sinplanb
Tía Encarnita y l'avi.
Ese domingo vino a comer la Tía Encarnita. Solo entrar se dio cuenta que habíamos cambiado un poco la decoración del comedor.
-Esa cámara fotográfica y esos utensilios de afeitar eran de tu abuelo ¿Verdad?
-Si Tía eran de “l’Avi”, me gustan, son bonitos, elegantes y están en buen estado.
-“L’Avi” fue una gran persona, nuestra amistad nació durante la guerra, siempre explicaba historias.
-Lo conocí poco, murió cuando yo tenía 9 años.
-Tenia una facilidad extraordinaria para ver las cosas desde perspectivas insólitas. Recuerdo durante uno de los bombardeos de Barcelona. Nosotros éramos unos jovenzuelos. Estábamos a refugio en el Metro. Madres, vecinos, chiquillos, ancianos... todos sentados o tumbados como podíamos y con poca luz, oyendo el estrépito de las explosiones arriba en la calle. La señora que estaba sentada junto a nosotros exclamó:
Esto no acabará nunca, parece que el reloj este parado.
El abuelo, tu “avi”, a pesar de su juventud adopto la actitud de un adulto, la miro con ternura a los ojos, carraspeó y le dijo:
“El tiempo es un valor que se puede medir y calcular pero encierra muchas sensaciones y emociones. En una hora solo caben 60 minutos.
Si intentas encajar más minutos, se transforman en delicadas bolas de cristal, como bombillas. Se rompen por la presión y dejan de iluminar nuestra vida. Esta fractura se manifiesta en forma de tensión y angustia. Queremos hacer más de lo que podemos en ese tiempo.
Si la hora contiene menos de 60. Los minutos se convierten en pompas de jabón que vagan erráticas por el tiempo, acaban chocando entre si y estallan. Se transforman en un hastío tedioso.
Una hora son 60 minutos, los justos para deslizarse a través del tiempo con suavidad y armonía.
Administrar el tiempo es un gran reto, 61 son muchos, 59 quedan cortos.”
-La mujer pareció relajarse mientras intentaba entender lo que le explicaba el mocoso. En ese momento, sonó la estridente la sirena de alarma, el bombardeo había acabado.
Mire a la tía con la misma ternura que “l’avi” había mirado a aquella mujer y le dije:
-Tenía muchísima razón. Lástima que no este aquí para enseñarme a aplicar esta reflexión.
Tía Encarnita y l'avi.
Ese domingo vino a comer la Tía Encarnita. Solo entrar se dio cuenta que habíamos cambiado un poco la decoración del comedor.
-Esa cámara fotográfica y esos utensilios de afeitar eran de tu abuelo ¿Verdad?
-Si Tía eran de “l’Avi”, me gustan, son bonitos, elegantes y están en buen estado.
-“L’Avi” fue una gran persona, nuestra amistad nació durante la guerra, siempre explicaba historias.
-Lo conocí poco, murió cuando yo tenía 9 años.
-Tenia una facilidad extraordinaria para ver las cosas desde perspectivas insólitas. Recuerdo durante uno de los bombardeos de Barcelona. Nosotros éramos unos jovenzuelos. Estábamos a refugio en el Metro. Madres, vecinos, chiquillos, ancianos... todos sentados o tumbados como podíamos y con poca luz, oyendo el estrépito de las explosiones arriba en la calle. La señora que estaba sentada junto a nosotros exclamó:
Esto no acabará nunca, parece que el reloj este parado.
El abuelo, tu “avi”, a pesar de su juventud adopto la actitud de un adulto, la miro con ternura a los ojos, carraspeó y le dijo:
“El tiempo es un valor que se puede medir y calcular pero encierra muchas sensaciones y emociones. En una hora solo caben 60 minutos.
Si intentas encajar más minutos, se transforman en delicadas bolas de cristal, como bombillas. Se rompen por la presión y dejan de iluminar nuestra vida. Esta fractura se manifiesta en forma de tensión y angustia. Queremos hacer más de lo que podemos en ese tiempo.
Si la hora contiene menos de 60. Los minutos se convierten en pompas de jabón que vagan erráticas por el tiempo, acaban chocando entre si y estallan. Se transforman en un hastío tedioso.
Una hora son 60 minutos, los justos para deslizarse a través del tiempo con suavidad y armonía.
Administrar el tiempo es un gran reto, 61 son muchos, 59 quedan cortos.”
-La mujer pareció relajarse mientras intentaba entender lo que le explicaba el mocoso. En ese momento, sonó la estridente la sirena de alarma, el bombardeo había acabado.
Mire a la tía con la misma ternura que “l’avi” había mirado a aquella mujer y le dije:
-Tenía muchísima razón. Lástima que no este aquí para enseñarme a aplicar esta reflexión.