_Moments_
_
Las personas nacen ya hechas. Yo debuté en el teatro a los dieciocho años y triunfé en el acto. Si hubiera tenido experiencia del mundo o hubiese sido cuatro años más vieja me hubiera mostrado débil, torpe, tímida e insulsa: me hubiese costado doce años arrastrarme hasta la primera fila. Pero era joven, apasionada, hermosa y, a decir verdad, terrible, pues me había fugado de mi casa dos años antes, siendo engañada cruelmente. Aprendí los menesteres teatrales con la misma facilidad e inconsciencia con que un niño aprende una oración: lo demás me lo dio la naturaleza. He visto a otras pasarse años y años luchando por mejorar su voz, su rostro y su timidez, aparte de docenas de defectos que sólo existían en su imaginación. Es posible que sus esfuerzos las hayan educado; pero si hubieran poseído suficiente genio no hubiesen necesitado ni luchar ni educarse. Tal vez sea esa la causa de que los genios sean personas tan excéntricas y los seres mediocres tan respetables. Puedo asegurarle que cuando yo empecé era muy limitada: no servía en absoluto para la comedia. Pero nunca me preocupé por ello, y al correr del tiempo, cuando empecé a madurar un poco y a ver lo absurdo de la mayoría de las cosas que me habían parecido trascendentales, las dotes para la comedia vinieron a mí sin que las buscara, lo mismo que habían venido antes las dotes para la tragedia romántica. Supongo que lo mismo las hubiera conseguido si hubiese trabajado por adquirirlas, con la salvedad de que hubiera atribuido su logro a mis propios esfuerzos. La mayoría de las personas laboriosas creen que se han hecho a sí mismas lo que son, cosa muy parecida a que un niño se creyera que había crecido por su propio esfuerzo.
(La profesión de Cashel Byron) George Bernard Shaw
_
Las personas nacen ya hechas. Yo debuté en el teatro a los dieciocho años y triunfé en el acto. Si hubiera tenido experiencia del mundo o hubiese sido cuatro años más vieja me hubiera mostrado débil, torpe, tímida e insulsa: me hubiese costado doce años arrastrarme hasta la primera fila. Pero era joven, apasionada, hermosa y, a decir verdad, terrible, pues me había fugado de mi casa dos años antes, siendo engañada cruelmente. Aprendí los menesteres teatrales con la misma facilidad e inconsciencia con que un niño aprende una oración: lo demás me lo dio la naturaleza. He visto a otras pasarse años y años luchando por mejorar su voz, su rostro y su timidez, aparte de docenas de defectos que sólo existían en su imaginación. Es posible que sus esfuerzos las hayan educado; pero si hubieran poseído suficiente genio no hubiesen necesitado ni luchar ni educarse. Tal vez sea esa la causa de que los genios sean personas tan excéntricas y los seres mediocres tan respetables. Puedo asegurarle que cuando yo empecé era muy limitada: no servía en absoluto para la comedia. Pero nunca me preocupé por ello, y al correr del tiempo, cuando empecé a madurar un poco y a ver lo absurdo de la mayoría de las cosas que me habían parecido trascendentales, las dotes para la comedia vinieron a mí sin que las buscara, lo mismo que habían venido antes las dotes para la tragedia romántica. Supongo que lo mismo las hubiera conseguido si hubiese trabajado por adquirirlas, con la salvedad de que hubiera atribuido su logro a mis propios esfuerzos. La mayoría de las personas laboriosas creen que se han hecho a sí mismas lo que son, cosa muy parecida a que un niño se creyera que había crecido por su propio esfuerzo.
(La profesión de Cashel Byron) George Bernard Shaw