rroel58
CONCIERTOS DE VERANO.
Rulo y la Contrabanda.
AQUELLOS MARAVILLOSOS VERANOS.
Mis mejores recuerdos de verano fueron en casa de mis abuelos.
Dos esbeltos cipreses siempre hacían guardia en la puerta, hortensias de mil colores y los jarrones con gladiolos recién cortados.
Y la paz que se respiraba.
El tiempo siempre como detenido.
Y la mesa siempre bien puesta, con manteles y servilletas de hilo.
Y las vajillas antiguas, los vasos de agua, verdes, imitando colas de faisanes y las copas translúcidas, inmaculadas, transparentes…
Y mi abuelo siempre me dejaba mojar los labios en vinos de un rosado arrebolado que nunca más he vuelto a contemplar.
Y el silencio sólido del salón, todo amortiguado en espesas alfombras.
Y la inutilidad de soñar cuando vives en el auténtico paraíso.
Mi abuela era harina de otro costal, buena, pero con carácter y la mano muy larga, demasiado larga. Aunque nunca se chivaba de mis travesuras y mis barrabasadas, siempre me caía algún cachete en el culo y siempre esa última frase: luego hablamos tú y yo, mocoso. Se le iba toda la fuerza por la boca.
Me gustaba su sagacidad, su apertura de miras, su delicada autoridad.
Y siempre me dejaba dormir lo que quisiera.
Y jamás de los jamases me castigaba.
Después de comer, incluso con la testarudez de las cigarras que te ponían la cabeza completamente loca, aprovechaba las radionovelas de mi abuela a las que era muy
aficionada para escapar a mi rincón preferido… el oscuro desván donde siempre encontraba artilugios casi inimaginables y se me pasaban las horas …algunas veces furiosamente deprisa y otras, maliciosamente lentas.
¡Ojalá siempre hubiera sido así todos los veranos de mi vida!
Cierta edad hace reescribir inconscientemente algunos pasajes de nuestra infancia.
Contemos historias, amigos.
Y ahora una canción:
www.youtube.com/watch?v=8BI-9SNV-xc
CONCIERTOS DE VERANO.
Rulo y la Contrabanda.
AQUELLOS MARAVILLOSOS VERANOS.
Mis mejores recuerdos de verano fueron en casa de mis abuelos.
Dos esbeltos cipreses siempre hacían guardia en la puerta, hortensias de mil colores y los jarrones con gladiolos recién cortados.
Y la paz que se respiraba.
El tiempo siempre como detenido.
Y la mesa siempre bien puesta, con manteles y servilletas de hilo.
Y las vajillas antiguas, los vasos de agua, verdes, imitando colas de faisanes y las copas translúcidas, inmaculadas, transparentes…
Y mi abuelo siempre me dejaba mojar los labios en vinos de un rosado arrebolado que nunca más he vuelto a contemplar.
Y el silencio sólido del salón, todo amortiguado en espesas alfombras.
Y la inutilidad de soñar cuando vives en el auténtico paraíso.
Mi abuela era harina de otro costal, buena, pero con carácter y la mano muy larga, demasiado larga. Aunque nunca se chivaba de mis travesuras y mis barrabasadas, siempre me caía algún cachete en el culo y siempre esa última frase: luego hablamos tú y yo, mocoso. Se le iba toda la fuerza por la boca.
Me gustaba su sagacidad, su apertura de miras, su delicada autoridad.
Y siempre me dejaba dormir lo que quisiera.
Y jamás de los jamases me castigaba.
Después de comer, incluso con la testarudez de las cigarras que te ponían la cabeza completamente loca, aprovechaba las radionovelas de mi abuela a las que era muy
aficionada para escapar a mi rincón preferido… el oscuro desván donde siempre encontraba artilugios casi inimaginables y se me pasaban las horas …algunas veces furiosamente deprisa y otras, maliciosamente lentas.
¡Ojalá siempre hubiera sido así todos los veranos de mi vida!
Cierta edad hace reescribir inconscientemente algunos pasajes de nuestra infancia.
Contemos historias, amigos.
Y ahora una canción:
www.youtube.com/watch?v=8BI-9SNV-xc