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El hecho de que un grupo de hablantes, a veces mínimo, proyecte su lengua, la saque de sus límites regionales, la superponga a otras, le dé carácter nacional e incluso internacional y haga todo eso en poco tiempo no es algo inaudito. Sin salir de Europa, hay antecedentes. En 1789, el francés era hablado por el 30 por ciento de la población de Francia; en realidad habría que hablar mejor de «parisino» que de francés, porque la lengua que iba a ser nacional era en origen la variedad de la región de París, pero los ideales revolucionarios consiguieron que en no más de tres generaciones el parisino fuera francés.

Más curioso es el caso italiano. En 1860, antes de la unificación política de Italia, el italiano tal como lo conocemos hoy era hablado por el 2 por ciento de la población. Ha leído bien: el 2 por ciento. En términos de porcentaje, mediado el siglo XIX, había en Filipinas tantos hablantes de español como de italiano en Italia. La unificación política italiana favoreció que se aceptara como lengua nacional una de entre las muchas variantes dialectales: la toscana. Ciertamente, era la que hablaba la gente más culta, que era la más interesada en promover la unificación y en extender un idioma en que pudieran entenderse todos los italianos. Se consiguió en poco tiempo.

¿Hubiera sucedido lo mismo en Filipinas con el español? Todo indica que sí. Aunque la distancia entre el toscano, el veneciano y el napolitano era infinitamente menor que la que mediaba entre el español, el tagalo o el cebuano, curiosamente, el español fue declarado oficial en Filipinas antes que en la propia España y que en la mayoría de los países hispanohablantes. Esta es la segunda lección del caso filipino: no se consideró una lengua colonial por parte de los independistas filipinos, sino una lengua útil y, a menudo, la lengua propia. Era la lengua de un núcleo influyente que podría haberla extendido como lengua nacional de Filipinas en un plazo de dos generaciones.

Dicen que el padre de la independencia filipina, José Rizal, hablaba siete lenguas. Lo cierto es que todo lo que escribió lo hizo en español. De otros políticos independentistas podría decirse lo mismo. Es lógico si se considera que se educaron en las escuelas del sistema isabelino, muchos pertenecían a los estratos socia-les ilustrados y habían viajado por el mundo. El mismo Rizal vivió algunas temporadas en Madrid. Esto explica que en la Convención de Malolos de 1898, donde se funda la República Filipina, se declare el español como lengua oficial (en España no lo fue hasta 1931) y que los primeros gobiernos filipinos usaran el español en sus proclamas, publicaciones y órganos de prensa, el más popular de los cuales se llamaba La independencia, naturalmente.

Por curioso que pueda parecemos ahora, en las insurrecciones contra el Gobierno español que se suceden en Filipinas desde el 29 de agosto de 1896 en adelante, no existen reivindicaciones lingüísticas a favor de las lenguas indígenas. El español aparece, prácticamente sin discusión, como la lengua de la independencia y, previsiblemente, como la futura lengua común de la República Filipina. Sin embargo, las guerras que los filipinos libraron contra España entonces fueron una anécdota militar, casi un pleito de familia, si se comparan con las que la recién constituida República iba a librar entre 1898 y 1907 con un enemigo infinitamente más poderoso que el caduco Imperio español: Estados Unidos. Guerras que tuvieron interesantes consecuencias lingüísticas.

(El porvenir del español, págs. 199, 200 y 201) Juan Ramón Lodares

 

 

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Uploaded on June 3, 2025
Taken on February 6, 2023