_Moments_
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El aristócrata Tocqueville, al observar la democracia de los Estados Unidos y de su burguesa Francia natal, hace siglo y medio, tuvo la premonición de que la libertad en el mundo moderno se enfrentaría a peligros desconocidos hasta entonces. “No temo que encuentren tiranos entre sus gobernantes”, escribió de las generaciones futuras, “sino más bien guardianes”, Tales “guardianes” privarán a los pueblos de su libertad al satisfacer sus deseos y explotar después la dependencia engendrada por su generosidad. Vaticinó un tipo de despotismo democrático en el que “una multitud de hombres; todos idénticos e iguales” lucharían incesantemente por alcanzar “los mezquinos y despreciables placeres con que atiborran sus vidas”. El gobierno paternalista benevolente (el moderno Estado de bienestar social) se cierne sobre ellos:
Este gobierno trabaja de buena voluntad por su felicidad, pero decide ser el árbitro exclusivo de esas felicidad; les garantiza su seguridad, prevé y compensa sus necesidades, facilita sus placeres, gestiona sus principales preocupaciones, dirige su actividad, regula la dejación de propiedades y subdivide sus herencias: ¿qué queda sino librarlos de todo el trabajo de pensar y de todas las dificultades de la vida?
El “principio de la igualdad ha preparado a los hombres para todas estas cosas “y a menudo para que las consideren como beneficios.
Después de tener a cada miembro en su puño de hierro, y moldearlo a su voluntad, el poder supremo extiende sus brazos sobre toda la comunidad. Cubre la superficie de la sociedad con una red de regulaciones pequeñas y complicadas, diminutas y uniformes, que ni las mentes más originales ni los individuos más enérgicos pueden desentrañar, para alzarse sobre los demás. La voluntad del hombre no se quiebra, sino que se reblandece, se somete y guía; apenas se obliga a los hombres a actuar por su voluntad, pero constantemente se les restringe su actuación: un poder semejante no destruye, sino que impide la existencia; no tiraniza, pero comprime, exaspera, extingue y atonta al pueblo, hasta que cada nación queda reducida a tan sólo un rebaño de tímidos e industriosos animales, cuyo pastor es el gobierno (La democracia en América, Alexis de Tocqueville).
¿Esto es lo que queremos?
(Propiedad y libertad) Richard Pipes
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El aristócrata Tocqueville, al observar la democracia de los Estados Unidos y de su burguesa Francia natal, hace siglo y medio, tuvo la premonición de que la libertad en el mundo moderno se enfrentaría a peligros desconocidos hasta entonces. “No temo que encuentren tiranos entre sus gobernantes”, escribió de las generaciones futuras, “sino más bien guardianes”, Tales “guardianes” privarán a los pueblos de su libertad al satisfacer sus deseos y explotar después la dependencia engendrada por su generosidad. Vaticinó un tipo de despotismo democrático en el que “una multitud de hombres; todos idénticos e iguales” lucharían incesantemente por alcanzar “los mezquinos y despreciables placeres con que atiborran sus vidas”. El gobierno paternalista benevolente (el moderno Estado de bienestar social) se cierne sobre ellos:
Este gobierno trabaja de buena voluntad por su felicidad, pero decide ser el árbitro exclusivo de esas felicidad; les garantiza su seguridad, prevé y compensa sus necesidades, facilita sus placeres, gestiona sus principales preocupaciones, dirige su actividad, regula la dejación de propiedades y subdivide sus herencias: ¿qué queda sino librarlos de todo el trabajo de pensar y de todas las dificultades de la vida?
El “principio de la igualdad ha preparado a los hombres para todas estas cosas “y a menudo para que las consideren como beneficios.
Después de tener a cada miembro en su puño de hierro, y moldearlo a su voluntad, el poder supremo extiende sus brazos sobre toda la comunidad. Cubre la superficie de la sociedad con una red de regulaciones pequeñas y complicadas, diminutas y uniformes, que ni las mentes más originales ni los individuos más enérgicos pueden desentrañar, para alzarse sobre los demás. La voluntad del hombre no se quiebra, sino que se reblandece, se somete y guía; apenas se obliga a los hombres a actuar por su voluntad, pero constantemente se les restringe su actuación: un poder semejante no destruye, sino que impide la existencia; no tiraniza, pero comprime, exaspera, extingue y atonta al pueblo, hasta que cada nación queda reducida a tan sólo un rebaño de tímidos e industriosos animales, cuyo pastor es el gobierno (La democracia en América, Alexis de Tocqueville).
¿Esto es lo que queremos?
(Propiedad y libertad) Richard Pipes