victormartín
Brotes verdes
Al fin, tras tanto tiempo encerrados en una confusión generada por tantos aplausos, boletines oficiales, comparecencias, eufemismos, murciélagos y pangolines, subvenciones, tecnicismos médicos, clases virtuales, colas en los supermercados, mascarillas y guantes, policías de balcón, inconscientes e incívicos, vídeos de enfermeros y ataúdes bailongos, mentiras y medias verdades, comienzan a devolvernos a plazos nuestra tan ansiada libertad en un proceso al que han decidido llamar “desescalada” y el cual nos lleva de camino a la “nueva normalidad” en la que la situación no parece demasiado alentadora; al menos parece que por el momento tenemos el consuelo de que iremos recuperando poco a poco la libertad de ejercer nuestra afición. Durante estos meses de un dichoso confinamiento esponjado y monótono, endulzado por los numerosos postres y los buenos recuerdos, saciado por el pan casero y las buenas viandas, embriagado por el vino tinto, la sidra y el whisky añejo y amargado por el café y los pensamientos de una mente inquieta, he podido comprobar que la mayoría, si no todos, hemos seguido disfrutando de este nuestro hobby de una forma diferente, embarcándonos en proyectos novedosos, limpiando fotos de archivo, escribiendo, investigando, viendo pasar los trenes desde el balcón... en fin, que quienes vivimos amando a algo o a alguien no lo abandonamos de nuestro pensamiento jamás, y recurrimos a ese refugio de su recuerdo como sedante en nuestros peores momentos. Algunos, quizás, se hayan dado cuenta ahora de que no se valora lo que se tiene hasta que se pierde, o quizás sigan inmersos en una burbuja; yo, desde pequeño, siempre he sido de los que intentan valorarlo todo lo más positivamente posible aplicando distintos puntos de vista para adaptarse más fácil a todo; tanto es así que he llegado hasta a engañarme a mí mismo, haciéndome creer que tener X, hablar con Y o hacer Z era lo más, o que tal o cual cosa era de una importancia menor, a pesar de que creer todo aquello no me aportase más que un falso sosiego y puro conformismo en realidad: ahora, también algunos nos damos cuenta de cuán superfluas son algunas cosas a las que damos una extrema importancia normalmente.
Como podréis observar el aburrimiento y las noches en vela de la cuarentena me han dado mucho en que pensar, quizás demasiado: mi mente es a veces, como quizás lo sea la vuestra, una cadena de pensamientos que abarcan desde recuerdos vergonzosos, errores, planes de futuro, preocupaciones del día a día… los cuales se concatenan y alargan hasta el infinito, de tal manera que termino durmiéndome de puro hastío, pero esto es peor cuando como en esta ocasión, la rutina se rompe y la mente, desocupada y ociosa, queda en un limbo de constantes pensamientos estériles e incluso perniciosos durante días. Por suerte estas últimas semanas he vuelto a tomar el control de mi cabeza, pero hay veces que esta situación, a la que vuelvo casi cada noche, hace que mi mente no pueda descansar: en la mañana del pasado jueves, madrugando casualmente por haber dormido poco y mal de tanto pensamiento involuntario, recibí el aviso de esta curiosa circulación de la 253-045 en dirección a Pamplona, tras lo cual no dudé en salir de mi domicilio a dar un paseo hacia el puente mientras de entre los pinares levantaba la niebla. Dicho paseo entraba en mis derechos como habitante de un pueblo de menos de no recuerdo cuántos habitantes y a menos de un kilómetro, así que no tuve de qué preocuparme, y menos dada la escasa o casi nula presencia de gente en esa zona. No era el primero de mis paseos postapocalípticos, pues salí a la caza de la 251-004 también el pasado lunes con un resultado infructuoso: vino más tarde de lo esperado y tenia que acudir a una clase virtual.
Al llegar al más que conocido encuadre del puente, parecía que recientemente la brigada de mantenimiento había colocado material de obras a ambos lados de las vías para renovar el pequeño canal que recoge las aguas pluviales junto a la vía de Madrid. Lo que estaba a punto de ver no dejaba de ser una 253 aislada, pero, además del tiempo que llevaba sin sacar una mísera foto a un tren, vaya con la 253… creo que no se ha visto en años una 253 tan limpia como esta, lo cual, en parte, es bastante triste, ya que representa el nivel de desidia que alcanza la compañía con su propia imagen, y aún peor, el incivismo que practican muchos “tontos del bote”, del bote de spray. Recibió, con motivo de la visita del Tren de Noé a España —una obra de arte de concienciamiento ambiental que rueda por el mundo en un convoy de 200m de contenedores— unas pequeñas modificaciones en su decoración, unas briznas de hierba en las esquinas incluyendo el lema “transporte sostenible”, en un intento por parte de Renfe de aprovechar la ocasión para limpiar su imagen, aunque quienes la conocemos de verdad sabemos que, a pesar de ser el transporte ferroviario muy sostenible, la empresa anda ahumando la catenaria de forma innecesaria por su mala cabeza, controlada siempre por primos y sobrinos del político de turno. Sin embargo, dejando de lado la hipocresía, da gusto ver lo mimada que está esta locomotora desde que recibió este engalanamiento, que algunos creímos temporal pero que por suerte se ha perpetuado.
No es la primera vez que circula por estas tierras, y probablemente tampoco la segunda y mucho menos la última, pero sí que es la primera vez que posa ante el objetivo de mi cámara, aunque se haya hecho de rogar, embobándome de tal forma que se me olvidó sacarle una foto de cola... esperemos que siga tan guapa como entonces la próxima vez, que esperemos que sea en un ambiente más normalizado.
Brotes verdes
Al fin, tras tanto tiempo encerrados en una confusión generada por tantos aplausos, boletines oficiales, comparecencias, eufemismos, murciélagos y pangolines, subvenciones, tecnicismos médicos, clases virtuales, colas en los supermercados, mascarillas y guantes, policías de balcón, inconscientes e incívicos, vídeos de enfermeros y ataúdes bailongos, mentiras y medias verdades, comienzan a devolvernos a plazos nuestra tan ansiada libertad en un proceso al que han decidido llamar “desescalada” y el cual nos lleva de camino a la “nueva normalidad” en la que la situación no parece demasiado alentadora; al menos parece que por el momento tenemos el consuelo de que iremos recuperando poco a poco la libertad de ejercer nuestra afición. Durante estos meses de un dichoso confinamiento esponjado y monótono, endulzado por los numerosos postres y los buenos recuerdos, saciado por el pan casero y las buenas viandas, embriagado por el vino tinto, la sidra y el whisky añejo y amargado por el café y los pensamientos de una mente inquieta, he podido comprobar que la mayoría, si no todos, hemos seguido disfrutando de este nuestro hobby de una forma diferente, embarcándonos en proyectos novedosos, limpiando fotos de archivo, escribiendo, investigando, viendo pasar los trenes desde el balcón... en fin, que quienes vivimos amando a algo o a alguien no lo abandonamos de nuestro pensamiento jamás, y recurrimos a ese refugio de su recuerdo como sedante en nuestros peores momentos. Algunos, quizás, se hayan dado cuenta ahora de que no se valora lo que se tiene hasta que se pierde, o quizás sigan inmersos en una burbuja; yo, desde pequeño, siempre he sido de los que intentan valorarlo todo lo más positivamente posible aplicando distintos puntos de vista para adaptarse más fácil a todo; tanto es así que he llegado hasta a engañarme a mí mismo, haciéndome creer que tener X, hablar con Y o hacer Z era lo más, o que tal o cual cosa era de una importancia menor, a pesar de que creer todo aquello no me aportase más que un falso sosiego y puro conformismo en realidad: ahora, también algunos nos damos cuenta de cuán superfluas son algunas cosas a las que damos una extrema importancia normalmente.
Como podréis observar el aburrimiento y las noches en vela de la cuarentena me han dado mucho en que pensar, quizás demasiado: mi mente es a veces, como quizás lo sea la vuestra, una cadena de pensamientos que abarcan desde recuerdos vergonzosos, errores, planes de futuro, preocupaciones del día a día… los cuales se concatenan y alargan hasta el infinito, de tal manera que termino durmiéndome de puro hastío, pero esto es peor cuando como en esta ocasión, la rutina se rompe y la mente, desocupada y ociosa, queda en un limbo de constantes pensamientos estériles e incluso perniciosos durante días. Por suerte estas últimas semanas he vuelto a tomar el control de mi cabeza, pero hay veces que esta situación, a la que vuelvo casi cada noche, hace que mi mente no pueda descansar: en la mañana del pasado jueves, madrugando casualmente por haber dormido poco y mal de tanto pensamiento involuntario, recibí el aviso de esta curiosa circulación de la 253-045 en dirección a Pamplona, tras lo cual no dudé en salir de mi domicilio a dar un paseo hacia el puente mientras de entre los pinares levantaba la niebla. Dicho paseo entraba en mis derechos como habitante de un pueblo de menos de no recuerdo cuántos habitantes y a menos de un kilómetro, así que no tuve de qué preocuparme, y menos dada la escasa o casi nula presencia de gente en esa zona. No era el primero de mis paseos postapocalípticos, pues salí a la caza de la 251-004 también el pasado lunes con un resultado infructuoso: vino más tarde de lo esperado y tenia que acudir a una clase virtual.
Al llegar al más que conocido encuadre del puente, parecía que recientemente la brigada de mantenimiento había colocado material de obras a ambos lados de las vías para renovar el pequeño canal que recoge las aguas pluviales junto a la vía de Madrid. Lo que estaba a punto de ver no dejaba de ser una 253 aislada, pero, además del tiempo que llevaba sin sacar una mísera foto a un tren, vaya con la 253… creo que no se ha visto en años una 253 tan limpia como esta, lo cual, en parte, es bastante triste, ya que representa el nivel de desidia que alcanza la compañía con su propia imagen, y aún peor, el incivismo que practican muchos “tontos del bote”, del bote de spray. Recibió, con motivo de la visita del Tren de Noé a España —una obra de arte de concienciamiento ambiental que rueda por el mundo en un convoy de 200m de contenedores— unas pequeñas modificaciones en su decoración, unas briznas de hierba en las esquinas incluyendo el lema “transporte sostenible”, en un intento por parte de Renfe de aprovechar la ocasión para limpiar su imagen, aunque quienes la conocemos de verdad sabemos que, a pesar de ser el transporte ferroviario muy sostenible, la empresa anda ahumando la catenaria de forma innecesaria por su mala cabeza, controlada siempre por primos y sobrinos del político de turno. Sin embargo, dejando de lado la hipocresía, da gusto ver lo mimada que está esta locomotora desde que recibió este engalanamiento, que algunos creímos temporal pero que por suerte se ha perpetuado.
No es la primera vez que circula por estas tierras, y probablemente tampoco la segunda y mucho menos la última, pero sí que es la primera vez que posa ante el objetivo de mi cámara, aunque se haya hecho de rogar, embobándome de tal forma que se me olvidó sacarle una foto de cola... esperemos que siga tan guapa como entonces la próxima vez, que esperemos que sea en un ambiente más normalizado.