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Abundan los proverbios —que, por cierto, aparecen escritos también en los kangas, el vestido de vivos colores de las mujeres swahilis— y las historias misteriosas. La fábula tiene siempre su moraleja. Y hay, tal vez como herencia de los bantúes, numerosos relatos sobre animales. La mujer, como sucede en todo el Oriente, es protagonista de multitud de historias y reproduce, con otros nombres, muchos de los personajes femeninos que aparecen en la Biblia: la desobediente Eva, la celosa Sara, la adúltera Zhuleika y la tentadora esposa de Putifar. Todas las mujeres son en estos relatos seres débiles y astutos. El objetivo fundamental de sus vidas es la satisfacción sexual, que logran siempre a base de trucos y malas artes. Casi todas son caprichosas y una buena mayoría engañan a sus maridos. En muchos relatos, por encima del fatalismo, hay a menudo un rasgo de humor, una cucharadita de azúcar para aliviar el amargor del pesimismo.

Entre las historias más misteriosas, y descargada de cualquier sentido religioso, se encuentra la de «La hiena». Relata la historia de un cazador que, mientras duerme una noche en la selva, es atacado por una de estas fieras. Logra huir de ella y encuentra refugio en una casa, donde hay una mujer muy hermosa. La mujer le atiende, le da de comer y finalmente duermen juntos y hacen el amor. Al siguiente día, antes de irse, el hombre le pregunta cómo se llama. Y ella responde: «Yo soy la hiena». La historia recuerda un cuento escrito por el narrador norteamericano Ambrose Bierce, que a comienzos de este siglo escribió una historia muy parecida en la que la hiena es una pantera.

Un gracioso relato es el de «El señor Listo y el señor Tonto». Al parecer, el señor Tonto no tenía éxito con las mujeres y pidió consejo al señor Listo. Éste aconsejó a aquél que comprase una caja con una mixtura masticable muy apreciada en la costa, probablemente mima. El señor Tonto la compró, paseó por la ciudad y logró al fin seducir a una mujer: la esposa del señor Listo. El relato tiene una moraleja: «No hay que enseñar nada a un tonto».

La historia de Rugendo es triste. Rugendo era muy guapo y todas las mujeres del pueblo estaban locas por él. Celosos, los otros hombres le llevaron de caza. No le avisaron que había una trampa escondida en cier-to lugar, Rugendo pisó sobre ella, cayó al agujero, se clavó la pica y murió. Los hombres volvieron al pueblo con el cadáver diciendo que le había corneado un rinoceronte. Las mujeres lloraron y guardaron luto varios días por Rugendo, mientras los hombres, en secreto, celebraban una gran fiesta. La moraleja dice así: «Es mejor no ser demasiado guapo».

Los cuentos sobre juicios son frecuentes. Uno de ellos relata la historia de un hombre que trabajaba como reparador de techos. Estando subido en uno se escurrió y cayó sobre un hombre muy rico que pasaba por la calle en ese momento. El hombre murió, mientras que el arreglador de techos resultó ileso. La familia del muerto recurrió al juez y pidió ser indemnizada con una fuerte cantidad de dinero. El juez, después de mucho cavilar, resolvió que un miembro de la familia del muerto podría subir a un tejado y caer sobre el reparador de techos, para castigarle así por su des-cuido. Termina la historia señalando que la familia del rico sigue discutiendo quién se tirará del tejado, mientras que el acusado continúa en su oficio, «por la gracia de Alá».

(El sueño de África, págs. 244) Javier Reverte

 

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Uploaded on June 9, 2022