Venas con humo y palabras.
Un chute de imaginación para seguir.
De repente se sorprendió, después de observar el retrato de un desconocido, conociéndolo por casualidades increíbles de la vida. Se imaginó feliz, cogida de su mano en una playa en una tarde de invierno. Imaginó que sonreía como nunca antes lo había hecho. Se vió en su cama, contándoselo a sus amigas, ellas felices contando cosas similares. Imaginó una vida de risas y abrazos, de besos de la persona idónea en los momentos precisos, de estudios increíbles en la ESCAC, de alfombras rojas y de recuerdos felices de su infancia, de los amores de su adolescencia. Y descubrió que su corazón palpitaba a una velocidad insospechada con tan sólo unas imágenes sacadas de los sueños, de los rincones más recónditos de su extraño cerebro lleno de serrín. Se dió cuenta, también, de que por un momento se había sentido una persona. Que había sentido vida en su interior. Con las manos en la cabeza recordó que no debía abusar de la imaginación, porque solía jugarle malas pasadas, solía darle esperanza. Pero siempre volvía a caer en sus redes. Ya no podía dejarlo y cada vez augmentaban más los chutes de imaginación. Simplemente para seguir, decía. Hasta que un día jamás despertó.
La encontraron en su cama, sonriéndole a nadie, mirando a un invisible con la mirada brillante y vacía.
Un chute de imaginación para seguir.
De repente se sorprendió, después de observar el retrato de un desconocido, conociéndolo por casualidades increíbles de la vida. Se imaginó feliz, cogida de su mano en una playa en una tarde de invierno. Imaginó que sonreía como nunca antes lo había hecho. Se vió en su cama, contándoselo a sus amigas, ellas felices contando cosas similares. Imaginó una vida de risas y abrazos, de besos de la persona idónea en los momentos precisos, de estudios increíbles en la ESCAC, de alfombras rojas y de recuerdos felices de su infancia, de los amores de su adolescencia. Y descubrió que su corazón palpitaba a una velocidad insospechada con tan sólo unas imágenes sacadas de los sueños, de los rincones más recónditos de su extraño cerebro lleno de serrín. Se dió cuenta, también, de que por un momento se había sentido una persona. Que había sentido vida en su interior. Con las manos en la cabeza recordó que no debía abusar de la imaginación, porque solía jugarle malas pasadas, solía darle esperanza. Pero siempre volvía a caer en sus redes. Ya no podía dejarlo y cada vez augmentaban más los chutes de imaginación. Simplemente para seguir, decía. Hasta que un día jamás despertó.
La encontraron en su cama, sonriéndole a nadie, mirando a un invisible con la mirada brillante y vacía.