Mishifuelgato
Una mujer comenzó a bailar
De repente, una mujer comenzó a bailar por el pueblo. Sin previo aviso, sin justificación aparente, simplemente bailó. La gente, al principio, la observaba con curiosidad, pero cuando su danzar no paraba, sino que se volvía cada vez más persistente, más alocado, acabaron decidiendo que uno de ellos fuera a avisar al policía del pueblo. Unos minutos después apareció el policía y les preguntó:
-¿Qué ocurre? ¿qué pasa con esa mujer? -preguntó para que le informasen-
-Pues que está bailando y no para de bailar, no sabemos que hacer -dijo uno de los pueblerinos, con un tono intranquilo-
-Pero bailar no es delito ¿qué quiere que haga yo? -le preguntó el policía al resto, extrañado-
-Algo hay que hacer, señor.
-Lo siento, señores, pero aquí no se me necesita para nada. Procuren no incordiar con menudencias -sentenció con autoridad-.
Ella siguió bailando y los pueblerinos se intranquilizaron. Empezaron a debatir:
-Pero no podemos permitir que siga bailando ¿y si no para nunca? -preguntó uno-.
-Alguna vez tendrá que parar -afirmó otro de ellos, con la esperanza de que la situación retornase a la normalidad.
-Uno de nosotros debe de acercarse y decirle que pare -dijo otro, como si de repente hubiese hilado una idea genial-.
Nadie se acercó y la mujer siguió bailando, y bailó durante horas sin que nadie se acercase, hasta que al final nadie reparó en ella ¿Qué había pasado? ¿dónde estaban todos los chismorreos de horas atrás? Desaparecieron, y lo hicieron porque a nadie le importaba lo que hiciera, porque pese a sus prejuicios, se dieron cuenta de que nada cambiaba porque la mujer bailase, que todo seguía exactamente igual. Y ella, quizá, si tenía un propósito, uno que ellos desconocían, y es el de hacer una pequeña revolución sin violencia, cargada de pedagogía: bailaría hasta que nadie considerase que una mujer no puede hacerlo, o que hay un límite, hasta que no importase lo que hiciera. Y muchas otras mujeres, en otros lugares, la imitaron, y así se vio que todo el entramado que se había construido respecto a lo que debían hacer los hombres y las mujeres carecía de sentido.
Una mujer comenzó a bailar
De repente, una mujer comenzó a bailar por el pueblo. Sin previo aviso, sin justificación aparente, simplemente bailó. La gente, al principio, la observaba con curiosidad, pero cuando su danzar no paraba, sino que se volvía cada vez más persistente, más alocado, acabaron decidiendo que uno de ellos fuera a avisar al policía del pueblo. Unos minutos después apareció el policía y les preguntó:
-¿Qué ocurre? ¿qué pasa con esa mujer? -preguntó para que le informasen-
-Pues que está bailando y no para de bailar, no sabemos que hacer -dijo uno de los pueblerinos, con un tono intranquilo-
-Pero bailar no es delito ¿qué quiere que haga yo? -le preguntó el policía al resto, extrañado-
-Algo hay que hacer, señor.
-Lo siento, señores, pero aquí no se me necesita para nada. Procuren no incordiar con menudencias -sentenció con autoridad-.
Ella siguió bailando y los pueblerinos se intranquilizaron. Empezaron a debatir:
-Pero no podemos permitir que siga bailando ¿y si no para nunca? -preguntó uno-.
-Alguna vez tendrá que parar -afirmó otro de ellos, con la esperanza de que la situación retornase a la normalidad.
-Uno de nosotros debe de acercarse y decirle que pare -dijo otro, como si de repente hubiese hilado una idea genial-.
Nadie se acercó y la mujer siguió bailando, y bailó durante horas sin que nadie se acercase, hasta que al final nadie reparó en ella ¿Qué había pasado? ¿dónde estaban todos los chismorreos de horas atrás? Desaparecieron, y lo hicieron porque a nadie le importaba lo que hiciera, porque pese a sus prejuicios, se dieron cuenta de que nada cambiaba porque la mujer bailase, que todo seguía exactamente igual. Y ella, quizá, si tenía un propósito, uno que ellos desconocían, y es el de hacer una pequeña revolución sin violencia, cargada de pedagogía: bailaría hasta que nadie considerase que una mujer no puede hacerlo, o que hay un límite, hasta que no importase lo que hiciera. Y muchas otras mujeres, en otros lugares, la imitaron, y así se vio que todo el entramado que se había construido respecto a lo que debían hacer los hombres y las mujeres carecía de sentido.