Manuel Angel Carmona
El Barco Fantasma
Como suele ocurrir en estos casos, lo que la gente contaba, parecía ser una historia absurda envuelta en multitud de detalles que la intentaban hacer pasar por cierta.
El barco, que había zarpado del puerto, con una tripulación formada exclusivamente por vecinos de la localidad, había desaparecido tras una fuerte tormenta. Tras semanas de búsqueda, no se pudo dar con los restos del naufragio y finalmente se les acabó por dar por muertos. Solo así se conseguiría pasar página.
Según contaban, meses después, de mañana, el barco apareció varado en la playa.
¡No había rastro de la tripulación!
Las personas que subieron a bordo para intentar averiguar que podía haber ocurrido con sus familiares, hicieron un relato escueto ante las autoridades en los que destacaban sus muecas de espanto y su parquedad en pormenores.
Yo tenía dieciséis años entonces; han pasado veinte y aún estoy pagando por la osadía de subir al barco para poder alardear de mi valor ante los paletos del pueblo.
Estoy vivo, al menos eso creo, pero una espesa bruma me impide ver la costa y a los hombres que desesperados gritan a mi alrededor.
¡Como diablos iba a imaginar que lo que contaba la gente podía tener algún viso de verosimilitud! Cualquiera, hubiese pensado que la historia que se relataba sobre “el barco fantasma” era un cuento de viejas para asustar a los jóvenes del pueblo.
El Barco Fantasma
Como suele ocurrir en estos casos, lo que la gente contaba, parecía ser una historia absurda envuelta en multitud de detalles que la intentaban hacer pasar por cierta.
El barco, que había zarpado del puerto, con una tripulación formada exclusivamente por vecinos de la localidad, había desaparecido tras una fuerte tormenta. Tras semanas de búsqueda, no se pudo dar con los restos del naufragio y finalmente se les acabó por dar por muertos. Solo así se conseguiría pasar página.
Según contaban, meses después, de mañana, el barco apareció varado en la playa.
¡No había rastro de la tripulación!
Las personas que subieron a bordo para intentar averiguar que podía haber ocurrido con sus familiares, hicieron un relato escueto ante las autoridades en los que destacaban sus muecas de espanto y su parquedad en pormenores.
Yo tenía dieciséis años entonces; han pasado veinte y aún estoy pagando por la osadía de subir al barco para poder alardear de mi valor ante los paletos del pueblo.
Estoy vivo, al menos eso creo, pero una espesa bruma me impide ver la costa y a los hombres que desesperados gritan a mi alrededor.
¡Como diablos iba a imaginar que lo que contaba la gente podía tener algún viso de verosimilitud! Cualquiera, hubiese pensado que la historia que se relataba sobre “el barco fantasma” era un cuento de viejas para asustar a los jóvenes del pueblo.