_Moments_
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Paradójicamente, dijo Nietzsche, esta búsqueda insistente de la verdad, este escepticismo a ultranza, es un legado del cristianismo (por razones complejas en las que no nos entretendremos aquí). Luego añadió una última y quizá primordial ironía en unas notas fragmentarias en un cuaderno poco antes de perder la razón (debido al gran flagelo del siglo XIX, la sífilis). Predijo que, tarde o temprano, la ciencia moderna dirigiría la poderosa fuerza del escepticismo contra sí misma, cuestionaría la validez de sus propios cimientos, los derribaría y se destruiría. Recordé esas palabras en el verano de 1994, cuando un grupo de matemáticos e informáticos organizaron un congreso en el Santa Fe Institute sobre los límites del conocimiento científico. La opinión generalizada era que, dado que la mente humana no es más que un aparato físico, un tipo de ordenador, el producto de una historia genética determinada, sus capacidades son limitadas. Por lo tanto, es probable que nunca llegue a comprender por completo la existencia humana. Sería como si un grupo de perros organizara un congreso para tratar de entender a El Perro. Por mucho que se esforzaran, no llegarían muy lejos. Los perros pueden comunicar únicamente unas cuarenta ideas, todas ellas primitivas, y son incapaces de documentar nada. El proyecto estaría condenado de antemano. El cerebro humano, aunque muy superior al de los perros, también es limitado. En consecuencia, no cabe la posibilidad de que los seres humanos lleguen a una teoría definitiva, completa y acotada de la existencia humana.
(El periodismo canalla y otros artículos) Tom Wolfe
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Paradójicamente, dijo Nietzsche, esta búsqueda insistente de la verdad, este escepticismo a ultranza, es un legado del cristianismo (por razones complejas en las que no nos entretendremos aquí). Luego añadió una última y quizá primordial ironía en unas notas fragmentarias en un cuaderno poco antes de perder la razón (debido al gran flagelo del siglo XIX, la sífilis). Predijo que, tarde o temprano, la ciencia moderna dirigiría la poderosa fuerza del escepticismo contra sí misma, cuestionaría la validez de sus propios cimientos, los derribaría y se destruiría. Recordé esas palabras en el verano de 1994, cuando un grupo de matemáticos e informáticos organizaron un congreso en el Santa Fe Institute sobre los límites del conocimiento científico. La opinión generalizada era que, dado que la mente humana no es más que un aparato físico, un tipo de ordenador, el producto de una historia genética determinada, sus capacidades son limitadas. Por lo tanto, es probable que nunca llegue a comprender por completo la existencia humana. Sería como si un grupo de perros organizara un congreso para tratar de entender a El Perro. Por mucho que se esforzaran, no llegarían muy lejos. Los perros pueden comunicar únicamente unas cuarenta ideas, todas ellas primitivas, y son incapaces de documentar nada. El proyecto estaría condenado de antemano. El cerebro humano, aunque muy superior al de los perros, también es limitado. En consecuencia, no cabe la posibilidad de que los seres humanos lleguen a una teoría definitiva, completa y acotada de la existencia humana.
(El periodismo canalla y otros artículos) Tom Wolfe