiciste por mi, por lo nuestro ¿es cierto? ¿El se entero? ¿Te ataco?- me bombardeo a preguntas y yo no quería mentir, pero tampoco podía explicar que mi miedo, que era de otra época, fue mortal para Dardo.
Le suplique – por favor, ahora no, espera que te llame. No puedo hablar con nadie. Después te explico- en realidad no podía explicar nada, la situación era inexplicable.
- Sobreseída del cargo. Queda en libertad- me dijo la jueza. El abogado había hecho bien su trabajo. Y yo también.
Una pregunta: me había cargado el karma por la muerte o me había desembarazado de él. Quien lo sabía. Yo, ni ahí, que iba a volver a la terapeuta, ya lo sabría si leía el diario. Pero yo no contestaba el teléfono, así que, si me llamo, ni enterada estaba.
Carlos empezó a perseguirme, con el mismo tesón que lo había hecho Dardo.
Yo lo amaba pero, había un muerto por él, que quería decir, que significaba a esta altura, mi juramente, “si estoy con él lo seguiré a donde quiera” no lo se, no quiero ni pensarlo.
Me sentía un envase sin contenido y, para colmo, descartable.
- No te quiero ver mas, ya lo que fue no es posible- le dije a Carlos después de tres meses de persecución por su parte. Creí así, de algún modo, expiar mi culpa. No sabía que podía ser de aquí en más mi vida. De lo que estaba segura es que no podía estar al lado de un hombre que había provocado en mí el titulo de asesina. Me absolvieron, pero yo no sentía así. Me sentía culpable.
Vendí el departamento y me mude. Solo el portero del edificio tenía mi dirección a donde me enviaba la correspondencia mensualmente.
Sentía que aislarme y no tener contacto con ninguna persona de mi vida anterior podía permitirme alguna posibilidad de calmar mi culpa.
Al llegar las cartas, las personales las apartaba sin leerlas. El resto, cuentas y facturas las pagaba y archivaba. Un día reconocí en una carta la letra de Carlos y, por curiosidad la abrí y me puse a leerla. Al terminar su lectura, tenía la cara cubierta de lágrimas. La congoja del pecho no me dejaba respirar y la sensación de muerte por mano propia era una cosa cierta.
Sin proponérmelo lo había logrado, el karma fue pagado. Carlos se había suicidado.
Silvia Mottes