_Moments_
_
Montaigne rechaza la idea de normalidad en la naturaleza, pues a falta de criterios que nos permitan juzgar una norma, todo lo que existe es igual de monstruoso (un monstrum es lo que no tiene ningún lugar dentro del concepto de la naturaleza). El mundo es idiota, estúpido, simple, necio, no tiene finalidad ni causa, es ineludible, único, inexplicable, ilógico e intangible. El resultado es la inquietud intelectual. Guiados por el principio de realidad insuficiente somos presa de las tentaciones transcendentales. Dado que un objeto idiota no tiene nada que ofrecernos, dirigimos nuestros deseos hacia lo que no existe.
En sus intentos por explicar el mundo, los metafísicos recurren a principios tan poco realistas como la Idea, el Espíritu o el Alma Universal. Consideran el mundo como reflejo imperfecto de otro mundo. Gracias a esta duplicación, la existencia deja de ser gratuita y puede ser interpretada.
(...) El pilar oculto de los sistemas metafísicos es el fantasma de la naturaleza. Desde tiempos inmemorables, la naturaleza se ha contrastado, por un lado, con el azar y, por otro, con el artificio. La naturaleza se considera un sistema cerrado de causa y efecto, que responde a una necesidad biológica o espiritual. De este modo se mantiene a raya la idiotez desconcertante y se evita el miedo a los sucesos fortuitos. Es tranquilizador pensar que todo se basa en el orden y la necesidad.
(...) No son la naturaleza ni la cultura, sino la idiotez y la artificialidad las que rigen nuestra existencia. Por ello, los sofistas celebran la apariencia, el efecto y el momento.
(...) Los sofistas nos dicen que la vida es una sucesión de oportunidades excepcionales, que hay que aprovechar en cuanto se presentan. Abrazan la vida en toda su idiotez como una aventura en la que todo es posible. Les complace la inconstancia, la temporalidad y la fugacidad de la existencia. Para el improvisador, la vida es un permanente estado de excepción.
(Enciclopedia de la estupidez, págs. 223, 224 y 225) Matthijs van Boxsel
_
Montaigne rechaza la idea de normalidad en la naturaleza, pues a falta de criterios que nos permitan juzgar una norma, todo lo que existe es igual de monstruoso (un monstrum es lo que no tiene ningún lugar dentro del concepto de la naturaleza). El mundo es idiota, estúpido, simple, necio, no tiene finalidad ni causa, es ineludible, único, inexplicable, ilógico e intangible. El resultado es la inquietud intelectual. Guiados por el principio de realidad insuficiente somos presa de las tentaciones transcendentales. Dado que un objeto idiota no tiene nada que ofrecernos, dirigimos nuestros deseos hacia lo que no existe.
En sus intentos por explicar el mundo, los metafísicos recurren a principios tan poco realistas como la Idea, el Espíritu o el Alma Universal. Consideran el mundo como reflejo imperfecto de otro mundo. Gracias a esta duplicación, la existencia deja de ser gratuita y puede ser interpretada.
(...) El pilar oculto de los sistemas metafísicos es el fantasma de la naturaleza. Desde tiempos inmemorables, la naturaleza se ha contrastado, por un lado, con el azar y, por otro, con el artificio. La naturaleza se considera un sistema cerrado de causa y efecto, que responde a una necesidad biológica o espiritual. De este modo se mantiene a raya la idiotez desconcertante y se evita el miedo a los sucesos fortuitos. Es tranquilizador pensar que todo se basa en el orden y la necesidad.
(...) No son la naturaleza ni la cultura, sino la idiotez y la artificialidad las que rigen nuestra existencia. Por ello, los sofistas celebran la apariencia, el efecto y el momento.
(...) Los sofistas nos dicen que la vida es una sucesión de oportunidades excepcionales, que hay que aprovechar en cuanto se presentan. Abrazan la vida en toda su idiotez como una aventura en la que todo es posible. Les complace la inconstancia, la temporalidad y la fugacidad de la existencia. Para el improvisador, la vida es un permanente estado de excepción.
(Enciclopedia de la estupidez, págs. 223, 224 y 225) Matthijs van Boxsel