La luz del puerto de Punta del Este
En el puerto de Punta del Este, el mar se vuelve espejo de la ciudad. Los barcos descansan en fila, blancos y elegantes, mientras una barcaza de trabajo flota humilde entre ellos, cargada de redes y sogas. Al fondo, los edificios se alzan brillando con la última luz del día, y una nube inmensa, teñida de dorado y gris, parece cubrirlo todo como un manto. El muelle se extiende tranquilo, iluminado por faroles, y el agua refleja destellos de la tarde que se va. En ese instante, el puerto no es solo un lugar de barcos y pescadores: es un rincón donde el cielo, la ciudad y el mar se encuentran en un mismo abrazo.
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La luz del puerto de Punta del Este
En el puerto de Punta del Este, el mar se vuelve espejo de la ciudad. Los barcos descansan en fila, blancos y elegantes, mientras una barcaza de trabajo flota humilde entre ellos, cargada de redes y sogas. Al fondo, los edificios se alzan brillando con la última luz del día, y una nube inmensa, teñida de dorado y gris, parece cubrirlo todo como un manto. El muelle se extiende tranquilo, iluminado por faroles, y el agua refleja destellos de la tarde que se va. En ese instante, el puerto no es solo un lugar de barcos y pescadores: es un rincón donde el cielo, la ciudad y el mar se encuentran en un mismo abrazo.
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