*efejota*
Yo creo en Ra
Sí, yo creo en Ra
No sé qué sucederá por otros sitios, pero aquí, en tierra de Mordor, desde hace meses, que ya parecen siglos, nuestras cabezas quedaron encapotadas por nubes espesas similares a esas que veis en la foto. Tal es el desasosiego que provocan que algunos creen que el cielo ha dejado de existir y que tras ese denso velo no hay nada.
Pero yo creo en Ra.
Sin embargo, aún siendo esto malo, no es lo peor. Lo peor es que esas nubes descargan, un día sí y otro también, enormes aguaceros como hacía décadas que no se recordaba. El tradicional sirimiri ha sido sustituido por series continuas de chaparrones. Los ríos corren jubilosos y las torrenteras saltan cantarinas. Las fuentes, que siempre se vieron secas, manan con generosidad. Tal es la magnitud del diluvio que, como puede apreciarse en la foto, hasta el agua está disolviendo los colores de los que apenas quedan unos tenues vestigios en el afligido paisaje. Y tras los chubascos, el pedrisco y la nieve. Su manto blanco lo cubre todo y quién sabe si tras el deshielo ya todo será en blanco y negro para siempre. ¿Qué futuro nos espera sin cielo y sin colores?
Pero como Noé creía en Yahvé, yo creo en Ra.
Sé que, antes de que se diluyan todos los pigmentos de nuestras vidas, sucederá el día del Advenimiento, en el que Él se asomará por el horizonte y lentamente recorrerá triunfante toda la bóveda celeste. Entonces los pájaros volverán a recuperar sus trinos, los animales saldrán de sus madrigueras para alabarle. Los campos, los pueblos y ciudades, el cielo, el mar, los bosques…, todos recuperarán su colorido de tonos alegres, tintes variados, matices sutiles... Las campanas repicarán a gloria, los ángeles entonarán salmos y cantaremos Te Deums en agradecimiento al Dios que nos da vida.
Porque yo creo en Ra
Entonces, cuando se hayan disipado las tinieblas de la tierra de Mordor, vendréis vosotros de visita y os quedaréis maravillados. Exclamaréis: ¡Qué bonito! ¡Qué verdes tan espléndidos! ¡Qué suerte tenéis de vivir aquí! Y nosotros, haciendo un hercúleo ejercicio de contención, de forma educada , mantendremos nuestra diplomática sonrisa y asentiremos: Sí, que suerte; mientras recordamos que los habitantes de aquí, como estigma maldito por el que nos reconocemos en cualquier parte del mundo en la que nos encontremos, tenemos las axilas, y otras cosas, verdes por el pertinaz crecimiento del musgo al que ya no prestamos atención y contra el que, hace mucho, dejamos de plantear inútiles batallas de exterminio con herbicidas, plaguicidas, fungicidas y demás cidas.
¿La verdad? Creo que empiezo a perder la fe en Ra.
Para El Reto II-18: La Fe
Yo creo en Ra
Sí, yo creo en Ra
No sé qué sucederá por otros sitios, pero aquí, en tierra de Mordor, desde hace meses, que ya parecen siglos, nuestras cabezas quedaron encapotadas por nubes espesas similares a esas que veis en la foto. Tal es el desasosiego que provocan que algunos creen que el cielo ha dejado de existir y que tras ese denso velo no hay nada.
Pero yo creo en Ra.
Sin embargo, aún siendo esto malo, no es lo peor. Lo peor es que esas nubes descargan, un día sí y otro también, enormes aguaceros como hacía décadas que no se recordaba. El tradicional sirimiri ha sido sustituido por series continuas de chaparrones. Los ríos corren jubilosos y las torrenteras saltan cantarinas. Las fuentes, que siempre se vieron secas, manan con generosidad. Tal es la magnitud del diluvio que, como puede apreciarse en la foto, hasta el agua está disolviendo los colores de los que apenas quedan unos tenues vestigios en el afligido paisaje. Y tras los chubascos, el pedrisco y la nieve. Su manto blanco lo cubre todo y quién sabe si tras el deshielo ya todo será en blanco y negro para siempre. ¿Qué futuro nos espera sin cielo y sin colores?
Pero como Noé creía en Yahvé, yo creo en Ra.
Sé que, antes de que se diluyan todos los pigmentos de nuestras vidas, sucederá el día del Advenimiento, en el que Él se asomará por el horizonte y lentamente recorrerá triunfante toda la bóveda celeste. Entonces los pájaros volverán a recuperar sus trinos, los animales saldrán de sus madrigueras para alabarle. Los campos, los pueblos y ciudades, el cielo, el mar, los bosques…, todos recuperarán su colorido de tonos alegres, tintes variados, matices sutiles... Las campanas repicarán a gloria, los ángeles entonarán salmos y cantaremos Te Deums en agradecimiento al Dios que nos da vida.
Porque yo creo en Ra
Entonces, cuando se hayan disipado las tinieblas de la tierra de Mordor, vendréis vosotros de visita y os quedaréis maravillados. Exclamaréis: ¡Qué bonito! ¡Qué verdes tan espléndidos! ¡Qué suerte tenéis de vivir aquí! Y nosotros, haciendo un hercúleo ejercicio de contención, de forma educada , mantendremos nuestra diplomática sonrisa y asentiremos: Sí, que suerte; mientras recordamos que los habitantes de aquí, como estigma maldito por el que nos reconocemos en cualquier parte del mundo en la que nos encontremos, tenemos las axilas, y otras cosas, verdes por el pertinaz crecimiento del musgo al que ya no prestamos atención y contra el que, hace mucho, dejamos de plantear inútiles batallas de exterminio con herbicidas, plaguicidas, fungicidas y demás cidas.
¿La verdad? Creo que empiezo a perder la fe en Ra.
Para El Reto II-18: La Fe