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Juana I, reina de Castilla. Tordesillas

Escultura de la reina Juana I, a orillas del Duero, en Tordesillas.

Mantiene en su mano izquierda la corona de Castilla que nunca rodeo su cabeza.

Esta ciudad aún conserva un aire medieval que se respira en sus calles y plazas. Y aquí, en el Palacio Real, ubicado frente al río Duero, fue donde Juana I, reina de Castilla, pasó 46 años de su triste y arrebatada vida de desamor y soledad.

Un amor tan apasionado como no correspondido. Juana siguió amando a su esposo incluso después de muerto.

Hoy su hálito aún palpita en esta tierra castellana y su imagen está omnipresente en esta villa hidalga: estatuas, calle, plaza, imágenes que la recuerdan... Incluso se la puede ver indicando la puerta de algún mingitorio femenino. Eso sí, enfrente a ella está la imagen de Felipe el Hermoso. Faltaría más.

Hay que decir, también, que las aguas del Duero a su paso por Tordesillas bajan cargadas de murmullos de tiempos pretéritos; y sólo hay que sentarse en su orilla y escuchar.

En el rumor de las aguas del río se descubre el dolor de una reina encerrada en su Palacio Real durante casi medio siglo. Dolor que discurre junto al pesar y contrición de un rey consorte. Lamento que llega, desgraciadamente, demasiado tarde.

 

Escuchemos:

Felipe:

Con temprana edad dejé este ‘valle de lagrimas y alegrías’.

Las alegrías fueron mías. Tuyas todas las lagrimas.

Fuisteis una de las princesas más instruidas de Europa.

Y luego la reina más inteligente buena y generosa.

Malgasté mi vida y no os atendí como merecíais.

 

Ahora el tiempo es concluido y la vida terminada.

Hoy, inerte en Granada, sé que tardareis en venir, amada mía, si bien espero y paciente y anhelante permanezco.

Entonces, llegado ese momento, la eternidad será nuestra para siempre.

Os envío unas rosas rojas vestidas de soledad.

Desde este instante, hasta vuestra venida, únicamente el silencio me acompañará. No dudéis

 

Juana:

Gracias por las rosas rojas, esposo mío. Aunque no tan vestidas de soledad como pueda parecer. Vivo con vos. Porque jamás os alejasteis de mí del todo. Reináis en mi mente enajenada, y ni el asfixiante entorno en el que vivo, es capaz de evitar el deciros mi cotidiano ‘Os amo’... Y aunque fenecido y pétreo, os hallo hermoso. Hasta que la eternidad sea nuestra, en mi rostro se perpetuó la pura imagen de la desolación.

 

Felipe:

¡Que dolor me causa vuestro desconsuelo!

Desearía hacer mío ese sufrimiento, mitigar vuestra pena y aliviar vuestro dolor. Recordad, mi reina, vuestras propias palabra y apaciguar la aflicción: ‘Mientras yo viva, Felipe vivirá en mí, conmigo’.

Ahora, mi amada, sabed que me han hecho feliz y reconfortado vuestras postreras palabras. Deseo deciros, también, que estarán siempre conmigo, en mi corazón, igual que yo viviré en vos, hasta que llegue la dicha de estar juntos para siempre.

Beso vuestros reales pies con admiración, fidelidad y amor.

 

(No lo he dicho, aunque quizá se haya notado: la reina Juana es mi reina favorita.)

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Felipe murió en Burgos, en septiembre del año 1506. Tenía 28 años, cinco hijos y su esposa Juana estaba embarazada del sexto. Tras su fallecimiento su cuerpo fue embalsamado y sepultado en la Cartuja de Miraflores.

Cuando éste llevaba varios meses sepultado, Juana, que creía que su esposo había sido hechizado por mujeres envidiosas y que su muerte era sólo aparente, hizo desenterrar el cuerpo embalsamado e inicia con él un largo peregrinaje fúnebre para llevarlo a Granada, tal como fue en vida el deseo del fallecido. Por el camino, en Torquemada, Juana tuvo una prueba de que su esposo estaba vivo, ya que el 14 de enero de 1507 alumbró a la infanta Catalina, futura reina de Portugal.

Es febrero de 1509 los restos de Felipe llegan a Tordesillas. Aquí se detiene la comitiva y sus restos mortales son depositados, no enterrados, en la capilla del Real Convento de Santa Clara en la que permanecerán hasta 1525, fecha en la cual se trasladan definitivamente a la catedral de Granada.

Juana, alejada de toda actividad política, ya no salió de Tordesillas donde permaneció recluida en el Palacio Real, hoy desaparecido, hasta su muerte el 12 de abril en 1555.

Únicamente se le permitió, alguna vez, subir al torreón de la iglesia de San Antolín, desde donde Juana dejaba que su vista se perdiera en la vasta extensión de la meseta castellana, y sentir así la libertad, aunque fuese fugazmente, de una vida que no le permitieron vivir.

Su cuerpo descansó en la cripta del Real Convento de Santa Clara, como lo había hecho anteriormente el cuerpo de su esposo Felipe. Allí permaneció casi 20 años, hasta que el rey Felipe II, su nieto, ordena su traslado a Granada, donde, por fin, se reúne con su amado Felipe.

 

Indagando en el Real Convento de Santa Clara he llegado a la conclusión que a Felipe le envenenaron y a Juana le hicieron pasar por loca. Esto no cambiará el curso de la historia, pero algún día hablaré de ello.

 

..................................................................SIGUIENTE

 

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Uploaded on July 13, 2015
Taken on January 12, 2022