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de "Cuarto de Máquinas" (1)

de "Cuarto de Máquinas" (1)

 

La cabeza.

 

Siempre la cabeza.

 

La cabeza contra el muro (paredón con vidrios detrás de las duchas) por una

broma. Ese tipo de bromas que en el ejército cuestan caro: tú eres de los

mariconcitos del parque de la Fraternidad, yo te he visto.

 

La cabeza bajo la bota rusa.

 

Y la cabeza otra vez cuando te empujaron de la cama.

 

El Coba llegó, saco de carne musculosa, torpe aunque silencioso, y la cabeza

contra el hierro crudo de la litera.

 

A los cinco años la cabeza rebotando en una caída (pérdida del conocimiento

durante la digestión, dijo el médico); y a los siete, la cabeza contra un

poste de electricidad huyendo de tres niños que te buscaban para una paliza

a las doce del día.

 

La cabeza.

 

Golpes como piojos. Ranuras, canaletas, surcos, estrías de sangre y dolor.

 

En un albergue para inmigrantes, la cabeza abierta. Entra el africano y con

un tubo (golpe seco bajo el chorro de agua fría en una mañana a ocho

grados), y la cabeza contra la pared.

 

Cabeza que chirría, cabeza con goznes, cabeza chatarra.

 

Nunca preguntes por el precio de tu cabeza.

 

La locura es vieja usurera.

 

(La revista desliz, publicó tres

textos de Cuarto de Máquinas)

 

de "Cuarto de Máquinas" (2)

 

1

Caía la noche y parecíamos (fuímos) manada de animales enloquecidos buscando

huecos donde echarnos.

 

2

Alguien dijo, "nuestra locura no es personal", y pasó por farragoso. Después

habló de la telaraña del Estado.

 

3

Se dio candela. Dejó un niño de cinco y una anciana de 90. Muchos años

después los vecinos de la cuartería aun recuerdan el suceso.

 

4

Vayas donde vayas te entran a palos, machacan tus huesos y tu orgullo.

Demasiado dinero corre por las cloacas. Demasiada ideología.

 

5

Hace veinte años (o diez) pensaba en matarse. Ahora piensa en morir. Grava

el cuerpo un tajazo de vida. Grava vida.

 

6

Noches podridas. Baretos a bolina donde jugamos la tragedia de la patria en

forma de comedia.

Patria a bolina, baretos en la noche, juego podrido. Patria-bareto.

 

7

¿Aún confías en lo que llaman tercamente los hechos? Bordes fluctuantes.

Márgenes líquidos. Duración del instante en que somos nadie.

 

8

Se lanzó al mar con su mujer e hija. Sobrevivió. Seis meses después murió de

sobredosis.

 

9

Pero aun nos inventábamos nuestras máscaras de respiración artificial.

Animalitos domesticados o insumisos cavando para huir. Túneles, huecos,

grietas. Atrapados en la madriguera.

 

10

No hay metáforas. En el "cuarto de máquinas" todo funciona por golpes de

realidad.

 

(La revista desliz, publicó tres

textos de Cuarto de Máquinas)

 

de "Cuarto de Máquinas" (3)

 

Dame sangre, dijo H.

 

Le dimos sangre. Le di cabeza reventada y mondongos como carne de primera.

 

Se inyectó petróleo como el tío en la cárcel para tener "mejores condiciones

de vida". Así también el sobrino, años después, para que le dieran la baja

del Servicio Militar, pinchó sus venas.

 

Dame sangre, dijo.

 

Le dimos sangre.

 

Una tarde entré al baño. Vi a Noda desnudo, sin uniforme verdeolivo, sin

grados de capitán, sin las charreteras de la vanidad y el desprecio. Me di

cuenta de que era un hombre como yo. Bastaba con ir al cuartel, buscar un

fusil, y vaciarle el cargador en su panza de oficial de escuelita. Allí, el

gran jefe en pelotas, tiritando por el agua fria, hasta con la carne de

gallina. Nos decía gallinas si reclamábamos nuestro derecho al pase de doce

horas a la semana. Nos decía señoritas si nos lamentábamos de algo. Nos

decía maricones porque le gustaba decirnos maricones. Capitán Noda, ¿por qué

no te abrí como sardina rusa?

 

Cuando llegó la noticia desde el Batallón Médico de que H. se había

inyectado petróleo y estaba grave, Noda dijo que los médicos eran unos

flojitos y ahora iban a consolarlo y creerle que estaba loco.

 

Soñé que H venía y me gritaba dame sangre. Y la sangre era el combustible

que hacía rodar tanques y camiones que tiraban de obuses como brujas tiran

de escobas en cuyas cerdas han quedado restos del mondongo humano que no

sirve ya ni para dar de comer a los puercos.

 

Algunas tardes iba al parqueo, me metía en la cama de un camión, me tiraba

ahí entre lonas, calor y oscuridad como si estuviese bajo tierra. Casi

siempre lloraba. Y me sentía indigno. ¿No tenía fuerzas suficientes para

vivir allí, darle cara a la vida militar? No, me dijo nuestro capitán una

vez. Te faltan cojones, dijo, esto es para hombres de verdad, ¿a qué seguro

te metes por ahí a llorar?

 

Encontré a H en un camión. Salió de entre las lonas como el cadáver que

sería una semana después. ¿No me digas que vienes aquí a llorar? le dije.

Hay que ser fuertes, le dije, tener cojones y aguantar, ¿entiendes? le dije.

Me contó entonces lo del tío, el petróleo, las venas, mejorar la vida,

escapar de allí. No tuvo pena de llorar delante de mí. Quise abrazarlo pero

me contuve. No podía. No debía.

 

Cuando llegó la noticia de que H había fallecido. El capitán se estaba

desnudando para irse a las duchas. Lo sabía, dijo, ese mariconcito no iba a

aguantar.

 

(La revista desliz, publicó tres

textos de Cuarto de Máquinas)

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Uploaded on May 24, 2009
Taken on May 18, 2009