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En uno de tantos viajes entre Pinto y Valdemoro, como aquel que dice, me encuentro leyendo las cartas de Flaubert en la estación de autobuses de Málaga. Es un edificio recién construido, de estilo moderno—lo que significa que dentro de dos años será espantosamente antiguo—, con un feo aire de imitación del Centro Pompidou de París. Tiene remates ornamentales en forma de tuberías y altos espacios inertes, por donde vagan pájaros extraviados y el fantasma de un obrero que se cayó del andamio. Por la sala de espera deambulan esos personajes que uno no deja de ver jamás en una estación: soldados con el petate al hombro, novios que se despiden lloriqueando y viejos que caminan encogidos porque les da miedo la ciudad a la que acaban de llegar. Sin olvidar, claro está, los tipos como yo mismo, esos que leen un libro en un rincón, con un semblante a medias apático y a medias intranquilo, sin atreverse a mirar el mundo que rueda y rueda porque ya no saben qué lugar ocupan en él, ni hacia dónde rueda el mundo, ni en qué nueva dirección empezará a rodar cuando ellos se suban al autobús. Poco antes de subirme al autobús, leo esta frase de Flaubert: «Para ser feliz sólo hace falta ser necio, egoísta y gozar de buena salud». Sé que esta frase es cierta, sólo que no puedo aplicármela a mí. Me siento ahora necio y egoísta, y sé que gozo de buena salud. Pero no soy feliz.

(Canciones gitanas, pág. 63) Eduardo Jordá

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Uploaded on January 13, 2025
Taken on September 5, 2023