Andrea's dreams
No sé tú, pero yo estoy enamorada de casi todas las cosas que me rodean. Algunas ni siquiera son materiales. Todavía estoy esperando a que me venga cierta persona a las tantas de la madrugada a contarme sus historias, hasta el amanecer. Pero supongo que soy una romántica por pensar que el amor es más que unos cuántos polvos y cuatro palabras no sentidas, que soy una gilipollas por pensar que este mundo está podrido voluntariamente, y que el que realmente tiene razón es el que está en el psiquiátrico encerrado sin ser escuchado. Y no supongo, sé, que me moriría del gusto si alguien me lleva a un casino borracha y entre tanto color y sonido le encuentro sentido a mi mundo. No sé tú, pero yo me muero por las verdades, las colecciono. Antes coleccionaba puntas de pinturillas, lapiceros y cosas así, lo juro, pero ahora sólo parece merecer la pena el coleccionar verdades. Quién sabe, quizás dentro de veinte años me de por las chapas, los sellos, o piedras de colores. No te creas que no lo he pensado. Pero no, no llego a convencerme de abandonar esta tarea. Es como pedirme que me despida de la gente que necesito más que a mi vida, como hacerme firmar en un estúpido papel que no me escaparé a ver atardecer en una playa al azar. Como encadenarme de tubos a una máquina que me haga respirar. Necesito a esas personas, necesito a esos atardeceres en la playa, necesito respirar por vivir tanto como necesito las verdades. Entender, comprenderme, y ver el mundo con los ojos del que ya sabe. Necesito llegar a eso, a verme reflejada en el espejo un día y verme feliz por saber lo que sé. Eso no quita que en el camino no vaya descubrir los mayores horrores de este mundo, ni las más tristes de las verdades. Aquí hay que sobrellevar todo. Pero lo haré, sé que lo haré. Llevo 18 años entrenándome para soportar cuanto mejor pueda el dolor, y ahora creo que realmente el dolor se exagera porque todos somos al fin y al cabo unos pequeños sinvergüenzas que lo quieren todo hecho y queremos tener siempre a alguien ahí que cargue con nuestras mierdas. Lo reconozco, nos gusta el victimismo. Nos gusta estar tristes porque todo son ventajas cuando estás así: el mundo se preocupa por ti, tienes razones a mansalva, tienes un porqué para escribir que te dará para más de 1.000 palabras, y las canciones tristes siempre ayudan a llorar. Claro que es más duro levantarte de la cama y sonreírte en el espejo que llorar entre las sábanas. Todos hemos pasado por esas etapas típicas de adolescentes de esta mierda de generación, que no sabe lo que es el verdadero dolor ni la felicidad. Estamos hechos de prejuicios, estereotipos, contradicciones y sentimientos programados. Y esto es así. Espero que a mí la temporada feliz me siga durando tan bien como hasta ahora. Vosotros desead la vuestra y cruzad los dedos.
No sé tú, pero yo estoy enamorada de casi todas las cosas que me rodean. Algunas ni siquiera son materiales. Todavía estoy esperando a que me venga cierta persona a las tantas de la madrugada a contarme sus historias, hasta el amanecer. Pero supongo que soy una romántica por pensar que el amor es más que unos cuántos polvos y cuatro palabras no sentidas, que soy una gilipollas por pensar que este mundo está podrido voluntariamente, y que el que realmente tiene razón es el que está en el psiquiátrico encerrado sin ser escuchado. Y no supongo, sé, que me moriría del gusto si alguien me lleva a un casino borracha y entre tanto color y sonido le encuentro sentido a mi mundo. No sé tú, pero yo me muero por las verdades, las colecciono. Antes coleccionaba puntas de pinturillas, lapiceros y cosas así, lo juro, pero ahora sólo parece merecer la pena el coleccionar verdades. Quién sabe, quizás dentro de veinte años me de por las chapas, los sellos, o piedras de colores. No te creas que no lo he pensado. Pero no, no llego a convencerme de abandonar esta tarea. Es como pedirme que me despida de la gente que necesito más que a mi vida, como hacerme firmar en un estúpido papel que no me escaparé a ver atardecer en una playa al azar. Como encadenarme de tubos a una máquina que me haga respirar. Necesito a esas personas, necesito a esos atardeceres en la playa, necesito respirar por vivir tanto como necesito las verdades. Entender, comprenderme, y ver el mundo con los ojos del que ya sabe. Necesito llegar a eso, a verme reflejada en el espejo un día y verme feliz por saber lo que sé. Eso no quita que en el camino no vaya descubrir los mayores horrores de este mundo, ni las más tristes de las verdades. Aquí hay que sobrellevar todo. Pero lo haré, sé que lo haré. Llevo 18 años entrenándome para soportar cuanto mejor pueda el dolor, y ahora creo que realmente el dolor se exagera porque todos somos al fin y al cabo unos pequeños sinvergüenzas que lo quieren todo hecho y queremos tener siempre a alguien ahí que cargue con nuestras mierdas. Lo reconozco, nos gusta el victimismo. Nos gusta estar tristes porque todo son ventajas cuando estás así: el mundo se preocupa por ti, tienes razones a mansalva, tienes un porqué para escribir que te dará para más de 1.000 palabras, y las canciones tristes siempre ayudan a llorar. Claro que es más duro levantarte de la cama y sonreírte en el espejo que llorar entre las sábanas. Todos hemos pasado por esas etapas típicas de adolescentes de esta mierda de generación, que no sabe lo que es el verdadero dolor ni la felicidad. Estamos hechos de prejuicios, estereotipos, contradicciones y sentimientos programados. Y esto es así. Espero que a mí la temporada feliz me siga durando tan bien como hasta ahora. Vosotros desead la vuestra y cruzad los dedos.