_Moments_
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El pensamiento es un poder invisible y casi inaprensible que se burla de todas las tiranías. En nuestros días, los soberanos más absolutos de Europa no podrían impedir que ciertos pensamientos hostiles a su autoridad circulasen libremente en sus Estados e incluso en sus cortes. No sucede lo mismo en América. Mientras la mayoría se muestra dudosa, se habla; pero tan pronto como se pronuncia de manera irrevocable, todos se callan, y amigos y enemigos se unen a su carro. La razón es muy sencilla: no hay monarca tan absoluto que pueda reunir en su mano todas las fuerzas de la sociedad y vencer las resistencias como puede hacerlo una mayoría revestida del derecho de hacer las leyes y ejecutarlas.
(...) En América la mayoría traza un cerco formidable alrededor del pensamiento. Dentro de esos límites el escritor es libre, pero ¡ay de aquel que se atreva a salir de ellos! No es que tenga que temer un auto de fe, pero está expuesto a disgustos de toda clase y a persecuciones diarias. La carrera política se le cierra, pues ha ofendido al único poder que tiene la facultad de abrirla. Se le niega todo, hasta la gloria. Antes de publicar sus opiniones, el escritor creía tener partidarios; ahora que se ha descubierto ante todos, le parece no tener ninguno, pues aquellos que le condenan se manifiestan en voz alta, y los que piensan como él, no teniendo su coraje, se callan y se alejan. El escritor cede, se doblega por último bajo el esfuerzo diario, y vuelve al silencio, como si sintiera arrepentimiento de haber dicho la verdad.
Cadenas y verdugos eran los burdos instrumentos que empleaba antaño la tiranía; pero en nuestros días la civilización ha perfeccionado hasta el despotismo, que sin embargo parecía no tener nada que aprender.
(...) En las naciones más altivas del Viejo Mundo se han publicado obras destinadas a pintar fielmente los vicios y ridiculeces de los contemporáneos. La Bruyére habitaba el palacio de Luis XIV cuando compuso su capítulo sobre los grandes, y Moliere criticaba a la corte en piezas teatrales que hacía representar ante los mismos cortesanos. Pero el poder que domina en los Estados Unidos no consiente que se mofen de él. El reproche más leve le hiere, la menor verdad punzante le enfurece y es preciso alabar desde las formas de su lenguaje hasta sus más sólidas virtudes. Ningún escritor, por mucha que sea su fama, puede escapar a la obligación de incensar a sus conciudadanos. La mayoría vive, pues, es una perpetua adoración de sí misma; sólo los extranjeros o la experiencia pueden llevar ciertas verdades a los oídos de los americanos.
(La democracia en América, parte I, págs. 368, 369 y 370 y 371) Alexis de Tocqueville
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El pensamiento es un poder invisible y casi inaprensible que se burla de todas las tiranías. En nuestros días, los soberanos más absolutos de Europa no podrían impedir que ciertos pensamientos hostiles a su autoridad circulasen libremente en sus Estados e incluso en sus cortes. No sucede lo mismo en América. Mientras la mayoría se muestra dudosa, se habla; pero tan pronto como se pronuncia de manera irrevocable, todos se callan, y amigos y enemigos se unen a su carro. La razón es muy sencilla: no hay monarca tan absoluto que pueda reunir en su mano todas las fuerzas de la sociedad y vencer las resistencias como puede hacerlo una mayoría revestida del derecho de hacer las leyes y ejecutarlas.
(...) En América la mayoría traza un cerco formidable alrededor del pensamiento. Dentro de esos límites el escritor es libre, pero ¡ay de aquel que se atreva a salir de ellos! No es que tenga que temer un auto de fe, pero está expuesto a disgustos de toda clase y a persecuciones diarias. La carrera política se le cierra, pues ha ofendido al único poder que tiene la facultad de abrirla. Se le niega todo, hasta la gloria. Antes de publicar sus opiniones, el escritor creía tener partidarios; ahora que se ha descubierto ante todos, le parece no tener ninguno, pues aquellos que le condenan se manifiestan en voz alta, y los que piensan como él, no teniendo su coraje, se callan y se alejan. El escritor cede, se doblega por último bajo el esfuerzo diario, y vuelve al silencio, como si sintiera arrepentimiento de haber dicho la verdad.
Cadenas y verdugos eran los burdos instrumentos que empleaba antaño la tiranía; pero en nuestros días la civilización ha perfeccionado hasta el despotismo, que sin embargo parecía no tener nada que aprender.
(...) En las naciones más altivas del Viejo Mundo se han publicado obras destinadas a pintar fielmente los vicios y ridiculeces de los contemporáneos. La Bruyére habitaba el palacio de Luis XIV cuando compuso su capítulo sobre los grandes, y Moliere criticaba a la corte en piezas teatrales que hacía representar ante los mismos cortesanos. Pero el poder que domina en los Estados Unidos no consiente que se mofen de él. El reproche más leve le hiere, la menor verdad punzante le enfurece y es preciso alabar desde las formas de su lenguaje hasta sus más sólidas virtudes. Ningún escritor, por mucha que sea su fama, puede escapar a la obligación de incensar a sus conciudadanos. La mayoría vive, pues, es una perpetua adoración de sí misma; sólo los extranjeros o la experiencia pueden llevar ciertas verdades a los oídos de los americanos.
(La democracia en América, parte I, págs. 368, 369 y 370 y 371) Alexis de Tocqueville