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Detrás no quedaba nada

La selva se sumía en una profunda penumbra verde, grisacea cuando llovía, torrencialmente sobre los manglares, arrastrando vida y muerte, filtrándose a través de la porosa, permeable tierra. A intervalos entre la cúpula vegetal, entramado de dedos retorcidos e inmóviles, se entreveía una fosforescencia morada en la que nadaban como pájaros desfigurados, aves en llamas y nubes, negras y aladas.

 

Aquí dentro todo es silencio. los pájaros son bellos, mudos y pálidos, con ojos ardientes de humana inteligencia. Están inmóviles, postrados guardianes de las selvas de la noche, impertérritos ante los segundos, eras, eones, espasmos de la Tierra y movimientos cósmicos. El batir de sus descomunales alas irisadas solo se producirá cuando alguna mariposa nocturna y lejana despierte de improvisto, causando la destrucción del mundo y haciendo expirar su último aliento en un abismo entrópico. Sólo quedará la selva, atravesada por sus aves flamígeras, volando alocadamente, cual flechas letales entre sus árboles como brazos, hasta morir y anidar en la tierra mojada.

 

 

Ella también quería morir como un pájaro, abrazada por las aguas, dimminuta entre gigantes arcanos. Llego al pantano y su casa está abierta de par en par, como lo ha estado Siempre, aislada por las aguas pútridas, en descomposición, que la rodean. Siempre ha estado ahí, desde que tengo memoria, fantástica e improbablemente erguida, con sus cimientos desmoronándose en el barro. Lento e implacable, el deterioro hace mella en su anteriormente imponente fachada. Ahora, lo que se puede ver desde esta lejana posición de voyeur fascinado, está roto y ajado, descascarillado como el maquillaje blanco sobre la piel vieja.

 

Aquella casa, bajo su prisión verde, oscura, atrayente, echaba raíces en el subsuelo, bajo el pantano, tejiendo una red antigua, inmensa, que me llamaba y agarraba prohibiéndome

escapar. Estaba anclado entre los vetustos árboles que flanqueaban el agua y perecían en ella, preso como ella en su decrépita mansión oculta tras cipreses y lianas.

 

A veces se oían sus gritos y los pájaros se asustaban y se removían inquietos en sus altas ramas. Pero estaban a salvo de aquel ser que vadeaba las aguas profiriendo alaridos. Pero eso nadie podía verlo, solamente olerlo y sentirlo en las aguas verdes que atraían al incauto hacia sus profundidades turbias. Solas las aves esculturales cargaban el terror de aquel lugar. Olía a descomposición y a fango. Era doloroso, dulce, embriagador, hipnótico. Jazmín aflorando apenas en la madreselva y los espinos, ahogándose entre la espesura. Surgiendo sus dedos blancos de alambres oscuros.

 

Mira atrás. Ya no queda nada. Sigue caminando. Nada hacia la luz de su casa. Sumérgete en las aguas verdes. Bracea. Respira. Coge sus manos. Y muere.

 

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Uploaded on September 6, 2015
Taken on August 30, 2015