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Estable

Hay una tabla de surf bajo mis pies, puliendo silenciosa las crestas que coronan a las olas de lo que siempre me rehúso a reconocer.

 

Arriba: mareos, síntomas y creencias. Una cosecha lista y una mujer blanca tocando una campana. En la mente una cena servida que me niego a comer, pero que desde lejos gusto de mirar constantemente. En la memoria: un olor que me gusta recordar y doblar secretamente entre los pliegues de la ropa que me pongo a diario en el pasado; en mi playera verde, en una camisa negra 3 tallas mas grande. En los oídos una sonaja que me gusta mecer entre recuerdos; el tic tac de un reloj de adulto que me ponía de niño, la lampara que metía debajo de la litera para escribir desde el único rincón iluminado y desierto, en medio de una independencia sabrosa, de color azul viejo y de dieciséis metros cuadrados. En el estomago: aventuras que están ocultas bajo las grasientas olas de ésta cuerda desajustada, en la que muchos cuelgan y a la que llaman destino. En alguna parte del alma: un intento desesperado de amor aferrado y una historia naciente de la necedad; siempre tocando a la puerta. Una celosa estrategia que deja notas sobre billetes bajo la puerta. Y la flauta sonando siempre bien ajustada, pese a la realidad de ser mitad barro y mitad leña.

 

Una risita que se sube al avión que de vez en cuanto le prestan, pese a saber que baja más indispuesta y diez kilómetros atrás de donde había subido. Un cohete sin dientes y un tanque de guerra sin moral que avanzan escoltando una voluntad falta de carácter y escasa de si misma. La escarcha salada de una copa, que cuenta cada grano como un pecado y como diez reproches que vienen grabados en la mente desde que el vidrio era arena. Un sueño soñado por el alma incansable y misteriosísima, pues cada día que vivo confirmo que no hay ser más difícil de entender en este mundo que una mujer de más de catorce años. La batalla, la conquista callada que obtengo y de la que no puedo hacer gala. Yo también intento tener un cofre, pero este siempre ha gustado de volverse vitrina. De pasearse entre andadores vacíos para ser visto desde abajo. De cerrarse cuando debe abrirse, de irse cuando debe apartar un lugar.

 

Tambores que se encuentran en los espejos. Mirarse por mas de diez segundos fijo a los ojos de un reflejo ajeno de narciso, hasta dejar salir una traviesa gota de agua a navegar el sueño de las visiones. Un liquido cansado de respirar colores pero jamás verlos. Una cubierta de cristal: agradecida con las cortinas que le protegen y limpian cada vez que un proyectil de realidad polvosa se anima a caer sobre él, con el único fin de beber un poco de inocencia salada. Un grano de arena. Una gota de mar. Una lista enorme de sonidos que traspasan los ojos por detrás. Una ola de dos bocas por las que sale basura y entra de todas partes aire. Un poema aromático, un perro que está dejando de estar a plena luz del día. Un montón de planes que empiezan a verse amarillos y que sigo abrazando por que nacieron de mi. Por que mi madre también abraza a su plan con la misma frescura que hace veinticuatro años, por que el plan no se pudre, pero ha empezado ya a cansarse, de estar volando en la mente y no aterrizar nunca, solo por temor a estrellar.

 

Hay un equilibro que se presenta en instantes. No puedo tomar café, ni dejar de llevarme la mano al pecho. El avión siempre viaja sin cosecha, la tierra tiene urgencia de generar nuevos frutos. La mente no quiere saber de lutos, ni de penas. La escarcha de la copa tiene ganas de saber que antes fue arena, y que la playa sigue siendo playa y estando ahí aunque hace mucho no la vea, que vivir a lado del mar no te aleja de las tormentas. Y que llevarte las manos al pecho o al pulso, no te aleja de cualquier clase de final...

 

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Uploaded on April 18, 2013
Taken on April 18, 2013