chemalaga80
Nara, Japan
Había sido la última oportunidad. Ahora lo sabía.
De todos modos, pensó, hubiera podido ahorrarme la humillación de la llamada y el último diálogo, diálogo de mudos, en la mesa del café. Sentía en la boca un sabor a moneda vieja y piel adentro una sensación de cosa rota. No sólo a la altura del pecho, no: en todo el cuerpo: como si las vísceras se le hubieran adelantado a morir antes que la conciencia lo hubiera resuelto.
Sin duda, tenía todavía muchas gracias que dar, a mucha gente, pero se le importaba un carajo. La garúa lo mojaba con suavidad, le mojaba los labios, y él hubiera preferido que la garúa no lo tocara de aquella manera tan conocida. Iba bajando hacia la playa y después se hundió lentamente en el mar sin sacarse siquiera las manos de los bolsillos, y todo el tiempo lamentaba que la garúa se pareciera tanto a la mujer que él había amado y había inventado, y también lamentaba entrar en la muerte con el rostro de ella abarcando la totalidad de la memoria de su paso por la tierra: el rostro de ella con el pequeño tajo en el mentón y aquel deseo de invasión en los ojos.
Eduardo Galeano
Nara, Japan
Había sido la última oportunidad. Ahora lo sabía.
De todos modos, pensó, hubiera podido ahorrarme la humillación de la llamada y el último diálogo, diálogo de mudos, en la mesa del café. Sentía en la boca un sabor a moneda vieja y piel adentro una sensación de cosa rota. No sólo a la altura del pecho, no: en todo el cuerpo: como si las vísceras se le hubieran adelantado a morir antes que la conciencia lo hubiera resuelto.
Sin duda, tenía todavía muchas gracias que dar, a mucha gente, pero se le importaba un carajo. La garúa lo mojaba con suavidad, le mojaba los labios, y él hubiera preferido que la garúa no lo tocara de aquella manera tan conocida. Iba bajando hacia la playa y después se hundió lentamente en el mar sin sacarse siquiera las manos de los bolsillos, y todo el tiempo lamentaba que la garúa se pareciera tanto a la mujer que él había amado y había inventado, y también lamentaba entrar en la muerte con el rostro de ella abarcando la totalidad de la memoria de su paso por la tierra: el rostro de ella con el pequeño tajo en el mentón y aquel deseo de invasión en los ojos.
Eduardo Galeano