Fidelina Carrasco
La perdida
Pero, alejándonos de esos ámbitos extremos y dentro de un continuo entre normalidad y patología, concebidas sin una separación nítida ni una mutua exclusión entre ambas, no resulta del todo fácil rechazar la relación del artista con la locura, por falsa, ni aceptarla como verdadera. En el individuo normal, el que no es artista ni creador en este caso, la normalidad no está exenta de locura, y viceversa. En el artista no son las cosas muy diferentes. Lo que sí es distinto es que para el artista existe un modelo cultural y un contexto en el que ese componente ambiguo tiene sentido y que su propio trabajo puede implicar cierta familiaridad con los límites y su forzamiento. Parece que en ese entorno no demasiado definido encaja fácilmente esa imagen cultural del artista situado en un terreno fronterizo, entre la salud y la enfermedad, sujeto a la tensión de fuerzas opuestas y a la inestabilidad de los cambios, sujeto a tensiones contradictorias. Si la locura se entiende como algo no del todo apartado, alienado, de la normalidad, y ésta viene a convertirse en algo que tampoco está exento de locura, en ese territorio intermedio parece que hay lugar para encajar la imagen tradicional del creador, habitando una frontera peligrosa por su mismo carácter liminar.
La perdida
Pero, alejándonos de esos ámbitos extremos y dentro de un continuo entre normalidad y patología, concebidas sin una separación nítida ni una mutua exclusión entre ambas, no resulta del todo fácil rechazar la relación del artista con la locura, por falsa, ni aceptarla como verdadera. En el individuo normal, el que no es artista ni creador en este caso, la normalidad no está exenta de locura, y viceversa. En el artista no son las cosas muy diferentes. Lo que sí es distinto es que para el artista existe un modelo cultural y un contexto en el que ese componente ambiguo tiene sentido y que su propio trabajo puede implicar cierta familiaridad con los límites y su forzamiento. Parece que en ese entorno no demasiado definido encaja fácilmente esa imagen cultural del artista situado en un terreno fronterizo, entre la salud y la enfermedad, sujeto a la tensión de fuerzas opuestas y a la inestabilidad de los cambios, sujeto a tensiones contradictorias. Si la locura se entiende como algo no del todo apartado, alienado, de la normalidad, y ésta viene a convertirse en algo que tampoco está exento de locura, en ese territorio intermedio parece que hay lugar para encajar la imagen tradicional del creador, habitando una frontera peligrosa por su mismo carácter liminar.