Rafael Cejudo Martinez
Cascadas de Pradonegro
Las cascadas, saltos de agua, pozas y cañones que genera el arroyo de Prado Negro, un humilde curso fluvial afluente del río Fardes, forman uno de los espacios naturales que aún conservan la plenitud de los bosques mediterráneos, con vegetación de ribera con sauces, musgos y helechos en huecos umbríos cargados de verdor, donde la sequía no es más que un mal recuerdo. No es necesario recorrer grandes distancias o ser un montañero o senderista experto para poder disfrutar de este privilegiado paraje que se mantiene gracias al celo con el que lo cuidan los pobladores de la aldea de Prado Negro que intentan no contaminar un curso de agua que aún se mantiene virgen.
No se ven, solo se oyen. La mejor guía para dar con las cascadas de Prado Negro es el sonido del agua.
Hay que llegar hasta la aldea de Prado Negro (A-92, salida hacia Las Mimbres), donde proliferan las casas rurales y cada vez hay más visitantes, sobre todo los fines de semana. Pocos saben que en menos de veinte minutos hacia abajo, por el camino que discurre hacia el río, nos podemos sumergir en las cascadas. Hay que bajar por la única calle de la aldea que discurre entre vallas de casas rurales y cultivos, un camino que de forma casi inmediata se convierte en una estrecha vereda, pero por la que es fácil andar.
Merece la pena bajar lentamente para disfrutar de la riqueza natural que forma este espacio, donde aún pueden verse águilas reales en el cielo y en el que el sonido de pequeñas aves es permanente. Los pinzones, de canto incansable, compiten con el siseo monótono de tórtolas y el piar suave y casi inapreciable de crías de herrerillos y carboneros en nidos escondidos entre los matorrales.
Cascadas de Pradonegro
Las cascadas, saltos de agua, pozas y cañones que genera el arroyo de Prado Negro, un humilde curso fluvial afluente del río Fardes, forman uno de los espacios naturales que aún conservan la plenitud de los bosques mediterráneos, con vegetación de ribera con sauces, musgos y helechos en huecos umbríos cargados de verdor, donde la sequía no es más que un mal recuerdo. No es necesario recorrer grandes distancias o ser un montañero o senderista experto para poder disfrutar de este privilegiado paraje que se mantiene gracias al celo con el que lo cuidan los pobladores de la aldea de Prado Negro que intentan no contaminar un curso de agua que aún se mantiene virgen.
No se ven, solo se oyen. La mejor guía para dar con las cascadas de Prado Negro es el sonido del agua.
Hay que llegar hasta la aldea de Prado Negro (A-92, salida hacia Las Mimbres), donde proliferan las casas rurales y cada vez hay más visitantes, sobre todo los fines de semana. Pocos saben que en menos de veinte minutos hacia abajo, por el camino que discurre hacia el río, nos podemos sumergir en las cascadas. Hay que bajar por la única calle de la aldea que discurre entre vallas de casas rurales y cultivos, un camino que de forma casi inmediata se convierte en una estrecha vereda, pero por la que es fácil andar.
Merece la pena bajar lentamente para disfrutar de la riqueza natural que forma este espacio, donde aún pueden verse águilas reales en el cielo y en el que el sonido de pequeñas aves es permanente. Los pinzones, de canto incansable, compiten con el siseo monótono de tórtolas y el piar suave y casi inapreciable de crías de herrerillos y carboneros en nidos escondidos entre los matorrales.