_Moments_
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Cuando terminó el baile, los indígenas comenzaron a vender artesanías. Sólo aceptaban dólares y los americanos se llenaron el cuello de collares de plumas y dientes de cocodrilo, y se colgaron de los hombros cerbatanas, arcos y aljabas de flechas. Me fijé en que, en la boca de una de las indias, brillaba una prótesis de oro. Un bebé, al que su madre sostenía en los brazos, llevaba unos pañales desechables, como los que se venden en los supermercados europeos y en las farmacias más modernas de Iquitos. Se lo hicimos notar a Clever.
—Bueno, ya saben... Estos indios viven cerca de la ciudad, pero ¿por qué no van a tener comodidades como todo el mundo si tienen dinero para pagárselas? Cuando nos vayamos, se vestirán como nosotros, con sus jeans y sus camisetas. Mire a aquella muchacha: la conozco. Estudia informática en Iquitos y ahí la tiene, con las mamas al aire, como si fuera una primitiva. A los turistas les gusta pensar que han estado con indios de verdad. Y aquí vienen también muchos equipos de televisión de todo el mundo a rodar reportajes.
—O sea, que en Iquitos, de tribus salvajes, nada.
—Dice el refrán que, cuando un indio prueba la sal, se olvida al punto de quién fue. Y éstos andan hartos de sal. Son indios de los que llaman «civilizados», aunque no crea que no pasan sus penalidades, porque el hambre sigue... Pero cuando un indio se casa con una clarita, desde que sale de la iglesia ya dice que él es mestizo. Ellos lo saben y quieren casarse para escapar del hambre.
El río de la desolación. Un viaje por el Amazonas. Pág. 108) Javier Reverte
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Cuando terminó el baile, los indígenas comenzaron a vender artesanías. Sólo aceptaban dólares y los americanos se llenaron el cuello de collares de plumas y dientes de cocodrilo, y se colgaron de los hombros cerbatanas, arcos y aljabas de flechas. Me fijé en que, en la boca de una de las indias, brillaba una prótesis de oro. Un bebé, al que su madre sostenía en los brazos, llevaba unos pañales desechables, como los que se venden en los supermercados europeos y en las farmacias más modernas de Iquitos. Se lo hicimos notar a Clever.
—Bueno, ya saben... Estos indios viven cerca de la ciudad, pero ¿por qué no van a tener comodidades como todo el mundo si tienen dinero para pagárselas? Cuando nos vayamos, se vestirán como nosotros, con sus jeans y sus camisetas. Mire a aquella muchacha: la conozco. Estudia informática en Iquitos y ahí la tiene, con las mamas al aire, como si fuera una primitiva. A los turistas les gusta pensar que han estado con indios de verdad. Y aquí vienen también muchos equipos de televisión de todo el mundo a rodar reportajes.
—O sea, que en Iquitos, de tribus salvajes, nada.
—Dice el refrán que, cuando un indio prueba la sal, se olvida al punto de quién fue. Y éstos andan hartos de sal. Son indios de los que llaman «civilizados», aunque no crea que no pasan sus penalidades, porque el hambre sigue... Pero cuando un indio se casa con una clarita, desde que sale de la iglesia ya dice que él es mestizo. Ellos lo saben y quieren casarse para escapar del hambre.
El río de la desolación. Un viaje por el Amazonas. Pág. 108) Javier Reverte