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Gran imprudencia es estimar que la prudencia humana pueda asumir el papel de la fortuna. (Ensayos) Michel de Montaigne

Hay una gran corriente a favor de los proverbios prudentes y pusilánimes. Los sentimientos de un hombre, mientras está lleno de ardor y esperanza, deben ser recibidos, se suele creer, con ciertas atenuaciones. Pero cuando la misma persona ha fracasado ignominiosamente y tiene que empezar a retractarse de sus palabras, entonces debe ser oído como un oráculo. Mucha de nuestra sabiduría de bolsillo está concebida para uso de la gente mediocre y consolarlos de su mediocridad. Y puesto que la gente mediocre forma masa de la humanidad, no hay duda de que así debe ser.

(...) Todavía es más difícil de entender para el término medio de la gente que mientras todos sus maestros, desde Salomón a Benjamín Franklin y el impío Binney, han venido inculcando los mismos ideales de buenas maneras, cautela y respetabilidad, aquellos personajes de la historia que han desobedecido abiertamente y de modo más notorio tales preceptos son citados en términos de las más hiperbólicas alabanzas y honrados con monumentos públicos (...) Su vida no es lo que uno escogería para poner en manos de chicos; más bien deberíamos hacer todo lo posible por mantenerla alejada de su conocimiento como una roja bandera de aventura y una demoledora influencia. El tiempo llegaría a faltarme si quisiera pasar revista a todos los grandes nombres de la historia cuyas hazañas resultan perfectamente irracionales y hasta ofensivas para la mente calculadora. La contradicción es patente y yo supongo que debe engendrar entre la gente mediocre una peculiar actitud hacia las partes nobles y destacadas de la vida nacional.

(...) Por más desacreditados que estén en la práctica los proverbios pusilánimes, se mantienen firmes en la teoría; creencia común de que las opiniones de los viejos acerca de la vida deben ser aceptadas como concluyentes. A las ilusiones de la juventud se hacen toda suerte de restricciones y ninguna, o casi ninguna, a los desengaños de la vejez.

(...) “La opinión en los hombres buenos –dice Milton- no es otra cosa que conocimiento en formación”. Todas las opiniones propiamente dichas son etapas en el camino hacia la verdad. (...) Tener en los labios una consigna no es lo mismo que mantener una opinión y, menos aún, que el habérnosla formado nosotros. Existen en el mundo demasiadas de estas consignas y la gente nos las lanzan como juramento o a modo de argumentación. Corren como falsa moneda intelectual y muchas personas respetables no pagan sino con ella. Parece como si fueran la representación de una vaga masa de teorías que quedaran allá, en el fondo. Se supone que en ellas reside la virtud atribuida a los infolios llenos de argumentos irrebatibles, del mismo modo que en la porra del guardia reside algo de la majestad del imperio británico.

(...) Todas mis pasadas opiniones fueron solamente distintas etapas en el camino hacia la que sostengo, lo mismo que está, a su vez, es una etapa para otra por venir. (...) Y mientras tanto, debemos hacer algo, ser algo, creer en algo. No es posible mantener el ánimo en un estado de perfecto equilibrio y vacío; y aun en el caso de que pudiéramos, es muy posible que, en lugar de llegar a la postre a la acertada conclusión, nos quedáramos en un estado de equilibrio y vaciedad ya para siempre.

(...) No se puede negar que el hombre que llega a una edad considerablemente avanzada lamenta sus pasadas imprudencias, pero he notado que lamenta, a menudo en un tomo mucho más genuino y amargo, su juventud..

Se suele decir que debemos precavernos para la vejez, (...) pero cuando un hombre se ha estado escatimando a sí mismo su propia vida por ahorrarlo todo para el momento del festival que nunca había de llegar a ser, resulta ya esa clase de tragedia que conmueve histéricamente y que linda con la farsa. (...) Tener un vino exquisito y guardarlo sin beber hasta que llega a ponerse agrio no es, ciertamente, un rasgo de sagacidad; ¡cuánto más si se trata de toda una bodega, toda una existencia! (...) Navegamos en barcos que hacen agua sobre vastos y peligrosos mares. (...) Viejos y jóvenes, todos, estamos en nuestra última travesía.

(...) Cuando el viejo señor sacude la cabeza y dice “Ah, lo mismo pensaba yo cuando tenía tus años”, no hace sino dar la razón a la juventud. (...) Todos los hombres mientras fueron jóvenes han pensado de la misma manera desde que hubo rocío en la mañana y flor de espino en mayo; y aquí tenemos a otro hombre joven sumando su voto al de muchas previas generaciones y ensartando otro eslabón a la cadena de testimonios.

(...) En una palabra: si es verdad que la juventud no siempre acierta en sus opiniones, hay también una fuerte probabilidad de que la ancianidad no ande mucho más acertada en las suyas. El corazón humano está regido conjuntamente por una esperanza que no muere y por una inagotable credulidad. El hombre reconoce que se ha equivocado en todas las etapas anteriores de su vida y saca de ello la asombrosa conclusión de que ahora, por fin, sí que está en lo cierto.

(..) La ancianidad puede tener uno de estos puntos de vista; pero la juventud tiene otro. Es cierto que las dos tienen razón; pero quizá es más cierto aún que se equivocan. Las dos concuerdan en una cosa: en diferir. ¿No será tal vez más una concordancia que una diferencia?

Debe estar escrito que todo aquel que se las quiera dar un poquito de filósofo tenga que contradecirse en sus propias narices.

(Virginibus puerisque y otros ensayos) Robert L. Stevenson

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Uploaded on August 2, 2024
Taken on February 8, 2020