Back to photostream

Guillermo Martín, artista

foto Pedro Franco

 

 

Teusaquillo mon amour

 

La infancia colorea sobre la cama cuadernos de imposible retorno.

Todo nos lleva al mundo aunque no lo deseemos. Y como a Gide la realidad nos ha costado pero ahora que la amamos será cómo todo:

apasionadamente.

 

Desde las pequeñas colinas de La Candelaria, caminando por las modernistas esquinas de Teusaquillo, hasta los cerros de la Noventa y Tres. La ciudad nos despierta ansiedad. Ansias de ser y no estar atrapado. Los taxis cabalgan por la Séptima y el Transmilenio flota por La Caracas. Los niños limpian en las esquinas el pasado de ciertos padres inconscientes. Los policías militares jovencitos todos como patrones parecen reales niños perdidos por la Plaza de Bolívar y a la voz de “a la Orden” en San Vitorino puedes comprar un librito imposible sobre hipnotismo a distancia. En el San Moritz reinas y chulitos cuentan cervezas sobre las mesas mientras El Néctar fluye más en el Londres o el Polo.

 

Monserrate mira desdeñoso desde las alturas, paisaje chinesco con anuncios de Coca-Cola. Niños de papel flotan en el aire. El lamento de muchos y la alegría del tiempo recuperado de otros. Mientras un ballenato alienta a la belleza de Cali a contarte de artistas perdidos por las caderas de una mujer y el perico. En la Macarena deambulan artistas y locos, galeristas y locos, locos y locos.

 

La noche cae pronto, demasiado tarde para pensar sobre ello si vienes de una ciudad con demasiado sol. Pero nada cansa al viandante que se ofrece como sacrificio a las tertulias o al amor en casas de ladrillo rojo o piedra encalada.

 

Hay corazones de cerámica que danzan en mi cabeza, caras de niños al son de la voz de Andrea. Virgenes que te miran con el ceño fruncido

como si te regañaran por querer lo prohibido y a la vez anhelado.

Luego sales del ritual de lo habitual y oyes la bocina del gas, la algarabía de los marmoleros haciendo tumbas. Las floristas sin dientes que tienen las flores más blancas y pequeñas que parecen un poema de E. E. Cummings y nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas.

 

Jimena me canta sobre malas amistades y Nico me lleva a la pequeña

Suiza: Sopó. Allí la gente toma asados y dulces. Las montañas parecen adornos de un cuadro de Brandl. Se habla de tiempos revueltos de bombas de cercanías que no acaban. Pero yo he visto sólo el alba una vez y fue hermosa. Los aviones se oyen pero no se ven. Las nubes tapan lo que queda del día desde un sancocho que te purifica más que el alma.

 

Pero yo me quedo con mi pequeña esquina en Teusaquillo. Hay un corazón rojo que canta más que habla y todo un aroma de inciensos y flores que regar. No para que crezcan cómo esa maraña naranja que embadurna la ciudad si no para que canten más. Para que te relajen el corazón al son de un “¡Ay, qué rico!”.

 

Uno sigue dibujando en el cuaderno de puntos hasta que llegue el momento de decidirse a ser real. Pero mientras tanto que delicia es estar en la sombra.

 

Guillermo Martín Bermejo

 

mayo 2008

1,085 views
0 faves
0 comments
Uploaded on May 9, 2008
Taken on May 5, 2008