Paco Amor
Juega et labora
Recuerdo a Sito montando restaurante improvisado en la calle: Sito compraba unas botellas de gaseosa y latas de conservas (sardinas, mejillones y berberechos) y disponía su mercancía sobre un cajón de madera. Luego la anunciaba a voces y los demás niños disfrutábamos por cuatro perras gordas de un divertido banquete dominical. Sito sabía hacer negocios.
No están tan lejos estos niños de la imagen del niño que yo fui, y del que aún me queda algo de buen humor; supongo.
En esas infancias pretéritas (que valoro en su justa medida por haber sido injustas y terribles para muchos, niños y adultos) un niño podía jugar a trabajar sin que nadie se hiciese cruces, o acusasen a sus padres de abuso o maltrato infantil. Ser un niño colaborador, trabajador; discreto contribuyente en muchos casos a la economía familiar, no solo no estaba mal visto, sino que era valorado, premiado y, lo mejor, sonreído...
.
Entonces, también, existían niños de los que se abusaba en el trabajo, niños que no conocieron la escuela ni más juguete que un azadón, una pala o los lomos de una bestia de carga. También fuimos esos niños, sí, y esos adultos que los destruyeron no deberían existir ni haber existido. Aunque, quizás, sí deberían existir el niño que juega a trabajar, y el valor y el premio y la sonrisa y el sudor... y para que desapareciese el aburrimiento que a menudo nos empeñamos en comprar para nuestros hijos.
Juega et labora
Recuerdo a Sito montando restaurante improvisado en la calle: Sito compraba unas botellas de gaseosa y latas de conservas (sardinas, mejillones y berberechos) y disponía su mercancía sobre un cajón de madera. Luego la anunciaba a voces y los demás niños disfrutábamos por cuatro perras gordas de un divertido banquete dominical. Sito sabía hacer negocios.
No están tan lejos estos niños de la imagen del niño que yo fui, y del que aún me queda algo de buen humor; supongo.
En esas infancias pretéritas (que valoro en su justa medida por haber sido injustas y terribles para muchos, niños y adultos) un niño podía jugar a trabajar sin que nadie se hiciese cruces, o acusasen a sus padres de abuso o maltrato infantil. Ser un niño colaborador, trabajador; discreto contribuyente en muchos casos a la economía familiar, no solo no estaba mal visto, sino que era valorado, premiado y, lo mejor, sonreído...
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Entonces, también, existían niños de los que se abusaba en el trabajo, niños que no conocieron la escuela ni más juguete que un azadón, una pala o los lomos de una bestia de carga. También fuimos esos niños, sí, y esos adultos que los destruyeron no deberían existir ni haber existido. Aunque, quizás, sí deberían existir el niño que juega a trabajar, y el valor y el premio y la sonrisa y el sudor... y para que desapareciese el aburrimiento que a menudo nos empeñamos en comprar para nuestros hijos.