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La devoción hacia la naturaleza tiene que resistir en nuestro tiempo a graves tentaciones. Las modernas ciencias naturales, por útiles que sean, abren un panorama de espanto: los genes son perversos egoístas y no quieren sino transmitir su información hereditaria, cueste lo que cueste. En el reino animal se ha descubierto la muerte violente y el asesinato. Hordas de monos despliegan auténticas guerras unos contra otros. Entre los leones, los nuevos jefes de la manada hacen un baño de sangre con los cachorros ajenos y las poblaciones de hormigas se exterminan entre sí.

En general, la ley de la entropía sitúa el teatro entero de la vida bajo la pálida luz de una gran inutilidad. Sabemos que la entropía es una modificación de la ley de la conversación de la energía. Dicha ley afirma que, en determinadas circunstancias, la energía se conserva, pero hay partes de la misma que pasan a un estado que ya no puede transformarse. Los sistemas dotados de una gran energía pierden la que necesitan para su propia conservación. Se pierden de este modo las fuerzas formadoras de su estructura, disolviéndose si no se introduce nueva energía desde fuera; cuanto más aislamiento, mayor aumento de la entropía. Pero ningún sistema, afirma Prigogine, está mejor “aislado” que el universo en su conjunto, de modo que al final triunfará la entropía. Parece como si la antigua teología hubiese presentido esto, pues dudó de la propia conservación del mundo y lo cifró en la gracia. Pero la ley del crecimiento de la entropía desconoce todo acto de gracia. Podría decirse que en el universo reina una especie de instinto termodinámico de muerte.

La ley de la entropía es suficientemente sugestiva como para recurrir a ella a la hora de interpretar otros ámbitos de la vida: el social, el económico, el cultural. Donde había sociedad vuelve la jungla, la música se convierte en ruido y los pensamientos se transforman en charlatanería. La ley de la entropía es además una especie de ley del caso (si derivamos caso de “caer”): el mundo es todo lo que es el caso, pues desde la altura de estructuras complejas cae de nuevo en la gran simplicidad. Evidentemente, las leyes de la entropía no hablan del “mal”, pero, al igual que las teorías del caos, se integran en el discurso subliminal del mal, donde vuelven a plantearse viejas angustias e inquietudes. Tales angustias e inquietudes se refieren a sucesos que rebasan dramáticamente los plazos de la vida individual. ¿Por qué habría de preocuparnos en especial la entropía del universo, o la lenta extinción del sol, siendo así que la civilización moderna adopta ya la actitud de consumidores del final, tal como puede notarse día a día en relación con los problemas ecológicos?

(El mal o el drama de la libertad) Rüdiger Safranski

 

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Uploaded on May 29, 2020