sinplanb
Tía Encarnita y un cliente satisfecho.
.
Salía de recoger mis gafas nuevas y me cruce con Tía Encarnita.
-¡Hola!. Ya veo que estrenas “prismáticos”. ¡Que guapo estas!.
-Muchas gracias.
Se colgó de mi brazo y con energía me dijo:
-Te acompaño hasta casa, no quiero que te pase como al pobre Severino.
Por el horizonte asomaba una “batallita”.
-Severino siempre fue un tipo hosco y despistado. Cierto día, cruzando la calle, no vio a un ciclista. El trompazo fue fenomenal. Severino en ambulancia, el ciclista con un generoso surtido de rasguños y la bici siniestro total. La revisión médica le diagnosticó una vista de botijo. Lo enviaron al especialista y le recomendó unos anteojos adecuados para su exigua visión.
Saludo a una joven que salía de la panadería y prosiguió.
-El día que tenía que ir a recoger las gafas, lo acompañamos Marcel.lí y yo. Al salir a la calle, se quedo inmóvil mirando al infinito. Al ratito exclamó “¡Qué bonito es todo!, ¡Cuantos colores!, ¡Cuanta luz!, ¡Que...”, una sonrisa le untó la cara y se quedo de piedra.
Mi tía se detuvo y me miró fijamente.
-¡Se quedó literalmente petrificado!. No sabíamos que hacer, era una situación agobiante. No respondía a nada. Pasaba el rato y seguía igual. Marcel.lí atinó a quitarle las gafas y a los pocos segundos reaccionó, recobró el color y el conocimiento. Nos miró, se puso de nuevo las gafas y en poco tiempo... sonrisa y estatua.
Reanudamos tranquilamente el paseo.
-Estuvimos mucho rato pensando que hacer y al final decidimos dosificarle las gafas. Se las quitábamos un ratito y se las poníamos otro. A los 20 días ya estaba habituado.
Ese día cambió su vida. El temperamento arisco que le caracterizaba se transformó en encantador y simpático.
Me miró fijamente.
- ¿No me crees?. Ven a casa, tengo la prueba.
Fuimos y me mostró una vieja fotografía.
Severino, tenía cierta similitud con una estatua de bronce que había visto en una ocasión, creo recordar, en Ponferrada. Los paisanos del lugar me informaron que se había erigido en homenaje a un tal José Fernández, más conocido como “Pepe el barquillero”.
.
Tía Encarnita y un cliente satisfecho.
.
Salía de recoger mis gafas nuevas y me cruce con Tía Encarnita.
-¡Hola!. Ya veo que estrenas “prismáticos”. ¡Que guapo estas!.
-Muchas gracias.
Se colgó de mi brazo y con energía me dijo:
-Te acompaño hasta casa, no quiero que te pase como al pobre Severino.
Por el horizonte asomaba una “batallita”.
-Severino siempre fue un tipo hosco y despistado. Cierto día, cruzando la calle, no vio a un ciclista. El trompazo fue fenomenal. Severino en ambulancia, el ciclista con un generoso surtido de rasguños y la bici siniestro total. La revisión médica le diagnosticó una vista de botijo. Lo enviaron al especialista y le recomendó unos anteojos adecuados para su exigua visión.
Saludo a una joven que salía de la panadería y prosiguió.
-El día que tenía que ir a recoger las gafas, lo acompañamos Marcel.lí y yo. Al salir a la calle, se quedo inmóvil mirando al infinito. Al ratito exclamó “¡Qué bonito es todo!, ¡Cuantos colores!, ¡Cuanta luz!, ¡Que...”, una sonrisa le untó la cara y se quedo de piedra.
Mi tía se detuvo y me miró fijamente.
-¡Se quedó literalmente petrificado!. No sabíamos que hacer, era una situación agobiante. No respondía a nada. Pasaba el rato y seguía igual. Marcel.lí atinó a quitarle las gafas y a los pocos segundos reaccionó, recobró el color y el conocimiento. Nos miró, se puso de nuevo las gafas y en poco tiempo... sonrisa y estatua.
Reanudamos tranquilamente el paseo.
-Estuvimos mucho rato pensando que hacer y al final decidimos dosificarle las gafas. Se las quitábamos un ratito y se las poníamos otro. A los 20 días ya estaba habituado.
Ese día cambió su vida. El temperamento arisco que le caracterizaba se transformó en encantador y simpático.
Me miró fijamente.
- ¿No me crees?. Ven a casa, tengo la prueba.
Fuimos y me mostró una vieja fotografía.
Severino, tenía cierta similitud con una estatua de bronce que había visto en una ocasión, creo recordar, en Ponferrada. Los paisanos del lugar me informaron que se había erigido en homenaje a un tal José Fernández, más conocido como “Pepe el barquillero”.
.