Los hermanos
Verano. Agosto. Declinaba el día
manchando el cielo de vapores rojos,
y volvían, pisando los rastrojos,
dos niños -ella y él- a la alquería.
Ella callaba. El chiquitín decía:
-Yo era un soldado y cuanto ven tus ojos
no eran parvas de trigo; eran despojos
de una batalla en la que yo vencía.
-Pero, ¿y yo?
-¡Calla, espera! Ebrio de gloria
yo volvía, después de la victoria,
y a ti, que eras la reina, te buscaba.
-No, no; la reina es poca cosa… Yo era
-dice la chiquitina- una enfermera,
y tú estabas herido, y te curaba…
Eduardo Marquina
Los hermanos
Verano. Agosto. Declinaba el día
manchando el cielo de vapores rojos,
y volvían, pisando los rastrojos,
dos niños -ella y él- a la alquería.
Ella callaba. El chiquitín decía:
-Yo era un soldado y cuanto ven tus ojos
no eran parvas de trigo; eran despojos
de una batalla en la que yo vencía.
-Pero, ¿y yo?
-¡Calla, espera! Ebrio de gloria
yo volvía, después de la victoria,
y a ti, que eras la reina, te buscaba.
-No, no; la reina es poca cosa… Yo era
-dice la chiquitina- una enfermera,
y tú estabas herido, y te curaba…
Eduardo Marquina