Gonzalo y Ana María
El Túnel
Era noche cerrada cuando íbamos caminando por una calle que conducía a un túnel que había que atravesar, irremisiblemente, para llegar a nuestro destino. Su aspecto era tenebroso y dudamos entre seguir o volver, a costa de dar un rodeo. Como era muy tarde y el túnel no parecía muy largo, decidimos cruzarlo a paso ligero. Cuando nos encontrábamos aproximadamente a la mitad del recorrido, se apagaron las luces de toda la ciudad. Era como una premonición, no sabíamos qué hacer, nos temblaban las piernas y un frío nervioso recorrió nuestra médula espinal.
De repente, se me ocurrió encender una cerilla en mitad del túnel para que nos iluminara, aunque de forma tenue, para lograr salir de aquél tenebroso lugar.
Nada más encender la cerilla, se escuchó un grito aterrador y estridente, e inmediatamente, de la nada, surgió un viento gélido, como si alguien soplara para apagar la cerilla. No fue necesario, porque se nos heló la sangre en las venas y la cerilla calló al suelo del sobresalto, apagándose sola.
De pronto sentí como alguien me tiraba del brazo y oí una voz que decía... "¡Muchacho!, despierta ya, que es tarde y hay que desayunar..."
Fotografía: Ana María.
Texto: Gonzalo
El Túnel
Era noche cerrada cuando íbamos caminando por una calle que conducía a un túnel que había que atravesar, irremisiblemente, para llegar a nuestro destino. Su aspecto era tenebroso y dudamos entre seguir o volver, a costa de dar un rodeo. Como era muy tarde y el túnel no parecía muy largo, decidimos cruzarlo a paso ligero. Cuando nos encontrábamos aproximadamente a la mitad del recorrido, se apagaron las luces de toda la ciudad. Era como una premonición, no sabíamos qué hacer, nos temblaban las piernas y un frío nervioso recorrió nuestra médula espinal.
De repente, se me ocurrió encender una cerilla en mitad del túnel para que nos iluminara, aunque de forma tenue, para lograr salir de aquél tenebroso lugar.
Nada más encender la cerilla, se escuchó un grito aterrador y estridente, e inmediatamente, de la nada, surgió un viento gélido, como si alguien soplara para apagar la cerilla. No fue necesario, porque se nos heló la sangre en las venas y la cerilla calló al suelo del sobresalto, apagándose sola.
De pronto sentí como alguien me tiraba del brazo y oí una voz que decía... "¡Muchacho!, despierta ya, que es tarde y hay que desayunar..."
Fotografía: Ana María.
Texto: Gonzalo