jbotto23
El algoritmo del tiempo
Artículo de información
José Carlos Botto Cayo
5 de noviembre del 2025
Nadie recordaba el momento exacto en que aquel muchacho —de apenas quince años— descubrió el poder oculto en los números. No fue un relámpago ni un milagro, sino la lenta obsesión de quien pasa noches enteras frente al resplandor de una pantalla. Su nombre era Adrián, aunque en los foros digitales se hacía llamar NullVector. En su pequeño cuarto de Miraflores, rodeado de cables, ventiladores y libros heredados de su abuelo ingeniero, comenzó a investigar la vida en el mundo digital: las redes, los códigos, los silencios que habitan entre los ceros y los unos. A la ventana, el mar respiraba hondo y el faro de la costa abría un ojo cíclico, como si también midiera el tiempo con un compás antiguo.
Una madrugada, mientras estudiaba los patrones de sincronización entre relojes atómicos y simulaciones de redes neuronales, notó algo imposible: cada vez que ejecutaba cierto algoritmo, el reloj del sistema retrocedía tres minutos. Pensó que era un error del sistema operativo, una falla de firmware, un capricho de la BIOS. Reinició, cambió de kernel, verificó versiones. Nada. Al repetir el proceso, la realidad misma parecía plegarse sobre sí, sin aspavientos ni fisuras: un vaso de agua regresaba a la mesa antes de volcarse, la notificación que lo había inquietado desaparecía, la gata de su vecina volvía a encaramarse al muro con idéntico movimiento de cola.
El algoritmo del tiempo
Artículo de información
José Carlos Botto Cayo
5 de noviembre del 2025
Nadie recordaba el momento exacto en que aquel muchacho —de apenas quince años— descubrió el poder oculto en los números. No fue un relámpago ni un milagro, sino la lenta obsesión de quien pasa noches enteras frente al resplandor de una pantalla. Su nombre era Adrián, aunque en los foros digitales se hacía llamar NullVector. En su pequeño cuarto de Miraflores, rodeado de cables, ventiladores y libros heredados de su abuelo ingeniero, comenzó a investigar la vida en el mundo digital: las redes, los códigos, los silencios que habitan entre los ceros y los unos. A la ventana, el mar respiraba hondo y el faro de la costa abría un ojo cíclico, como si también midiera el tiempo con un compás antiguo.
Una madrugada, mientras estudiaba los patrones de sincronización entre relojes atómicos y simulaciones de redes neuronales, notó algo imposible: cada vez que ejecutaba cierto algoritmo, el reloj del sistema retrocedía tres minutos. Pensó que era un error del sistema operativo, una falla de firmware, un capricho de la BIOS. Reinició, cambió de kernel, verificó versiones. Nada. Al repetir el proceso, la realidad misma parecía plegarse sobre sí, sin aspavientos ni fisuras: un vaso de agua regresaba a la mesa antes de volcarse, la notificación que lo había inquietado desaparecía, la gata de su vecina volvía a encaramarse al muro con idéntico movimiento de cola.