Mariano Aspiazu
Manuel Azcune Ruiz
Cronicas del Castro Valnera
algunas tengo
La persistente niebla, me obliga a bajar de los altos; dispongo de tiempo para el regreso y lo hago por una de las espectaculares carreteras que por estos valles transcurren. Es tiempo de tormentas, ha caído mucha agua y quiero visitar uno de esos cauces que con las lluvias cobran vida. Asciendo por la oriya del arroyo e intento salir hacia lo alto de una finca con cabaña cercana a la carretera, para luego descender por ella.
Un pasiego con cuévano, el “Romeralo” creo, baja por el verde prado recién segado. Nos miramos y tras el silencio que antecede a la precaución con que los desconocidos suelen proceder, me dirijo hacia el guardando una prudente distancia.
Esta gente en su medio está libre de eso qué a nosotros los urbanitas, en estos tiempos, “la pandemia”, nos ha afectado de forma virulenta y nos ha tenido encerrados en casa para prevenir contagios.
Intento platicar con el fornido pasiego quien después de observarme con detenimiento, decide hablar conmigo. Le saludo dándole las buenas tardes, el me devuelve el saludo correctamente y le pregunto a dónde va con el cesto.
-No es un cesto, me responde
-es un cuevano y “mudo” a otra cabaña
Se perfectamente que es un cuevano, aunque no sepa diferenciar entre los distintos que aún se utilizan por estos valles, y a que se refiere con “mudar”.
- ¿Entonces es usted pasiego?
-SI, me responde
A los pasiegos se les distingue por sus peculiares costumbres y por los apellidos que les caracterizan, muchos de ellos comunes en estos valles.
- ¿Y usted, como se llama?
-Manuel Azcune
- ¿Azcune solamente?
-Manuel Azcune Ruiz
-Manuel se percata enseguida de mi sorpresa al escuchar su apellido y con lenta parsimonia resuelve mis dudas.
-Mi bisabuelo era Navarro, me dice.
Observo con detenimiento al pasiego, me doy cuenta de la fortaleza y estatura que posee, carga con lo necesario para la “muda” sin que aparente esfuerzo.
-Manuel, le pregunto
- ¿Podría hacerle una foto?
- ¿Para qué? Me responde
Cuando le cuento que tengo curiosidad por su cultura y su forma de vida, me cuenta que a veces lee una revista local llamada “La colodra” que trata sobre la forma de vida y costumbres de los pasiegos, qué si no voy a entretenerme mucho que, bueno, puedo.
Mientras, Manuel me cuenta que su hermano sigue haciendo cuévanos de vez en cuando, como se hicieron siempre. Me doy cuenta al instante que lo intrínsecamente pasiego, en este buen hombre, se ha impuesto a lo Navarro, no hay duda. Recuerdo que un amigo enamorado de lo referente a la tradición de Cantabria y sobremanera de la idiosincrasia pasiega, alguna vez me dijo que si veía un cuévano autentico que se le comprase, o si sabía quién los hacía se lo hiciera saber.
Se lo cuento al pasiego y me dice que con encargo su hermano podría hacerme uno, pagando un dinerillo, que su trabajo lleva. Por supuesto le respondo, dándome cuenta, que, a pesar de tener una edad importante, es capaz de acarrear un peso considerable. Quedo con Manuel en avisar con tiempo para que su hermano me haga un cuévano, su construcción es pura artesanía y requiere de practica y el conocimiento transmitido a lo largo de generaciones. Prometo volver por su cabaña.
Observo el prado perfectamente segado que linda con la vivienda, la fuerte pendiente totalmente limpia. Seguramente tenga la hierba en el “Payo” y haya utilizado la “belorta” para hacerlo. Me hubiera gustado ver a este pasiego “belortear”, es una labor que impresiona por la cantidad de hierba que son capaces de transportar con una simple vara de avellano.
Le pregunto por las vacas que posee y me percato enseguida de su autenticidad pasiega. Me mira con atención y con una mueca de sarcasmo responde
-Algunas tengo.
Manuel desaparece con su cuevano, tras una hilera de cajigas y fresnos, camino de su nueva cabaña. Sopla un ligero viento que despeja de nubes las cumbres. El sol desaparece en el horizonte dorando las altas “branizas” pasiegas. Lentamente la luz va dejando en sombra prados y cabañas, donde vacas y yeguas rumian las ultimas briznas de hierba.
Belorta: vara de avellano o fresno, utilizada por los pasiegos para cargar la hierba aprovechando la inclinación de los terrenos.
Manuel Azcune Ruiz
Cronicas del Castro Valnera
algunas tengo
La persistente niebla, me obliga a bajar de los altos; dispongo de tiempo para el regreso y lo hago por una de las espectaculares carreteras que por estos valles transcurren. Es tiempo de tormentas, ha caído mucha agua y quiero visitar uno de esos cauces que con las lluvias cobran vida. Asciendo por la oriya del arroyo e intento salir hacia lo alto de una finca con cabaña cercana a la carretera, para luego descender por ella.
Un pasiego con cuévano, el “Romeralo” creo, baja por el verde prado recién segado. Nos miramos y tras el silencio que antecede a la precaución con que los desconocidos suelen proceder, me dirijo hacia el guardando una prudente distancia.
Esta gente en su medio está libre de eso qué a nosotros los urbanitas, en estos tiempos, “la pandemia”, nos ha afectado de forma virulenta y nos ha tenido encerrados en casa para prevenir contagios.
Intento platicar con el fornido pasiego quien después de observarme con detenimiento, decide hablar conmigo. Le saludo dándole las buenas tardes, el me devuelve el saludo correctamente y le pregunto a dónde va con el cesto.
-No es un cesto, me responde
-es un cuevano y “mudo” a otra cabaña
Se perfectamente que es un cuevano, aunque no sepa diferenciar entre los distintos que aún se utilizan por estos valles, y a que se refiere con “mudar”.
- ¿Entonces es usted pasiego?
-SI, me responde
A los pasiegos se les distingue por sus peculiares costumbres y por los apellidos que les caracterizan, muchos de ellos comunes en estos valles.
- ¿Y usted, como se llama?
-Manuel Azcune
- ¿Azcune solamente?
-Manuel Azcune Ruiz
-Manuel se percata enseguida de mi sorpresa al escuchar su apellido y con lenta parsimonia resuelve mis dudas.
-Mi bisabuelo era Navarro, me dice.
Observo con detenimiento al pasiego, me doy cuenta de la fortaleza y estatura que posee, carga con lo necesario para la “muda” sin que aparente esfuerzo.
-Manuel, le pregunto
- ¿Podría hacerle una foto?
- ¿Para qué? Me responde
Cuando le cuento que tengo curiosidad por su cultura y su forma de vida, me cuenta que a veces lee una revista local llamada “La colodra” que trata sobre la forma de vida y costumbres de los pasiegos, qué si no voy a entretenerme mucho que, bueno, puedo.
Mientras, Manuel me cuenta que su hermano sigue haciendo cuévanos de vez en cuando, como se hicieron siempre. Me doy cuenta al instante que lo intrínsecamente pasiego, en este buen hombre, se ha impuesto a lo Navarro, no hay duda. Recuerdo que un amigo enamorado de lo referente a la tradición de Cantabria y sobremanera de la idiosincrasia pasiega, alguna vez me dijo que si veía un cuévano autentico que se le comprase, o si sabía quién los hacía se lo hiciera saber.
Se lo cuento al pasiego y me dice que con encargo su hermano podría hacerme uno, pagando un dinerillo, que su trabajo lleva. Por supuesto le respondo, dándome cuenta, que, a pesar de tener una edad importante, es capaz de acarrear un peso considerable. Quedo con Manuel en avisar con tiempo para que su hermano me haga un cuévano, su construcción es pura artesanía y requiere de practica y el conocimiento transmitido a lo largo de generaciones. Prometo volver por su cabaña.
Observo el prado perfectamente segado que linda con la vivienda, la fuerte pendiente totalmente limpia. Seguramente tenga la hierba en el “Payo” y haya utilizado la “belorta” para hacerlo. Me hubiera gustado ver a este pasiego “belortear”, es una labor que impresiona por la cantidad de hierba que son capaces de transportar con una simple vara de avellano.
Le pregunto por las vacas que posee y me percato enseguida de su autenticidad pasiega. Me mira con atención y con una mueca de sarcasmo responde
-Algunas tengo.
Manuel desaparece con su cuevano, tras una hilera de cajigas y fresnos, camino de su nueva cabaña. Sopla un ligero viento que despeja de nubes las cumbres. El sol desaparece en el horizonte dorando las altas “branizas” pasiegas. Lentamente la luz va dejando en sombra prados y cabañas, donde vacas y yeguas rumian las ultimas briznas de hierba.
Belorta: vara de avellano o fresno, utilizada por los pasiegos para cargar la hierba aprovechando la inclinación de los terrenos.