_hoja_
14 junio 2023. Sentado a la mesa de un restaurante de pueblo (Manzanares el Real) como un turista cualquiera, estoy infantilmente lazando migas de pan a unos gorriones que revolotean hambrientos frente a mí. Aunque el pan blanco no es el alimento ideal para un pájaro. Un@s jubilad@s sentados en la mesa de al lado observan el irrelevante acontecimiento, comentando el hecho de que una hembra de gorrión alimente con migas al polluelo que da saltitos junto a ella.
En este momento es la hora de comer, y la intensidad lumínica es máxima. Mi intención es dar un paseo por la tarde por los alrededores. Ayer subí a Peñalara, muy despacio, pero después tuve que bajar casi corriendo debido a una tormenta eléctrica que se iba acercando: el intervalo de tiempo entre el relámpago y el trueno era cada vez menor.
Hay un libro apoyado sobre mi mesa: Auge y caída de los dinosaurios, de Steve Brusatte (traducido al castellano), y que compré anteayer en una librería de Segovia. Es la segunda vez que lo leo, quizá porque en su día me gustó bastante.
Esta mañana, en el hostal, una mujer que pasaba por allí me ha preguntado: [Perdona ¿que estás leyendo?] Entonces he levantado la vista y le he tendido el libro sin dudar, no sin antes introducir el marcapáginas. Tras una breve conversación, me ha sugerido subir caminando al Yelmo, en La Pedriza, bloque gigante que puede verse desde aquí abajo, aunque aparece engañosamente cercano al pueblo, como comprobaré unas horas más tarde. Y ahora, aquí, el ¿dueño? del restaurante, quien además parece comunicarse con cualquier persona presente, me pregunta que por qué leo sobre dinosaurios. Al final, y mientras señalo a los gorriones en el suelo, le digo que según el autor del libro, las aves son de hecho dinosaurios, lagartos terribles.
Unas horas más tarde: Me muevo muy despacio por una senda señalizada que, según me han indicado en el pueblo, me llevará hasta la mole granítica del Yelmo. He salido caminando directamente desde el hostal. Los excursionistas que han ascendido esta mañana hace ya rato que han retornado, y me encuentro solo junto a un rebaño de cabras montesas, en la pradera del Yelmo. Emiten una especie de bufidos o silbidos, como alertándose entre sí de mi presencia, mientras fingen no verme o me observan directamente, en tensión. Sus pequeñas boñigas salpican el sendero; algunos individuos se desplazan a través de placas de roca muy inclinadas, afianzando sus pezuñas en pendientes imposibles.
La visera de mi gorra empapada todavía gotea con mi sudor, regularmente, pero por suerte he cargado con tres litros de agua en la mochila.
Más tarde: Estoy sentado sobre una plancha inclinada de granito. Bebo pequeños sorbos de agua, realizo algunas fotos, y miro hacia el norte-noroeste al paisaje que se despliega frente a mí, impresionado. Nunca había visto nada semejante, quizá lo más parecido sería la mole del Monte Pindo en Galicia, o las formaciones rocosas en el parque de Peneda-Geres, en la frontera con Portugal.
Hay una estrecha chimenea abierta en la roca y que desciende desde no sé donde, y termina a tan solo unos metros, a mi espalda. No sé si debo continuar a través de este angosto paso, pues tengo miedo de caer y hacerme daño. Estoy a punto de darme la vuelta y comenzar el retorno, cuando se me ocurre activar los datos móviles y consultar internet. Mucha información disponible, texto, imágenes de niñ@s, senderistas de variadas edades y condiciones atravesando lo que parece 'mi chimenea'. Incluso hay un vídeo colgado en youtube de una persona que parece realizar un gran esfuerzo mientras comienza a atravesarla y se filma. Y pienso: "Venga hombre".
Minutos después he atravesado la chimenea, que ha resultado ser bastante sencilla incluso para mí, con el único inconveniente de tener que arrastrar mi mochila frente a mí o sobre mi cabeza, debido a la estrechez del paso, y cuidando de no dañar la máquina fotográfica.
Sentado y el calma, avisto a lo lejos hacia el sur-sureste los rascacielos nítidos de Madrid; es posible que el aire esté más limpio de lo normal debido a las recientes lluvias. Mientras tanto, una cabrilla con sus pupilas alargadas pasta a unos metros de distancia, en una isla de hierbas que crece sobre un cuenco de suelo en la roca. Pienso en una de las últimas escenas de la película El día de la bestia, de Alex de la Iglesia, que supuestamente se filmó en lo que entonces (1994-95) eran las Torres Kio.
Un rebollo se alza junto al vértice geodésico, las corrientes de aire fresco descendentes disipan gradualmente el calor acumulado durante el día y mecen las hojas verdes. También realizo una llamada de tfno a mi hermano.
Más tarde: Estoy en paz, sintiendo las consecuencias del aire limpio en mis pulmones de alveolos dilatados, el fluir lento en mis vasos sanguíneos, al ritmo de mi pulso, las endorfinas liberándose en mi cerebro. Y así desciendo a través de una senda que podría ser o no la que he utilizado durante la subida al Yelmo. Contemplo distraído la belleza mineral a mi alrededor, la luz que se torna cálida y suave sobre las superficies, y mi cuerpo pesado y ruidoso esquiva las jaras, piornos y los enebros. Unas voces que parecen cercanas rompen el silencio, pero cuando localizo a las personas que las emiten veo que éstas están bastante lejos, quizá sean unos escaladores que van corriendo, o runners.
Continúa en flic.kr/p/2oHWXzB
14 junio 2023. Sentado a la mesa de un restaurante de pueblo (Manzanares el Real) como un turista cualquiera, estoy infantilmente lazando migas de pan a unos gorriones que revolotean hambrientos frente a mí. Aunque el pan blanco no es el alimento ideal para un pájaro. Un@s jubilad@s sentados en la mesa de al lado observan el irrelevante acontecimiento, comentando el hecho de que una hembra de gorrión alimente con migas al polluelo que da saltitos junto a ella.
En este momento es la hora de comer, y la intensidad lumínica es máxima. Mi intención es dar un paseo por la tarde por los alrededores. Ayer subí a Peñalara, muy despacio, pero después tuve que bajar casi corriendo debido a una tormenta eléctrica que se iba acercando: el intervalo de tiempo entre el relámpago y el trueno era cada vez menor.
Hay un libro apoyado sobre mi mesa: Auge y caída de los dinosaurios, de Steve Brusatte (traducido al castellano), y que compré anteayer en una librería de Segovia. Es la segunda vez que lo leo, quizá porque en su día me gustó bastante.
Esta mañana, en el hostal, una mujer que pasaba por allí me ha preguntado: [Perdona ¿que estás leyendo?] Entonces he levantado la vista y le he tendido el libro sin dudar, no sin antes introducir el marcapáginas. Tras una breve conversación, me ha sugerido subir caminando al Yelmo, en La Pedriza, bloque gigante que puede verse desde aquí abajo, aunque aparece engañosamente cercano al pueblo, como comprobaré unas horas más tarde. Y ahora, aquí, el ¿dueño? del restaurante, quien además parece comunicarse con cualquier persona presente, me pregunta que por qué leo sobre dinosaurios. Al final, y mientras señalo a los gorriones en el suelo, le digo que según el autor del libro, las aves son de hecho dinosaurios, lagartos terribles.
Unas horas más tarde: Me muevo muy despacio por una senda señalizada que, según me han indicado en el pueblo, me llevará hasta la mole granítica del Yelmo. He salido caminando directamente desde el hostal. Los excursionistas que han ascendido esta mañana hace ya rato que han retornado, y me encuentro solo junto a un rebaño de cabras montesas, en la pradera del Yelmo. Emiten una especie de bufidos o silbidos, como alertándose entre sí de mi presencia, mientras fingen no verme o me observan directamente, en tensión. Sus pequeñas boñigas salpican el sendero; algunos individuos se desplazan a través de placas de roca muy inclinadas, afianzando sus pezuñas en pendientes imposibles.
La visera de mi gorra empapada todavía gotea con mi sudor, regularmente, pero por suerte he cargado con tres litros de agua en la mochila.
Más tarde: Estoy sentado sobre una plancha inclinada de granito. Bebo pequeños sorbos de agua, realizo algunas fotos, y miro hacia el norte-noroeste al paisaje que se despliega frente a mí, impresionado. Nunca había visto nada semejante, quizá lo más parecido sería la mole del Monte Pindo en Galicia, o las formaciones rocosas en el parque de Peneda-Geres, en la frontera con Portugal.
Hay una estrecha chimenea abierta en la roca y que desciende desde no sé donde, y termina a tan solo unos metros, a mi espalda. No sé si debo continuar a través de este angosto paso, pues tengo miedo de caer y hacerme daño. Estoy a punto de darme la vuelta y comenzar el retorno, cuando se me ocurre activar los datos móviles y consultar internet. Mucha información disponible, texto, imágenes de niñ@s, senderistas de variadas edades y condiciones atravesando lo que parece 'mi chimenea'. Incluso hay un vídeo colgado en youtube de una persona que parece realizar un gran esfuerzo mientras comienza a atravesarla y se filma. Y pienso: "Venga hombre".
Minutos después he atravesado la chimenea, que ha resultado ser bastante sencilla incluso para mí, con el único inconveniente de tener que arrastrar mi mochila frente a mí o sobre mi cabeza, debido a la estrechez del paso, y cuidando de no dañar la máquina fotográfica.
Sentado y el calma, avisto a lo lejos hacia el sur-sureste los rascacielos nítidos de Madrid; es posible que el aire esté más limpio de lo normal debido a las recientes lluvias. Mientras tanto, una cabrilla con sus pupilas alargadas pasta a unos metros de distancia, en una isla de hierbas que crece sobre un cuenco de suelo en la roca. Pienso en una de las últimas escenas de la película El día de la bestia, de Alex de la Iglesia, que supuestamente se filmó en lo que entonces (1994-95) eran las Torres Kio.
Un rebollo se alza junto al vértice geodésico, las corrientes de aire fresco descendentes disipan gradualmente el calor acumulado durante el día y mecen las hojas verdes. También realizo una llamada de tfno a mi hermano.
Más tarde: Estoy en paz, sintiendo las consecuencias del aire limpio en mis pulmones de alveolos dilatados, el fluir lento en mis vasos sanguíneos, al ritmo de mi pulso, las endorfinas liberándose en mi cerebro. Y así desciendo a través de una senda que podría ser o no la que he utilizado durante la subida al Yelmo. Contemplo distraído la belleza mineral a mi alrededor, la luz que se torna cálida y suave sobre las superficies, y mi cuerpo pesado y ruidoso esquiva las jaras, piornos y los enebros. Unas voces que parecen cercanas rompen el silencio, pero cuando localizo a las personas que las emiten veo que éstas están bastante lejos, quizá sean unos escaladores que van corriendo, o runners.
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