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Ruinas jesuíticas de San Ignacio Miní, (1.696), Misiones, Argentina (enero de 1973) ~ Original= (519 x 651)

San Ignacio Jesuit Mission, Misiones province, of Argentina country ..................

Missão de San Ignácio Miní - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

 

( enero de 1973 )

Imagen escaneada de una fotografía en papel.

 

Ruinas jesuíticas de San Ignacio Miní (1.696),

provincia de Misiones, ARGENTINA.

 

Estas son las ruinas jesuíticas más conocidas de la Argentina, una misión fundada por el padre jesuita, hoy san Roque González de Santa Cruz a comienzos del siglo XVII para evangelizar a los nativos guaraníes,y se encuentran en la actual localidad de San Ignacio, distantes unos 60 km de la capital provincial, Posadas.

Aunque su asiento inicial se ubica en el extremo norte del actual estado brasileño de Paraná cuando entre los siglos XVI y XVIII el territorio de tal estado formaba la región hispanojesuítica de La Guayrá.

La misión inicial con el nombre de San Ignacio Miní (San Ignacio Chico) fue erigida por los sacerdotes José Cataldino y Simón Macetta en la región que los nativos llamaban Guayrá y los españoles llamaron La Pinería (por la abundacia de bosques de pino Paraná), en territorios entonces españoles y que actualmente corresponden al estado de Paraná (Brasil), alrededor de 1610, más precísamente en la orilla izquierda (en ese lugar orilla sur) del río río Paranapanema y a la izquierda del aún hoy llamado río San Ignacio.

Las coordenadas del primer asiento de San Ignacio Miní fueron :

22°41′52″S 51°47′37″O / -22.69778, -51.79361.

Era entonces una de las 13 reducciones fundadas por los jesuitas españoles a partir de 1554 cuando ya existían en la Guayrá las poblaciones españolas de Ontiveros, Ciudad Real del Guayrá y Villa Rica del Espíritu Santo.

La primera San Ignacio Miní entonces fue fundada a poca distancia de la capital de las Misiones Jesuíticas del Guayrá, tal capital era la reducción y ciudad de Nuestra Señora de Loreto fundada en 1610 y ubicada también en la orilla izquierda del Paranapanema y en la desembocadura del río Pirapó sobre el citado Paranapanema.

En 1631, la mayor parte de las reducciones fueron asediadas y destruidas por los bandeirantes paulistas o mamelucos.

Sólo las de San Ignacio y Nuestra Señora de Loreto resistieron los ataques, pero en 1632 decidieron trasladarse a la región de Paranaimá, hacia el oeste.

Pese a la organización de milicias nativas pertrechadas y entrenadas por los jesuitas de vocación militar, la presión y las hostilidades de los bandeirantes y mamelucos lusobrasileños obligaron a replegarse nuevamente hacia el este, a su ubicación actual.

En 1696, el padre jesuita español Antonio Ruiz de Montoya guía a la población guaraniticomisionera hacia el oeste y hacia el sur, bajando sucesivamente por los ríos Paranapanema y Paraná, tras haber tenido diversos emplazamientos que fueron abandonados más tarde, se reestableció definitivamente en el sitio actual (coordenadas: 27°15′19″S 55°31′54″O / -27.25528, -55.53167) , cerca de la confluencia del río Yabebiry (Río de las Rayas) con el Río Paraná, desde entonces el Yabebiry señaló los límites entre las Altas Misiones y las Bajas Misiones.

Recibió entonces el nombre de San Ignacio Miní ("la menor", en guaraní) para distinguirla de la anterior San Ignacio de la zona, llamada luego San Ignacio Guazú ("la mayor").

Hacia mediados del siglo XVIII la misión contaba con más de tres mil habitantes, y una rica e intensa actividad artesanal y cultural; su ubicación sobre el río Paraná favorecía el comercio con otros asentamientos de la zona.

Sin embargo, en 1768, tras la expulsión de los jesuitas, fue abandonada por completo.

Al igual que el resto de las reducciones, los paraguayos las destruyeron en 1817.

En la actualidad San Ignacio Miní es la mejor conservada de las misiones guaraníticas en territorio argentino.

La planta de la misión es la común a la mayoría de las construidas por los jesuitas en la época: alrededor de una plaza central se distribuyen la iglesia, la Casa de los Padres, el cementerio, las viviendas y el cabildo.

En la construcción de San Ignacio se empleó la piedra local, el asperón rojo, en grandes piezas, traídas de una cantera cercana al Peñón de Teyú cuaré.

La dimensión de los trabajos ha permitido que, pese a años de deterioro a causa de ser cubierta por más de un siglo y medio por la lujuriosa selva paranaense, la mayor parte de los muros siga en pie.

En la localidad se encuentra también un centro de interpretación, que provee información de la historia y la cultura de las misiones, además de organizar espectáculos didácticos.

 

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HISTORIA DE LAS REDUCCIONES JESUÍTICAS GUARANÍES:

 

Las misiones jesuíticas guaraníes, también llamadas reducciones jesuitas guaraníes, fueron los pueblos misionales fundados por la Compañía de Jesús entre los guaraníes, guaycurúes, y pueblos afines, que tenían como fin evangelizar a los nativos de la actual provincia argentina de Misiones, el norte de Corrientes e importantes territorios actualmente en el Paraguay y sur del Brasil.

Fueron establecidas en el siglo XVII dentro de territorios pertenecientes al imperio español en la Gobernación del Río de la Plata y del Paraguay y sus gobernaciones sucesorias a partir de su división en 1617: Gobernación del Paraguay y Gobernación del Río de la Plata.

Eclesiásticamente formaban parte de los obispados católicos de Buenos Aires y de Asunción e integraban la Provincia Jesuítica del Paraguay.

Al ser expulsados los jesuitas por orden del rey Carlos III mediante la Pragmática Sanción del 27 de febrero de 1767, franciscanos, dominicos y mercedarios tomaron a su cargo los pueblos misioneros, constituyéndose la Gobernación de las Misiones Guaraníes.

En 1744, la Compañía de Jesús realizó un censo poblacional de sus reducciones, lo que arrojó un total de 84.000 indígenas.

 

ORGANIZACIÓN POLÍTICA:

La política guaraní obedecía a su propia lógica, la cual fomentaba la unificación de las tekuas o aldeas en volátiles alianzas que perseguían como fin último no sólo el control de los recursos del ecosistema selva sino también la búsqueda de la "Tierra Sin Mal".

Tanto la figura de los karaí o profetas pan-guaraníes (no adscriptos a una tekua en particular sino a la "nación" en general) como la búsqueda de la tierra sin mal, fueron dos rasgos de la cultura guaraní que los jesuitas supieron aprovechar. Ellos también eran como los karaí (con los que compitieron durante los primeros años) portadores de una nueva: el "Camino al Paraíso" era compatible con el Aguyé o camino de la perfección guaraní con destino a la Tierra Sin Mal.

Y una forma de lograrlo era la unificación bajo la protección de las leyes de la corona de las que los jesuitas eran garantes.

Los guaraníes también supieron aprovechar este hecho frente a la creciente expansión del frente colonial hispano-portugués.

De allí que los líderes políticos de muchas tekuas aceptaran levantar símbolos de protección divina y jurídica (las iglesias) y aliarse en definitiva con lo que la Compañía de Jesus representaba.

Otros líderes por el contrario se mantuvieron en guerra y continuaron el ciclo de enfrentamientos con sus propios connacionales; recordemos que para un guaraní, no había nada mejor que comerse a otro guaraní, porque sólo los guaraníes son capaces de acumular energía para llegar a la Tierra sin mal.

Si por un momento abandonamos la concepción de la política guaraní, y nos centramos en el modo en que los europeos visualizaban la organización de las misiones, veremos como el sistema político imperante mantenía a las reducciones estrictamente subordinadas al monarca español, quien ejercía su autoridad en América por medio de las Reales Audiencias de Lima y Buenos Aires.

Por ello los jesuitas recurrían permanentemente al rey, solicitando autorizaciones o pedidos varios, favores y hasta privilegios.

En algunos casos las solicitudes se dirigían a las Audiencias y a los Gobernadores.

Como gobierno local, en cada reducción funcionaba un Cabildo precedido por el corregidor, que era además la autoridad principal del pueblo, conocido entre los guaraníes como parokaitara, "el que dispone lo que se debe hacer".

Era confirmada su elección por el gobernador y generalmente el elegido era uno de los caciques del pueblo y solía ser a perpetuidad.

Otras autoridades eran los alcaldes de primer voto y segundo voto (también llamados ivírayucu, "el primero entre los que llevan vara").

Ellos velaban por las buenas costumbres, castigaban a los holgazanes y vagabundos y vigilaban a los que no cumplían sus deberes.

Esta autoridad se ejercía dentro del pueblo, junto con cuatro alcaldes de barrio, fuera de el había entre seis y ocho comisarios para los cuarteles.

Una veedora vigilaba a las mujeres, cuatro celadores a los niños y cuatro inspectoras a las niñas.

Además del corregidor y los alcaldes, el Cabildo estaba integrado por un teniente de corregidor, un alguacil, cuatro regidores, un alguacil mayor, un alférez real, un escribano y un mayordomo, del cual dependían los contadores, los fiscales y los almaceneros.

Los integrantes del Cabildo eran electos cada 1 de enero por los que dejaban el cargo en una asamblea general y puestos a consideración de los sacerdotes y luego a confirmación del gobernador.

Los regidores se encargaban de inspeccionar el aseo y la limpieza en los lugares públicos y privados, controlando también la concurrencia de los niños a la escuela y el catecismo.

El alguacil era quien se debía encargar de ejecutar las órdenes del Cabildo y de la justicia.

 

ORGANIZACIÓN RELIGIOSA:

El régimen vigente era el de patronazgo real, ejercido por el gobernador en nombre del rey, el cual tenía facultades para conferir beneficios eclesiásticos y designar sacerdotes.

El mecanismo utilizado para la designación establecía que el obispo debía presentar una terna de nombres entre los cuales el gobernador elegía.

Los curas tenían el gobierno de las reducciones, siendo verdaderos administradores de los bienes de los pobladores, con facultades de intervención directa no sólo en las actividades espirituales, sino también temporal, económica, cultural, social y militar.

En el orden estrictamente espiritual, los misioneros se preocuparon especialmente de la enseñanza del catecismo.

Los jóvenes que habían superado la edad escolar y se encontraban trabajando en cualquier actividad, por las tardes, al escuchar el sonido de la campana, debían dirigirse a la iglesia.

El acto religioso más importante era la misa, al que los fieles concurrían acompañados de toda la familia, particularmente los días preceptuados.

Las iglesias fueron el corazón de los pueblos.

Eran construcciones imponentes frente a la plaza.

Todas las calles del trazado urbano terminaban en ella.

La Provincia Jesuítica del Paraguay tenía un Padre Provincial residente en la ciudad de Córdoba, designado por el General de la Compañía de Jesús, con sede en Roma. Al general o prepósito de la orden, los sacerdotes jesuitas le debían total obediencia, después del papa.

El provincial redactaba anualmente las "Cartas Anuas de la Provincia" que remitía a Roma con los principales sucesos ocurridos ese año.

El Provincial tenía bajo su dependencia directa a los procuradores de Buenos Aires, Santa Fe y Asunción, además de un secretario y de los consultores.

Cada grupo de misiones tenía un padre superior subordinado al provincial, las misiones del Paraná y del Uruguay tuvieron cada una un superior hasta principios del siglo XVIII, (el superior del Guayrá desapareció al trasladarse su misión) desde entonces las treinta reducciones quedaron bajo un sólo superior residente en Nuestra Señora de la Candelaria, estableciéndose un padre Vice-Superior para las reducciones del Paraná y otro para las del Uruguay, que además regían su propia reducción, contando cada uno con un consultor ordinario y otro extraordinario además de un admonitor.

En cada reducción había dos sacerdotes (en las más pobladas había tres), uno a cargo de lo espiritual y religioso (el cura del pueblo) y otro (el Compañero) que estaba a cargo de las cosas temporales como el trabajo y la instrucción.

Por costumbres ancestrales los guaraníes cultivaban diversos vegetales como la batata y la mandioca, además de ser cazadores, pescadores.

Sin embargo, los padres jesuitas implementaron un sistema económico agrícola que fue rápidamente asimilado por los aborígenes.

Se logró que cada reducción formara una unidad económica independiente.

Las medidas complementarias favorecieron un intenso tráfico entre las reducciones promoviendo una integración económica, social y política con sede central en Candelaria.

El régimen de propiedad era mixto, aceptando la propiedad individual privada y la propiedad colectiva.

La propiedad individual privada o avambae, permitía que cada jefe de familia dispusiera de una chacra con la extensión necesaria para sembrar en ella todo el cultivo indispensable para el sustento anual familiar.

La propiedad colectiva o propiedad de dios (tupambae, de tupa, "dios", y mbae, "dueño") se utilizaba para el cultivo de algodón, trigo y legumbres. Generalmente existían dos campos en los que se trabajaba comunitariamente.

 

ORGANIZACIÓN EDUCATIVA:

Los reyes de España, como parte del proceso de evangelización, ordenaron que "hubiese escuelas de doctrina y de leer y escribir en todos los lugares de indios".

Este decreto real, al que se le prestó por lo general en América un acatamiento sólo nominal, fue cumplido con rigor por los misioneros jesuitas, dedicándole la atención necesaria que permitió fundaciones de escuelas y centros de formación de distintos niveles.

En todas las reducciones funcionaron escuelas de primera enseñanza, donde los varones de seis a doce años aprendían a leer, escribir y hacer operaciones matemáticas elementales.

Las niñas de la misma edad tenían escuelas separadas donde aprendían a leer, escribir, hilar y cocinar.

El castellano se enseñaba para lograr la unidad lingüística en todas las posiciones españolas.

Los jesuitas hablaban correctamente el guaraní, utilizando la lengua como el mejor medio para llegar a los naturales.

Los hijos de los caciques incluso llegaron a aprender algo de latín.

Se publicaron libros en guaraní sobre gramática, catecismo, manuales de oraciones y hasta un diccionario.

La música y el canto ocuparon un lugar destacado en el proceso de aprendizaje.

Cada pueblo contó con un coro y orquesta musical.

Desde la misma escuela se promovió la participación de los niños y los jóvenes, mientras que los adultos se organizaron, en la mayoría de los casos, desde la iglesia.

Los guaraníes, además, le dedicaron tiempo y esfuerzo a la danza.

Los danzarines ensayaban desde los 6 años, incorporando incluso melodramas los días domingos y feriados.

En las festividades las principales diversiones justamente consistían en representaciones, música, canto y danza.

Las reducciones contaron con la primera imprenta fundada por los padres Juan Bautista Neuman y José Serrano, quienes armaron una prensa, fundieron los tipos necesarios y publicaron los primeros libros.

Las impresiones se hicieron en Loreto, San Javier y Santa María la Mayor.

El primer libro publicado fue el "Martirologio Romano" en el año 1700; más adelante el "Flos Sactorum" del padre Rivadeneira en edición guaraní, y "De la diferencia entre lo temporal y lo eterno" del padre Juan Eusebio Nieremberg.

Fue muy rica y variada la producción bibliográfica, conservándose todavía la mayoría.

 

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD:

Algunas de las misiones jesuíticas guaraníes han sido declaradas:

"Lugar Patrimonio de la Humanidad".

Las ruinas quedan en el corazón de la selva subtropical paranaense, o mata atlántica interior.

Son, según la Unesco, "restos impresionantes de cinco misiones jesuitas, construidas en el territorio de los guaraníes durante los siglos XVII y XVIII".

Cada una de ellas se caracteriza por un plan específico y un diferente estado de conservación.

Inicialmente se seleccionó una en el año 1983, sumándose 4 más al año siguiente.

Finalmente, las Ruinas de Santísima Trinidad del Paraná, y las Ruinas de Jesús de Tavarangüe (ambas en el Paraguay), fueron también incluídas en 1993.

 

Patrimonio de la Humanidad — UNESCO

Misiones Jesuíticas Guaraníes:

Ruinas de São Miguel das Missões (Código: 291-001 ~ Brasil), San Ignacio Miní (Código: 291-002 ~ Argentina), Santa Ana (Código: 291-003 ~ Argentina), Nuestra Señora de Loreto (Código: 291-004 ~ Argentina), y Santa María la Mayor (Código: 291-005 ~ Argentina).

 

Región: América Latina y Caribe

Países: Argentina, Paraguay, y Brasil

Coordenadas 28°32′36″S 54°15′57″O

Tipo: Cultural

Criterios: (iv)

Número de identificación: 275

Año de inscripción: 1983 (VII sesión)

Años de extensiones: 1984 y 1993.

 

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Uploaded on October 6, 2009
Taken on August 14, 2009