Manuel Angel Carmona
La Casona de la Reja
Desde siempre se había oído a los vecinos del pueblo comentar que “la casona de la reja” no transmitía buenas sensaciones, que nada bueno podía pasar al que osara atravesar su portón.
El miedo cerval transmitido de generación en generación había provocado que nadie hubiese entrado en ella desde hacía décadas.
Incluso los fornidos labriegos y los aguerridos pastores daban un largo rodeo cuando se dirigían a sus labores, a pesar de que la casa se encontraba a la salida del pueblo y era paso obligado para entrar y salir de él.
Todo eso eran memeces para el joven muchacho. Toda su vida había oído esas historias de viejas y entre dientes se reía y esperaba la oportunidad para poder correr la aventura de su vida. Sin duda sería esa tarde cuando lo haría. Entraría en esa maldita casa y demostraría a todos que no eran más que un atajo de estúpidos cobardes.
Tras décadas de soledad, me noto ansioso, si es que es posible que alguna sensación puede albergarse aún en mi negra alma. Acechando lo espero en la oscuridad de los soportales como lo he hecho antes con decenas de insensatos y me relamo al pensar cuanto me voy a divertir con él.
La Casona de la Reja
Desde siempre se había oído a los vecinos del pueblo comentar que “la casona de la reja” no transmitía buenas sensaciones, que nada bueno podía pasar al que osara atravesar su portón.
El miedo cerval transmitido de generación en generación había provocado que nadie hubiese entrado en ella desde hacía décadas.
Incluso los fornidos labriegos y los aguerridos pastores daban un largo rodeo cuando se dirigían a sus labores, a pesar de que la casa se encontraba a la salida del pueblo y era paso obligado para entrar y salir de él.
Todo eso eran memeces para el joven muchacho. Toda su vida había oído esas historias de viejas y entre dientes se reía y esperaba la oportunidad para poder correr la aventura de su vida. Sin duda sería esa tarde cuando lo haría. Entraría en esa maldita casa y demostraría a todos que no eran más que un atajo de estúpidos cobardes.
Tras décadas de soledad, me noto ansioso, si es que es posible que alguna sensación puede albergarse aún en mi negra alma. Acechando lo espero en la oscuridad de los soportales como lo he hecho antes con decenas de insensatos y me relamo al pensar cuanto me voy a divertir con él.