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Backstage

Cincuenta y cuatro. Cincuenta y cuatro bombillas rodean el espejo de mi camerino. Siempre las cuento antes de actuar, como si hubieran cambiado desde ayer, sabiendo que son siempre las mismas. Fumo mientras me maquillo. Lo dejé hace una semana, pero hoy me he dado cuenta de que no quiero dejarlo. El humo me hace llorar sin querer, tendré que volver a dibujar la estrella negra que se ha diluido en el blanco general de mi cara por culpa de esa lágrima. Con una pequeña brocha remarco, maquinalmente, mi sonrisa artificial, la que todo el mundo espera en mi actuación. Me sienta bien el blanco, porque disimula las arrugas. El rojo de los labios ya no es tan brillante como el de hace años, pero es que ya no me gusta ir tan descarado. Y para terminar, marco esa pequeña lagrimita debajo del otro ojo, aunque sigue sin gustarme nada. Un payaso no debe nunca parecer triste, aunque sea una tradición. El director del circo dice que los payasos siempre han llevado un lagrimón en su mejilla, y que siempre la llevarán. No lo creo. Seguro que algún día será historia, un mero recuerdo de cuando los cómicos de rostro pálido nos obligábamos a estar tristes fuera de la carpa, cuando llorábamos al dejar el escenario. Se habrá convertido en un algo ajeno a lo propio del clown, un elemento prestado, algo de otros, de los actores tristes.

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Uploaded on May 4, 2009
Taken on April 24, 2009