(5/50) Ferro e vinho, 3: No estoy en esa Castilla
Las calles, desiertas. Decenas de negocios abandonados por obsoletos salpicaban la calle principal, con paredes desconchadas y cristaleras a punto de romper. Un bullicio tenue, casi imperceptible, se escuchaba al fondo, rumbo a la plaza mayor. Ninguno de nosotros sabía el nombre del pueblo, pero todo era familiar allí. Sobre todo para mí. Hombres con botas de cazador y camisas de cuadros, con manos gruesas esculpidas por el campo y tez morena chamuscada por el sol. Gritos, tercios de cerveza, escudos del Real Madrid, banderas deshilachadas de España. La felicidad en su estado más insconsciente y efímero, más salvaje y bruto.
De repente el cielo comenzó a reventar, y un Peugeot matrícula SA-3244-T cruzó la plaza tocando la bocina como si se hubiesen multiplicado los panes. Realmente celebraban eso, un milagro, el milagro de una boda en esa tierra remota, vacía, desgastada, abandonada, sucia. Y el cielo camaleónico cambiaba a amarillo, naranja, azul, finalmente negro. Pero las risas y la jarana proseguían temerarias hasta la luz de las estrellas.
Recordé esa felicidad por un momento, solo por un momento.
Efímera, bruta. Inconsciente, salvaje.
No estoy en esa Castilla.
(5/50) Ferro e vinho, 3: No estoy en esa Castilla
Las calles, desiertas. Decenas de negocios abandonados por obsoletos salpicaban la calle principal, con paredes desconchadas y cristaleras a punto de romper. Un bullicio tenue, casi imperceptible, se escuchaba al fondo, rumbo a la plaza mayor. Ninguno de nosotros sabía el nombre del pueblo, pero todo era familiar allí. Sobre todo para mí. Hombres con botas de cazador y camisas de cuadros, con manos gruesas esculpidas por el campo y tez morena chamuscada por el sol. Gritos, tercios de cerveza, escudos del Real Madrid, banderas deshilachadas de España. La felicidad en su estado más insconsciente y efímero, más salvaje y bruto.
De repente el cielo comenzó a reventar, y un Peugeot matrícula SA-3244-T cruzó la plaza tocando la bocina como si se hubiesen multiplicado los panes. Realmente celebraban eso, un milagro, el milagro de una boda en esa tierra remota, vacía, desgastada, abandonada, sucia. Y el cielo camaleónico cambiaba a amarillo, naranja, azul, finalmente negro. Pero las risas y la jarana proseguían temerarias hasta la luz de las estrellas.
Recordé esa felicidad por un momento, solo por un momento.
Efímera, bruta. Inconsciente, salvaje.
No estoy en esa Castilla.