Venas con humo y palabras.
Esos ojos detrás del cristal son dos negros cautivos cruzando el mar.
De repente notamos cómo la cama caía debajo nuestros cuerpos, de un modo muy parecido a esa extraña situación que vivimos muchas veces antes de dormirnos. Pero aquello fue diferente: empezamos a volar. Alto, muy alto. Huyendo de la caída que quería arrastrarnos a las profundidades.
El denso humo de olor a verde y a dolor inundaba la habitación de esperanza, tapándonos la vista cual nube densa de un día que clareaba. Nos conocimos en el fondo y, aunque a veces volvíamos allí, habíamos conseguido oler la superficie. El avance era cada vez más notable. Pronto seríamos capaces de hablarle (más bien gritarle) al mundo a boca descubierta. Nuestras manos se juntaron con fuerza, como polos opuestos, cuando nos perdimos de vista. Su mano eternamente helada me reconfortaba.
- Me gusta tu mano. Quema.
Su voz disipó el humo que acababa de exhalar de mi última calada y pude entrever su rostro a través de mi respiración mientras le pasaba el porro. Nunca me había fijado en él antes. Al menos, no de ese modo. Tenía calor.
Seguíamos volando sin rumbo. Tan solo The Cure se oía a nuestro alrededor, como un baño de tinieblas. El no sentir nada, el percibirlo todo, su mano, las nubes, la música y el vacío que habíamos dejado caer y que ahora había desaparecido, fue como entrar en una nueva fase. Por fin habíamos huido de nosotros mismos. La libertad (personal, ya que, de momento, no se puede conseguir otra) se abría ante nosotros como un cielo extenso con nubes con sabor a maría, y estábamos volando en él.
- Acábatelo tú, ya no me acuerdo ni del primero de ésta noche -, dijo rozando sus dedos con los míos.
Acto seguido, una explosiva colisión tuvo lugar en nuestros ojos. El mundo se detuvo. Nunca había creído que unos ojos pudieran tener esa fuerza. Millones de agujas me perforaban dejándome absurdamente indefensa. La gravedad reapareció de repente, como un poderoso y muy pesado martillo, y noté como su cara se acercaba a mí. Hubo un rayo, una descarga eléctrica que envié de mi columna vertebral a la suya. Empezamos a desnudarnos.
+Blog
Esos ojos detrás del cristal son dos negros cautivos cruzando el mar.
De repente notamos cómo la cama caía debajo nuestros cuerpos, de un modo muy parecido a esa extraña situación que vivimos muchas veces antes de dormirnos. Pero aquello fue diferente: empezamos a volar. Alto, muy alto. Huyendo de la caída que quería arrastrarnos a las profundidades.
El denso humo de olor a verde y a dolor inundaba la habitación de esperanza, tapándonos la vista cual nube densa de un día que clareaba. Nos conocimos en el fondo y, aunque a veces volvíamos allí, habíamos conseguido oler la superficie. El avance era cada vez más notable. Pronto seríamos capaces de hablarle (más bien gritarle) al mundo a boca descubierta. Nuestras manos se juntaron con fuerza, como polos opuestos, cuando nos perdimos de vista. Su mano eternamente helada me reconfortaba.
- Me gusta tu mano. Quema.
Su voz disipó el humo que acababa de exhalar de mi última calada y pude entrever su rostro a través de mi respiración mientras le pasaba el porro. Nunca me había fijado en él antes. Al menos, no de ese modo. Tenía calor.
Seguíamos volando sin rumbo. Tan solo The Cure se oía a nuestro alrededor, como un baño de tinieblas. El no sentir nada, el percibirlo todo, su mano, las nubes, la música y el vacío que habíamos dejado caer y que ahora había desaparecido, fue como entrar en una nueva fase. Por fin habíamos huido de nosotros mismos. La libertad (personal, ya que, de momento, no se puede conseguir otra) se abría ante nosotros como un cielo extenso con nubes con sabor a maría, y estábamos volando en él.
- Acábatelo tú, ya no me acuerdo ni del primero de ésta noche -, dijo rozando sus dedos con los míos.
Acto seguido, una explosiva colisión tuvo lugar en nuestros ojos. El mundo se detuvo. Nunca había creído que unos ojos pudieran tener esa fuerza. Millones de agujas me perforaban dejándome absurdamente indefensa. La gravedad reapareció de repente, como un poderoso y muy pesado martillo, y noté como su cara se acercaba a mí. Hubo un rayo, una descarga eléctrica que envié de mi columna vertebral a la suya. Empezamos a desnudarnos.
+Blog