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Al borde de la razón (1 de 4)

Celeste se había quedado dormida entre sus cojines en forma de corazón. Algunos habían caído y ahora alfombraban el suelo, velando con ella el silencio de la tarde. Casi no se apreciaba movimiento alguno en su pecho y parecía una figura de cera su blanco rostro relajado. Por la comisura de la boca, con leve rictus de placidez, le asomaba una ligera perla de acuoso brillo y una mano colgaba, ingrávida y abandonada, por el borde de uno de los brazos del sillón.

 

Todo andaba parado, menos el reloj de cuco. Así que, fuera de ceremonias y sin más argumentos que mediaran en su devenir, se abrió de repente la caja de Pandora de los minutos y dieron las cinco entre algarabías de campanas y aflautados tonos, mientras el artilugio repetía esa letanía, tantas veces como dictaba el número entero que señalaban las agujas del reloj.

 

Descorrió el velo de sus ojos, dejando que se esfumara en el aire el onírico mundo al que, hasta entonces, había pertenecido. Miró a su alrededor para recuperar la memoria del tiempo y de las cosas, a través de tantos recuerdos como colgaban de esas paredes. Por un momento dudó, sin llegar a saber cual de las dos orillas que había cruzado era la real, sopesando la conveniencia de elegir, si volver de nuevo a la ingravidez y hacer esperar al mundo, o recuperar la cordura y prepararse un café bien caliente, que le ayudara a afrontar su patente realidad.

 

Sabía que era Domingo, recordaba que había pensado en ir a pasear por la orilla del canal y luego mirar en el cine, por si alguna de aquellas historias que allí se contaban le podría volver a sumergir en la inconsciencia. Aún era temprano para todo, aunque ya muy tarde para recuperar la ilusión de vivir, que se le había quedado atorada, hacía ya unos pocos años, en los entresijos de la desesperanza. Sabía que todo consistía ya en dejar pasar las horas y su pesada lentitud, repitiendo, como aquel reloj de cuco, su propia letanía de rutinas y faenas; esperando cada atardecer a que se hiciera realidad ese inconsistente anhelo de encontrar sentido al sinsentido de la cotidianidad.

 

Se sentó frente al ordenador. La pantalla también se había dormido, esperando esa otra mano de nieve que osara despertarla de su ausencia. El navegador seguía varado en el resultado de la búsqueda de la frase “palabras y sentimientos”, antes de que la pesadez de sus párpados, y aquel revuelto de pimientos y patatas de la comida, le llevaran a echarse ese ratito de rigor de cada tarde.

Aparecían allí ciento cinco millones de posibilidades de colmar su curiosidad, y todo eso había sido calculado en cero coma cincuenta y cuatro segundos. ¡Al fin y al cabo, aún le quedaban un par de horas para salir, nada tenía que hacer hasta entonces! Bebió un pequeño sorbo de café, mientras pasaba por alto decenas de concienzudas recopilaciones de frases sobre las emociones, sentimientos de amor, y verbos para expresarlos, cuando algo le hizo frenar en su caótico recorrido.

 

Solo cinco palabras unidas le bastaron para desear sumergirse en aquel mundo de posibilidades, que ahora se le abrían a través de aquel cautivador blog.

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Uploaded on September 19, 2019
Taken on May 31, 2019